Leguina: «Allende se disponía a bajarse del burro, pero los suyos no le dejaron»
ENTREVISTA
Testigo de excepción del golpe de hace 50 años, el expresidente de la Comunidad de Madrid recuerda la peripecia para sacar de Chile a gente perseguida, las lecciones que dejó el proceso y se alegra de que se haya hecho justicia en casos emblemáticos como el de Carmelo Soria y Víctor Jara
Cincuenta años del fracaso de la 'vía chilena al socialismo' de Allende
Madrid
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Iniciar sesiónLa mañana del martes 11 de septiembre de 1973, Joaquín Leguina Herrán (Villaescusa, Cantabria, 1942) cogió su revólver Smith & Wesson y miró si tenía balas en el tambor. Pese a que a su alrededor se había desatado una violencia despiadada, nunca ... lo dispararía. Desde el apartamento donde vivía en Santiago de Chile, muy cerca del cerro Santa Lucía y del Museo de Bellas Artes, se podía intuir lo que estaba sucediendo a sólo seis manzanas, en el Palacio de la Moneda.
Como muchos jóvenes, Leguina se sentía atraído por la 'vía chilena al socialismo' de Salvador Allende. Llegó a Chile pocos meses antes del golpe contratado por el Centro Latinoamericano de Demografía (Celade), ligado a las Naciones Unidas, y por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) para dar clases de Estadística. «Me pidieron que enseñara Estadística sin poner fórmulas, cosa que no le recomiendo a nadie», dice sonriendo, mientras capea, desde sus 81 años, la canícula madrileña en su casa del centro de Madrid.
El año 1973 fue un año importante en la vida de Leguina. Se había licenciado en Economía en la Universidad de Bilbao y desde 1967 era funcionario del INE, pero en marzo de 1973 fue cuando logró su doctorado en Demografía en la Universidad de la Sorbona y enseguida la ONU lo contrató para ir a Chile. En Francia había trabado amistad con otros jóvenes, entre ellos los hermanos valencianos Juan y Vicente Garcés. Con ellos coincidiría en Santiago: Juan, convertido en el principal asesor de Salvador Allende, y Vicente trabajando para la Corporación de Reforma Agraria. Fue precisamente Vicente quien le avisó a primera hora de esa mañana que había un golpe militar en marcha.
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«A eso de media mañana, estoy mirando por la ventana y veo que se acerca Juan Garcés y que viene a mi apartamento, y me dice que tiene que ir a su casa a recoger unas cosas importantísimas y que debo llevarlo en mi coche porque el suyo se ha quedado en La Moneda». Garcés acababa de salir del despacho de Allende, quien había ordenado a sus colaboradores que abandonaran la sede de gobierno porque iba a ser bombardeada. Aunque los militares quisieron detener a los que salían, hubo confusión y varias personas, entre ellas dos de las tres hijas de Allende (Beatriz e Isabel), así como el propio Garcés, salieron caminando sin ser molestados. Cuando los militares se percataron empezó una cacería humana para detenerlos.
«Las cosas importantísimas de Juan era un baúl con documentos. Garcés vivía en un chalet en la zona norte, en un barrio de derechas, y cuando intentamos volver al centro de la ciudad los vecinos lo reconocieron y se empezaron a arremolinar en torno a nuestro coche y tuve que salir dando marcha atrás casi arrollando a algunos. Juan me dijo que quería dejar el baúl en casa de una amiga y pasamos por Plaza Italia (una rotonda estratégica, muy frecuentada) y ahí nos pararon los militares. Y yo pensé 'aquí mismo nos matan'. ¿Qué pasaba? Había tiroteos por la ciudad. Gente de la Unidad Popular que disparaba a los militares. Yo llevaba mi revólver encima. Afortunadamente les enseñamos nuestras credenciales de la ONU y nos dejaron seguir. No detectaron el arma. Llegamos a la casa de la amiga de Juan y ahí dije 'no quiero pistolas' y dejé el revólver en el baúl de Garcés».
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El pisito de Leguina estaba llena de pistolas de sus amigos y conocidos. Todos pasaron a recogerlas el mismo día del golpe. El tomó la suya como un acto reflejo esa mañana y cuando la abandonó fue la toma de consciencia de la gravedad de lo que estaba pasando.
—¿Por qué había tanta pistola?
—Pistolas de mierda, porque con eso contra los militares no hacías nada. La verdad es que no lo sé. Creo que era un reflejo de la teorización en torno a lucha armada. Y sólo sirvieron para que muriera más gente.
De vuelta en casa de Leguina, oyeron por la radio las listas de los dirigentes del gobierno derrocado que eran buscadas por los militares. «Garcés no estaba, pero después supimos que sí estaba. Me preguntó si debía presentarse voluntariamente y le dije que ni se le ocurriera». Ese consejo le salvó la vida. La mayoría de los que se presentaron o murieron o fueron torturados por los militares. Se ensañaron con los que eran conocidos públicamente como Garcés. Durante años los militares usaron un fragmento de una conversación suya con Allende emitida por la TV chilena para intentar demostrar que el apego del presidente socialista a la democracia era «pura táctica».
Leguina, Garcés y otro español, Jordi Borja, se ocultaron juntos. Durante esos días aprovecharon las horas sin toque de queda para hacer salidas en el coche de Leguina y reunir a los españoles y extranjeros que conocían y creían que podían estar en peligro. «En algunos casos llegamos tarde, por ejemplo, en el de un militar uruguayo al que fuimos a buscar y se lo acababan de llevar detenido. Lo mataron después», recuerda.
