Xi inicia una ambiciosa visita a Arabia Saudí para profundizar su relación ante la crisis de petróleo desatada por Rusia

La cordial conversación entre el mayor consumidor mundial de energía y el primer exportador de petróleo versará, como no podía ser de otro modo, sobre el combustible. El ministro saudí de Energía, Abdulaziz bin Salmán, afirmó ayer que su país continuará siendo «un socio fiable y solvente», al tiempo que anunciaba el establecimiento en Arabia Saudí de un nuevo centro regional para gestionar las necesidades de las fábricas chinas.

Esta aproximación tiene lugar en el contexto de una crisis global de energía, provocada por la invasión de Ucrania y agravada en los últimos días ante la imposición de un tope de precios al crudo ruso. Gran parte de este suministro ha sido reconducido, precios rebajados mediante, a China. A consecuencia de ello, durante los primeros meses de este año Rusia se estableció como su primer proveedorn rebasando precisamente a Arabia Saudí, que ya ha recuperado su primacía habitual.

Xi aterrizó la noche del miércoles en Riad, pero las negociaciones ya han empezado; en algunos casos, incluso terminado. China y Arabia Saudí ya han firmado una treintena de nuevos acuerdos en materia de energías renovables, tecnología de la información, transporte y construcción, según ha adelantado la agencia árabe SPA. Aunque el montante total no ha trascendido, informaciones precedentes apuntaban a intercambios por valor de 30.000 millones de euros.

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El líder chino regresará a su país el sábado. Hasta entonces, mantendrá reuniones bilaterales con representantes de Arabia Saudí y asistirá a la primera Cumbre China-Estados Árabes, así como al Consejo de Cooperación China-Golfo Pérsico. Durante los próximos dos días el príncipe heredero y primer ministro Mohammed bin Salmán le colmará de atenciones, en contraposición a la apocada bienvenida ofrecida a Joe Biden el pasado mes de julio.

El deterioro de los lazos entre Arabia Saudí y Estados Unidos, a causa de discrepancias relacionadas con los derechos humanos y los precios de la energía, facilita el acercamiento del reino árabe a China. El gigante asiático ofrece la oportunidad de una lucrativa cooperación comercial sin que medie exigencia democrática alguna. Sin embargo, no está dispuesto a involucrarse en la región en materia de seguridad ni a renunciar a sus alianzas con Irán, otro proveedor clave.

Arabia Saudí, de momento, pone de su parte. La cuna del Islam no ha proferido crítica alguna hacia la represión perpetrada contra minorías musulmanas como los uigures en la provincia de Xinjiang. Una campaña caracterizada por el régimen chino como antiterrorista, que ha llevado a implementar campos de reeducación por los que han pasado, de acuerdo a cifras oficiales, más de un millón de personas y que según el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas podría haber supuesto «crímenes de lesa humanidad». Nada, en definitiva, que una amistad naciente entre dos sistemas autoritarios no pueda ignorar.