Mandatarios de todo el mundo escuchan a los supervivientes de Auschwitz: «Yo era una niña y mi madre me suplicaba que no llorara»

El contexto geopolítico actual no acompaña a la efeméride que hoy se celebra en Auschwitz. En una jornada señalada por Naciones Unidas como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto –cuando se cumplen 80 años desde que el ejército ruso liberó este campo de exterminio nazi–, en el mundo permanecen activas en este momento 56 guerras, en las que están involucrados 92 países, según el último Índice de Paz Global que elabora anualmente el Instituto para la Economía y la Paz. Estos datos reflejan que el planeta ha alcanzado el pico de conflictos más alto desde la II Guerra Mundial. De ahí que esta cumbre mundial de mandatarios haya adquirido una mayor relevancia: porque un genocidio como el de Auschwitz no se puede repetir. Porque, como afirmó Tova Friedman, una de las 62 supervivientes que acudió al acto, «el mundo vuelve a estar en crisis». Como reivindicación, recordó su llegada al campo de concentración junto a su madre: «Nos desnudaron y nos dieron golpes. Yo tenía cinco años y mi madre me suplicaba que no llorara». Los 3.000 asistentes al acto se estremecieron cuando Tova apuntó que, desde ese momento, asumió que «los niños judíos teníamos que morir».

Las piezas de música de Simon James, Józef Kropiski, Gideon Klein y Szymon Laks, cuatro supervivientes de los campos de concentración, introdujeron otros tres testimonios. Marian Turski condenó el «enorme aumento» del antisemitismo y pidió «coraje» contra quienes niegan lo que ocurrió: «Hoy, y ahora, vemos un enorme aumento del antisemitismo y es precisamente el antisemitismo lo que condujo al Holocausto». Algo similar reivindicó Janina Iwanska al relatar cómo fue detenida porque su familia escondió en su casa a dos judíos. La llevaron a Auschwitz, donde sobrevivió a una marcha de la muerte. Con 14 años, cuando el campo fue liberado, descubrió que los nazis habían matado a toda su familia.

Leon Weintraub vio cómo asesinaban a su madre y su tía. Las mandaron a la cámara de gas nada más llegar. «Este campo de concentración simboliza la crueldad sin precedentes con las personas a lo largo de la historia», sentenció. Lamentó profundamente que en Polonia y otros países de Europa se escuchen eslóganes nazis en manifestaciones y «no haya consecuencias», cuando «proclaman esa ideología de odio de los nazis alemanes», que fue «la razón por la que se asesinaron a millones de personas». Por eso pidió «a la gente de buena voluntad y a los jóvenes» que sean «sensatos» y no difundan esta «ideología y actitud que promueve el antisemitismo y la xenofobia». Además, les animó a que «hagan frente a todo tipo de expresiones de intolerancia y resentimiento hacia todos aquellos que son diferentes por su género, religión o identidad sexual».

El silencio se apoderó de la sala durante los 90 minutos que duró la ceremonia. Entre los asistentes, la misma conclusión: no hay que caer en los errores del pasado. Entre las posiciones donde se encontraban los representantes de las delegaciones de cada país, en primera fila, escucharon atentamente los Reyes Felipe y Letizia, junto a Máxima y Guillermo de los Países Bajos, Mary y Guillermo de Dinamarca o Carlos III de Inglaterra, entre otros jefes de Estado. Unas filas por detrás de ellos -junto a los presidentes y primeros ministros de otros 21 países como Austria, Hungría, Alemania, Francia o Finlandia-, se encontraba Volodímir Zelenski, quien llegó desde Ucrania por la mañana y se le vio llorar durante las intervenciones.

Aunque Polonia, que ejerció como país anfitrión, confiaba en que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, acudiera a esta cita, finalmente estuvo representado por su titular de Educación, Yoav Kisch.

