Crimen de Henryetta, el mal en el corazón del 'cinturón de la Biblia'
Una matanza sacude a un pueblo corriente de Oklahoma, dominado por el fervor religioso y el empobrecimiento endémico de la América profunda
El padre de una de las víctimas del pederasta de Oklahoma: «El sistema nos ha fallado»
«Estamos en el 'cinturón de la Biblia'. Y Tulsa es la hebilla de ese cinturón». Marcus Whitworth, pastor de Henryetta (Oklahoma), intenta explicar con estas palabras el protagonismo de la religión en su comunidad. El 'cinturón de la Biblia' es la región del ... sur y el sureste de Estados Unidos donde las denominaciones conservadoras protestantes tienen tienen mayor presencia. Tulsa, la segunda mayor ciudad de Oklahoma, acumula centros teológicos, universidades y sedes religiosas de esta línea. Henryetta, desde donde Whitworth habla con ABC, sentado a la sombra de una vieja biblioteca pública, cerca del monumento que honra a los caídos de este pueblo en los frentes de todo el mundo, está muy cerca de Tulsa: solo una hora de de coche, en la que por la ventanilla se suceden las llanuras de campos labrados y parcelas para vacas.
Henryetta tiene menos de 6.000 habitantes y hay más de treinta iglesias y centros religiosos entre el centro y sus alrededores. Es una muestra de un fervor religioso que se ha visto sacudido esta semana con un crimen horripilante. Un vecino, Jesse McFadden, es el sospechoso –la Policía no duda de ello– de matar a su mujer, a los tres hijos adolescentes de esta y a otras dos jóvenes que habían sido invitadas a pasar la noche del pasado sábado en su casa.
McFadden, de 39 años, había sido antes condenado a veinte años de prisión por una violación. Entró en la cárcel en 2003 y salió tres años antes de cumplir la pena, en diciembre de 2020, por un acuerdo con la Fiscalía. Antes de ser liberado, fue cazado con solicitudes sexuales a una menor y con pornografía infantil. Eso no impidió su salida, pero su juicio iba a celebrarse este lunes en la ciudad cercana de Muskogee. Antes de presentarse ante el jurado, mató a disparos a sus familiares y a sus amigas. Después, se quitó la vida.
«He aceptado esta entrevista porque la veo como una oportunidad de mirarte a los ojos y hablarte de mi Jesús», dice Whitworth, que habla por los codos, con pasión e intercala canciones en su discurso. Él es el pastor de la familia de Brittany Brewer, una de las dos adolescentes que visitaron la propiedad de McFadden y nunca regresaron a casa.
«La gente se cuestiona '¿por qué no intervino Dios para evitarlo?'», dice con voz dramática al recrear la pregunta. «Esto no es el Jardín del Edén, es un mundo imperfecto», se responde. «Dios nos entregó la libertad de elección moral. Hay gente que abusa de ella y se planta en un colegio con un AK-47 para matar. Esto es la cara del mal. Pero Dios no puede entrar y violar esta liberta de elección moral, Él no quiere marionetas».
Gente «cariñosa»
Whitworth explica que Henryetta es una localidad de gente cariñosa –«todo el mundo se quiere, todo el mundo se saluda»– y conservadora -«aquí no tenemos problema con eso»–, que se unirá y encontrará en la fe fuerza para reponerse de esta tragedia.
Otros podrían ver en Henryetta un pueblo dejado de la mano de Dios. Sufre la pobreza de las regiones de EE.UU. que tuvieron cierta gloria industrial, ahora desaparecida con el éxodo de las empresas en busca de salarios bajos. Aquí resiste apenas Anchor, una factoría que produce botellas y envases de cristal. Ya no hay rastro del carbón ni de la fundición de zinc.
«Es un empobrecimiento endémico de EE.UU., pero en especial aquí en Oklahoma», cuenta Robert Duck, párroco de la iglesia de San Miguel. Camino a su templo, la miseria sale al paso. Casas humildes, con fachadas desconchadas y patios convertidos en chatarrerías. Otras abandonadas, comidas por la maleza. Calzadas cubiertas de grietas y baches. Pequeños talleres descuidados, locales de desguace con cadáveres de vehículos desparramados en las aceras, galpones con techumbres metálicas, tomadas por el óxido. Muchos negocios están cerrados, otros se han quedado olvidados en los años noventa. El esplendor de algunas tiendas y bancos de la calle principal ha desaparecido, con edificios de ladrillo elegante con las ventanas y puertas tapados ahora con tablones. Los moteles del centro del pueblo son inquietantes, imposible saber si están abandonados o son así. Los únicos edificios lustrosos son varias franquicias de comida rápida y una gasolinera que acaban de abrir sobre la carretera que cruza un lateral del pueblo.
