La «Loveparade acusa a la Policía de causar la tragedia
Según el organizador, una orden «fatal» de los agentes provocó el pánico en Duisburgo
JOSÉ GRAU
Veinte muertos y más de quinientos heridos dejó la «Loveparade» el sábado en Duisburgo. Sin embargo, la maquinaria investigadora alemana sigue pesada, lenta, quizá porque hay mucho dinero de por medio. Tal vez porque haya que afinar para saber por cuenta de quién correrán las ... indemnizaciones. Los medios alemanes hablaban ayer ya de «sarcasmo»: políticos, organizadores, Policía y gobierno local «se están burlando de la víctimas»: con las medias verdades y con el tratar de quitarse a toda costa la responsabilidad de encima. En este fango en que se ha metido Alemania, también de comunicación, se anunció ayer que el funeral por los fallecidos será el sábado. A él asistirá la canciller de Alemania, Angela Merkel, pero no el alcalde de Duisburgo.
Y es que Adolf Sauerland, el alcalde (un político del CDU, el partido de Merkel, conservador), sigue en el centro de la diana. Al parecer, sabía, semanas antes del tecnofestival, de las pegas puestas al plan de seguridad por los peritos de su municipio. Él lo niega. No ha dimitido.
En el plano de los hechos hubo dos novedades sorprendentes ayer. Primera: las víctimas no murieron por caídas sino aplastados, pisoteados, según la autopsia. Así lo comunicó la primera ministra de Renania del Norte-Westfalia, Hannelore Kraft (del SPD, Partido Socialdemócrata alemán), en Düsseldorf. Fallecieron —subrayó— por contusiones en el tórax. Eso contradice la versión dada el domingo por la Policía de Duisburgo, que sostuvo que nadie murió en el tristemente célebre túnel, sino al caerse en la rampa de acceso al recinto, y de mástiles.
Segunda novedad curiosa del día de ayer: una declaración del organizador-gerente de la «Loveparade», Thomas Schaller. Afirma que la catástrofe se produjo por una «indicación fatal» de la Policía, la de abrir las compuertas situadas antes del acceso al túnel, lo que causó la mortal aglomeración. Según Schaller, los organizadores, hasta entonces, tenían cerradas diez de dieciséis compuertas, ya que había peligro de cuello de botella en el túnel.
La Policía de la ciudad de Colonia, que se ha hecho cargo de las diligencias (la de Duisburgo, como parte, se mantiene al margen), ni confirmó ni desmintió la declaración de Schaller. Se limitó al siguiente comentario: «En este momento no estamos en condiciones de decir qué fue el detonante de la tragedia».
Los alemanes, mientras esperan a que los responsables se aclaren, dan por seguro que el sábado, en la zona neurálgica entre el túnel y la rampa de acceso al recinto de la «Loveparade», había demasiada gente; lo decisivo es que allí se permitió la llegada de un torrente humano del que se podía esperar que estallara, como así sucedió.
La callada por respuesta
Anteayer, Adolf Sauerland, por medio de una carta abierta, se disculpó. El resto de actores, desde el domingo, calla. Probablemente estén siguiendo el consejo de sus abogados: no pronunciar palabra que más adelante pueda volverse contra ellos, en el proceso que se avecina. Ese es el punto de vista, al menos, de Ekkehart Schäfer, vicepresidente de la Cámara de Abogados.
Veinte muertos y más de quinientos heridos dejó la «Loveparade» el sábado en Duisburgo. Sin embargo, la maquinaria investigadora alemana sigue pesada, lenta, quizá porque hay mucho dinero de por medio. Tal vez porque haya que afinar para saber por cuenta de quién correrán las indemnizaciones. Los medios alemanes hablaban ayer ya de «sarcasmo»: políticos, organizadores, Policía y gobierno local «se están burlando de la víctimas»: con las medias verdades y con el tratar de quitarse a toda costa la responsabilidad de encima. En este fango en que se ha metido Alemania, también de comunicación, se anunció ayer que el funeral por los fallecidos será el sábado. A él asistirá la canciller de Alemania, Angela Merkel, pero no el alcalde de Duisburgo. 1
Y es que Adolf Sauerland, el alcalde (un político del CDU, el partido de Merkel, conservador), sigue en el centro de la diana. Al parecer, sabía, semanas antes del tecnofestival, de las pegas puestas al plan de seguridad por los peritos de su municipio. Él lo niega. No ha dimitido.
En el plano de los hechos hubo dos novedades sorprendentes ayer. Primera: las víctimas no murieron por caídas sino aplastados, pisoteados, según la autopsia. Así lo comunicó la primera ministra de Renania del Norte-Westfalia, Hannelore Kraft (del SPD, Partido Socialdemócrata alemán), en Düsseldorf. Fallecieron —subrayó— por contusiones en el tórax. Eso contradice la versión dada el domingo por la Policía de Duisburgo, que sostuvo que nadie murió en el tristemente célebre túnel, sino al caerse en la rampa de acceso al recinto, y de mástiles.
Segunda novedad curiosa del día de ayer: una declaración del organizador-gerente de la «Loveparade», Thomas Schaller. Afirma que la catástrofe se produjo por una «indicación fatal» de la Policía, la de abrir las compuertas situadas antes del acceso al túnel, lo que causó la mortal aglomeración. Según Schaller, los organizadores, hasta entonces, tenían cerradas diez de dieciséis compuertas, ya que había peligro de cuello de botella en el túnel.
La Policía de la ciudad de Colonia, que se ha hecho cargo de las diligencias (la de Duisburgo, como parte, se mantiene al margen), ni confirmó ni desmintió la declaración de Schaller. Se limitó al siguiente comentario: «En este momento no estamos en condiciones de decir qué fue el detonante de la tragedia».
Los alemanes, mientras esperan a que los responsables se aclaren, dan por seguro que el sábado, en la zona neurálgica entre el túnel y la rampa de acceso al recinto de la «Loveparade», había demasiada gente; lo decisivo es que allí se permitió la llegada de un torrente humano del que se podía esperar que estallara, como así sucedió.
La callada por respuesta
Anteayer, Adolf Sauerland, por medio de una carta abierta, se disculpó. El resto de actores, desde el domingo, calla. Probablemente estén siguiendo el consejo de sus abogados: no pronunciar palabra que más adelante pueda volverse contra ellos, en el proceso que se avecina. Ese es el punto de vista, al menos, de Ekkehart Schäfer, vicepresidente de la Cámara de Abogados.
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