El recién estrenado presidente de EE.UU., Donald Trump, envió una delegación de nueve representantes de su Gobierno, en la que combinó figuras clave de la política, los negocios y la diplomacia, encabezada por Steve Witkoff, enviado especial para Oriente Próximo. No hubo ni rastro de Elon Musk, que sí estuvo aquí hace cinco años, cuando se cumplieron 75 años de la liberación de Auschwitz. Hace solo unos días, víspera del 80 aniversario, apoyó públicamente a Alternativa por Alemania con unas declaraciones incendiarias cuando afirmó que en los alemanes «deben estar orgullosos de serlo» y que allí «se apunta demasiado a la culpa del pasado».

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Rosalía Sánchez | Corresponsal en Berlín

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Hiroshima y Nagasaki, los Gulag rusos, la sangrienta campaña de Vietnam, Camboya o el genocidio de Ruanda, fueron algunos de los atroces sucesos que vivió el mundo una vez terminada la II Guerra Mundial, cuando nada podía superar lo ocurrido en Europa. Y esa hipótesis de lo inimaginable ha llegado hasta nuestros días con acontecimientos más recientes, como la invasión de Rusia a Ucrania, el conflicto en la Franja de Gaza o en Siria, tras el régimen de Bashar Al Assad. Sin embargo, y hasta el momento, nunca fueron extinguidas tantas vidas humanas en tan poco tiempo como en el Holocausto. Tampoco se ha conocido una combinación de tecnología, fanatismo y crueldad como la de los nazis, donde imperó el racismo, la xenofobia, los discursos de odio y antisemitismo.

En las calles de Auschwitz, pese al paso de los años, sigue estando el extenso alambre de espino, la valla electrificada, las torres de vigilancia y los focos que deslumbraban a los prisioneros y que recuerdan que hasta el 27 de enero de 1945 se arrastraban sin rumbo entre los barracones de madera, enajenados y moribundos emocionalmente ante un futuro incierto y un presente sobre el que planeaban el hambre, el frío, la tortura y la muerte.

El día de la liberación aquí sólo quedaban 7.000 prisioneros. En aquel momento comenzaron a conocerse las atrocidades que se habían cometido en Auschwitz. Fueron asesinados, al menos, 1,1 millones de personas –incluyendo un millón de judíos, 70.000-75.000 polacos, 21.000 romaníes, 14.000 prisioneros de guerra soviéticos y 10.000-15.000 personas de otras nacionalidades–, según las cifras del Memorial y Museo Auschwitz Birkenau. A día de hoy, sin embargo, no se conoce con exactitud la cifra total de víctimas mortales del Holocausto, que oscila entre 6 y 20 millones de personas.

La matanza fue de semejantes proporciones, de una crueldad tan atroz, que incluso los nazis siempre confiaron en que si algún prisionero vivía para contarlo, nadie le creería. Pero sobrevivieron, y esta tarde, 80 años después, 62 de ellos regresaron al campo de concentración –aún con todas las consecuencias psicológicas que ello conlleva– para contarlo. Porque una vez liberado Auschwitz, sobre sus hombros pesa la tarea de ser la memoria del campo de concentración. Comparten con los polacos la misión que por la mañana les recordó el presidente de Polonia, Andrzej Duda: ser «los guardianes de la memoria de Auschwitz».

Tras los testimonios sobre cómo Auschwitz se convirtió en una fábrica de tortura y muerte, donde se despojó de toda dignidad a los prisioneros, autoridades y supervivientes rindieron homenaje a los 1,1 millones de judíos que fueron asesinados en el campo de concentración, que llegaron a Auschwitz en trenes de mercancías sin retorno. Desfilaron frente a uno de los vagones de esos trenes utilizados por los nazis para engañar a los judíos y traerlos al campo de la concentración.

Por ellos, por Auschwitz y sus muertos, por los objetos personales que 80 años después todavía aparecen entre la tierra removida del campo, mandatarios de todo el mundo dejaron una vela encendida de la antigua estación de Birkenau. También lo hicieron los supervivientes, acompañados por un familiar y luciendo un pañuelo de rayas azul y blanco, el estampado de sus uniformes cuando estaban en el campo. Un tiempo que terminó hace 80 años, cuando fueron liberados del campo y volvieron a tener voz. Desde entonces no se han callado. Porque lo ocurrido en Auschwitz no se puede volver a repetir.