«Al cabo de unos días fuimos a ver al embajador de España (Enrique Pérez-Hernández y Moreno) que nos recibió muy amable y sabía quiénes éramos. Él había hecho la guerra a favor de Franco, era alférez provisional, pero no era franquista. Preguntó: ¿cuántos sois? Cinco o seis le dijimos. 'No hay problema, os venís a mi residencia y ya me encargo yo de intentar sacarlos de aquí'». Rememora que, cuando se despidieron, Pérez-Hernández les dijo: «Tened mucho cuidado con estos militares que son peores que los nuestros».
«¿Qué hizo el embajador de Franco? Pues fue a ver a Pinochet, al que conocía y había tratado, y le pidió un salvoconducto para las personas que tenía refugiadas en su residencia. Pinochet le dijo que debía darle los nombres para registrarlos en el documento y Pérez-Hernández le contestó: '¿Es que no te fías mí?' Y Pinochet le dijo que claro que se fiaba y se lo firmó en blanco. Y Juan Garcés y los demás refugiados salieron de Chile en un avión de Iberia que había llegado cargado de medicamentos a los pocos días del golpe». (Esta anécdota encierra una paradoja porque, en 1997, Pinochet sería detenido en Londres debido a una acción judicial promovida por Garcés ante el juez Baltasar Garzón).
Leguina se quedó en Chile porque no tenía el mismo relieve político que los hermanos Garcés. El gobierno chileno le reconoció oficialmente su acción humanitaria, en 2015, por el evidente riesgo personal que corrió al poner a salvo a personas que estaban siendo perseguidas. El que después sería el primer presidente de la Comunidad de Madrid (1983-1995) salió de Chile meses más tarde, después de que los militares registraran su vivienda y la ONU le ofreciera un destino más seguro.
— Con eso ganaste tu sitio entre los justos como dicen los judíos, Joaquín.
— Algo así me dijo Michelle Bachelet cuando me entregó un diploma de reconocimiento. Pero salvamos apenas una docena, joder.
—¿Y que quedó de la experiencia política de esa época?
— Allende estaba dispuesto a bajarse del burro, pactar con la DC y no le dejaron. Esa es mi opinión. El golpe fue un martes. El domingo anterior estábamos en la nieve, cerca de Santiago, y oímos a Carlos Altamirano (secretario general del PS, el partido de Allende), y yo que era joven, y más lanzado que ahora desde luego, me quedé acojonado al oírlo. Hizo un discurso disparatado, amenazando a los militares, afirmando que el gobierno se defendería con armas… ¿qué armas? Pistolitas, como la que tenía yo en casa.
«Años después en Barcelona, Pasqual Maragall invitó a cenar a Altamirano y a mí. Y Maragall, que lo conocía de su época en París, le empezó a tirar de la lengua y soltó todo: lo mal que se había portado con Allende, lo equivocado que había estado».
—¿Qué otras cosas, aparte de Allende y la democracia chilena murieron ese día?
—Bueno, fue una lección enorme como empezó y cómo terminó aquello. Empezó muy bien y acabó mal. La responsabilidad del golpe la tienen los militares, pero hay otras responsabilidades políticas que están en el lado de los golpeados, igual que ecomo ocurrió en la república española.
—Pero con el golpe murió la idea de que se podía crear un estado socialista y alcanzar la dictadura del proletariado por medios democráticos y prevaleció la vía socialdemócrata…
—Bueno, eso fue un bien, un aprendizaje, aunque se tardó mucho tiempo en llegar a eso, porque evidentemente el golpe fue terrible y la reflexión tardó. Pero se aprendió que había cosas que no hay que hacer. Creo que eso también se filtró en la reflexión que Felipe González hizo aquí en el PSOE, aunque aquí teníamos la ventaja de que estábamos muy cerca de los ejemplos de Suecia o Alemania.
El día que se realiza esta entrevista, la Justicia chilena ha confirmado la condena a los asesinos de Víctor Jara y de Carmelo Soria, un español que era funcionario de la ONU en Chile y que fue asesinado en 1976 por la policía política de Pinochet. A Leguina le brillan los ojos. «Carmelo Soria era nieto de Arturo Soria, se había exiliado muy joven durante el franquismo y se había casado con una chilena. Nos conocimos en Chile. Enseguida detectó que yo no era franquista. Yo pensaba que como era funcionario de Naciones Unidas lo respetarían, pero ya se ve que no. Aunque sea a largo plazo estos hijos de puta han acabado pagando. Me alegro mucho, sobre todo por su hija que ha luchado durante años para que se haga justicia».
— Esto no pasó con el franquismo.
—No, y eso me suscita una reflexión positiva. Cuando empezó la transición chilena, el presidente Aylwin prometió justicia en la medida de lo posible. No creo que se haya conseguido el cien por cien, pero ha sido bastante más de lo que podíamos esperar.
Leguina militó en el Frente de Liberación Popular (Felipe) en la universidad. Pero su primer Partido Socialista fue el chileno, el de Salvador Allende. Se inscribió nada más llegar al país. Después se registraría en el PSOE, al volver a España. Ahora, el PSOE de Pedro Sánchez ha decidido expulsarlo, pero el piensa recurrir y dar la pelea. Leguina hoy no tiene un Smith & Wesson entre las manos, pero sí la categoría humana de un justo entre los justos.
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