Adicciones
Los vecinos que trabajan en los pequeños negocios que atienden al público –un 'diner' de estilo clásico, una cafetería coqueta, tiendas de anticuario, la ferretería en la que todo parece de segunda mano– son amables y atentos con los foráneos. Pero parte del paisaje humano hace inevitable caer en el cliché de la América blanca empobrecida. Una mujer grita y gesticula sola al cruzar las vías del tren. Un niño sale descalzo de la tienda de la gasolinera, un envase gigantesco de bebida azucarada en la mano. Detrás sale una mujer mayor –¿su abuela?–, también descalza, también cargada con el vaso enorme. Otra mujer –¿la madre del niño?– les grita desde un coche desvencijado, fumando, con ausencias en la dentadura. Hay rostros agrietados que se ven por la calle que solo se pueden relacionar con adicciones.
«Aquí no hay problema de violencia, pero sí de droga», asegura el párroco, que es una excepción en el pueblo: católico, joven –se ordenó en 2018– y con pinta de 'hipster' (bigote, gafas de metal fino). Es algo que ocurre en todo el país y aquí se agrava, explica, por la presencia de la autopista I-40, que atraviesa EE.UU. de costa a costa y que fomenta que haya más droga, gente sin hogar y vagabundos de paso.
Dios nos entregó la libertad de elección moral. hay gente que abusa de ella»
Mark Whitworth
Pastor
Ninguna de las víctimas acudía a la parroquia de Duck, pero eso no evita el impacto de la tragedia. Nada más conocerla, envió un mensaje a sus feligreses: «Esto no es la cara de Dios, es la cara del enemigo». La matanza es un recordatorio de que «la gracia viene a través de la cruz».
El padre Duck advierte a su parroquia de que, a veces, es imposible encontrar la respuesta al «por qué», cuando la cara del mal se hace visible. De momento las autoridades no las encuentran en la finca donde vivían los McFadden y donde se encontraron los cadáveres, desperdigados. Es una antigua granja en las afueras de Henryetta, con aperos de ganadería y de construcción tirados entre la hierba crecida.
De allí acaba de regresar Nathan, el padre de Brittany Brewer. Habla con este periódico en el porche de su casa, tras ofrecer una silla plegable. Acaba de ver por primera vez la escena del crimen y está descompuesto. «Es la peor pesadilla para un padre», dice. «Siento mucha rabia, mucho enfado» –continúa–, por el hecho de que McFadden fuera un convicto por violación y que estuviera en la lista pública de delincuentes sexuales y que nadie lo supiera. Como muchos otros en el pueblo, cree que nunca debería haber salido de la cárcel, sobre todo tras ser imputado por segunda vez.
«esto no es la cara de dios, es del enemigo. La gracia viene a través de la cruz»
Robert Duck
Sacerdote católico
Pero la tragedia le ha fortalecido en su fe: «Antes de todo esto había decidido volver a la universidad para convertirme en reverendo. Esto me convence más, me ha hecho acercarme más a Dios, confiar más en él».
El destino fue más amable con Violet, que regenta un salón de uñas en la calle principal. Su hija también había sido invitada a pasar la noche casa de los McFadden, pero no le dio permiso, a pesar de que ya había ido en otra ocasión. Cree que el destino está asociado a su fe: «Dios tiene un plan y el diablo no actúa por accidente». Ella ha visto a McFadden cada sábado desde hace dos años –sus hijas competían juntas en atletismo– y siempre le pareció normal. «Esta vez tuve una sensación distinta», asegura Violet, que defiende que el «diablo sabe cómo manejar a la gente débil y los McFadden no eran una familia con una base cristiana fuerte».
Ella está entre los vecinos que asisten por la tarde a una celebración del Día Nacional de la Oración. Iba a ser en una plaza del centro, pero una tromba de agua la mueve a un salón cívico. Allí se reúnen una docena de pastores de diferentes denominaciones y un centenar de vecinos. Es imposible separarlo de la tragedia. Entre los asistentes está también la familia numerosa de Nathan Brewer, que comen perritos calientes y reciben condolencias de los vecinos.
Oraciones y sermones
Los líderes religiosos se turnan en las oraciones y sermones, entre gritos de «amén» y «aleluya», con las manos levantadas hacia el cielo. Piden por su comunidad, por la familia de las víctimas, pero también por el Ejército, por los «medios de comunicación buenos», por la «música y el cine que se acercan a Dios, no que se alejan», contra el «diablo infiltrado en los colegios»…
James Page, pastor de la Iglesia Joy in Life, habla el último, con una oración emotiva, en la que se arrodilla ante una Biblia y proclama que el «rojo, blanco y azul» –una referencia a EE.UU.– están basados en las Sagradas Escrituras.
«Esto está reforzando nuestra fe», asegura después a este periódico sobre la tragedia que ha conmocionado al pueblo. «Esto refuerza a la gente en que tenemos que ser cuidadosos en elegir el bien. En lugar de quitarnos la fe, esto nos va a hacer combatir el mal». «Ese joven no era un monstruo, pero murió como un monstruo», dice sobre McFadden. «Y eso le puede pasar a cualquiera que tontee con el mal».
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