Grupo Wagner, batallón Ajmad, GRU... Un Kremlin en pánico lanza sus milicias más poderosas contra los ucranianos que invaden su territorio

Según informa el centro de investigación ruso 'Agentstvo', las fuerzas ucranianas habrían sobrepasado dos importantes líneas de fortificación fronteriza que tardaron dos años y medio en construirse y costaron cerca de 170 millones de euros. Varios expertos consideran que una toma de control de la central nuclear de Kursk por parte de Ucrania podría dar pie a negociaciones entre ambos bandos respecto a la liberación de la planta nuclear ucraniana de Zaporiyia, que se encuentra bajo el control ruso desde el inicio de la guerra.

Los avances en Kursk han llevado a Putin a la decisión de movilizar a milicias ajenas a las fuerzas rusas, lo que puede representar que la situación es más preocupante para el Kremlin de lo que se había interpretado en un principio. El batallón de Ajmat checheno y el grupo Wagner son las dos agrupaciones paramilitares en las que más está recayendo la expulsión de los atacantes, y el Departamento Central de Inteligencia Ruso (GRU) está empleando también todas sus herramientas en la región.

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El batallón de Ajmat, también conocidos como los kadirovitas, son una fuerza militar chechena bajo control directo del líder Ramzán Kadírov, uno de los aliados más cercanos de Putin. La unidad, cuyo nombre viene del padre de Kadírov, Ajmad, ha sido enviada para respaldar al Kremlin en cualquier ocasión en la que ha sido necesario desde que comenzó la guerra, más notablemente durante el motín del grupo Wagner y su marcha hacia Moscú. Aunque el batallón es de origen checheno, más del 90% de sus tropas son de otras regiones e, incluso, de otros países. En los últimos años han sido conocidos como las 'fuerzas de TikTok', al utilizar frecuentemente esta red social como arma de propaganda y para publicar sus operaciones.

Aunque el líder checheno Kadírov haya utilizado a Ajmat como un refuerzo de su régimen en la región, la falta de chechenos en la fuerza de combate se debe en gran parte a que muchos se niegan a combatir en territorios extranjeros, especialmente en nombre de Rusia. El comandante de la milicia, el checheno Apti Alaudinov, confirmó la llegada del grupo armado a Kursk, prometiendo colaborar para mantener la situación «bajo control».

La convulsa situación en la frontera ha motivado al Kremlin a convocar también a las fuerzas del grupo Wagner, anteriormente estacionadas en diversos países de África. La llegada de Wagner a la región puede tener varias implicaciones: una mejora de las relaciones con el batallón por parte de Moscú, o un empeoramiento de la situación, que podría haber forzado a Rusia a ceder ante condiciones impuestas por el grupo paramilitar.

Wagner, cuyas actividades estuvieron altamente implicadas en Ucrania durante el primer año del conflicto, rompió con Rusia después de los motines ocurridos en la ciudad de Róstov y liderados por su antiguo líder, el multimillonario Yevgeny Prigozhin, quien falleció en un accidente aéreo en circunstancias sospechosas. El cambio de régimen llevó a Wagner a convertirse en una herramienta más para el régimen ruso, y fue enviado al continente africano para asegurar la influencia rusa, además de garantizar ganancias económicas para los cargos de la milicia. Ahora, el batallón ha regresado al territorio nacional en un movimiento algo arriesgado por parte de Putin, tras voces que indican que no se han extinguido del todo los sentimientos disonantes al régimen dentro de su núcleo.

En lo que parece una búsqueda desesperada por parte del Kremlin por frenar la incursión ucraniana, el Departamento Central de Inteligencia Ruso (GRU) ha destinado también recursos a ralentizar el avance. La organización, que ha sido acusada de empujar los intereses geopolíticos del Kremlin tanto internamente como en el extranjero, ha enviado fuerzas especiales a la frontera con la intención de sabotear la operación. Según el Centro de Resistencia Nacional de Ucrania, buscan enfrentarse a las guerrillas ucranianas cerca de la aldea rusa de Tiotkino, aunque sus operaciones cambiarán a medida que evoluciona la situación.

La presencia de estos grupos en la región de Kursk bajo demanda del Kremlin implica una reestructuración de considerable emergencia ante una amenaza que Rusia no había considerado seriamente. Según explica el experto británico Bill Browder a 'Newsweek', la operación en Kursk hace que Putin «parezca débil». «Cuando comenzó la invasión en Ucrania, el gobierno ruso tuvo mucho cuidado en denominarla como una 'operación especial', y con esto buscaban que el público ruso sintiese que el conflicto es algo ajeno a ellos. Ahora el enemigo ha sobrepasado las fronteras, y el simbolismo es extremo», explica.

La reacción de pánico del Kremlin y la convocatoria de fuerzas ajenas al Ejército ruso surge también de un intento de no reestructurar la red militar en territorio ucraniano. Putin ha evitado hasta el último momento enviar a militares estacionados en Ucrania hacia las regiones fronterizas rusas sabiendo lo que esto podría implicar para la moral colectiva: que la «situación externa» a la que tantos recursos se destinaban podría no estar realmente bajo control. Así, Putin se enfrenta, además de a las grietas en sus barreras fronterizas, a aquellas en sus mensajes propagandísticos.