La guerra de Putin agiganta a los dictadores árabes

El conflicto está teniendo una repercusión evidente en las economías más avanzadas por su dependencia energética de Rusia y de las potencias petroleras de Oriente Próximo. Los precios del petróleo y del gas se han disparado como consecuencia de la guerra en Ucrania, y han propiciado -según informa el Financial Times- que los países productores de petróleo del Golfo Pérsico prevean unos ingresos adicionales de 1,3 billones de dólares en los próximos cuatro años.

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El auge de la demanda, y como consecuencia de los precios, significa que los países del Golfo tendrán superávit presupuestario por primera vez desde 2014, según un informe del Fondo Monetario Internacional. El país líder en producción petrolífera, Arabia Saudí, experimentó por ejemplo un crecimiento del 9,9 por ciento de su PIB en los primeros cuatro meses de este año, en vivo contraste con Estados Unidos, que contrajo su economia un 1,5 por ciento.

Para los países productores de gas del mundo árabe también son excelentes noticias, ante la búsqueda apresurada de socios por parte de Europa para evitar el 'chantaje ruso', que parece inminente este mismo invierno. Aunque la Comisión Europea trata de coordinar una acción desde Bruselas, las ansiedades nacionales -dada la disparidad en su dependencia de Moscú- están provocando iniciativas distintas. Marruecos y Argelia se presentan como socios favoritos para proyectos de gasoductos para los países más cercanos, pero otros buscan cerrar acuerdos con Qatar, Egipto o Emiratos Arabes Unidos.

El halagüeño panorama económico para los productores de petróleo y gas por la guerra de Ucrania está teniendo también repercusiones políticas y diplomáticas, que apuntan según algunos analistas a un cambio en la geoestrategia de Oriente Próximo. En pocos meses, y sin que hayan mediado acontecimientos internos, el régimen fundamentalista de Irán ha dejado de ser la «bestia negra» para Washington y algunas capitales europeas más implicadas en la región.

Teherán se siente más fuerte -aunque las últimas elecciones en el Líbano han mostrado un retroceso del partido pro-iraní, Hizbolá, y en Irak los chiíes están enfrentados entre sí- y ve al alcance de la mano sentarse a la mesa con la Administración Biden para negociar el levantamiento de sanciones contra el régimen jomeinista. Otra potencia emergente en la región, la China comunista de Xi, aspira con sus alianzas a reemplazar la hegemonía de Occidente en el mundo árabe.

Pero a corto plazo, los más beneficiados por la guerra de Ucrania han sido los dictadores de Oriente Próximo. El 'hombre fuerte' saudí, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, ha sido rehabilitado por el presidente Biden, quien en su día le declaró «paria» por ordenar el asesinato del disidente Kashoggi, colaborador de 'The Washington Post'. Nadie, ni en Europa ni en Washington, pone ya en duda que el dictador Bachar al Assad es el vencedor de la guerra civil en Siria, gracias al apoyo de Rusia y de Irán. Y un poco más lejos, en la península de Anatolia, el gobierno autocrático del presidente Erdogan ha sabido aprovechar la crisis bélica para convertirse en mediador ineludible, tanto ante los gobiernos de Moscú como de Kiev, desplazando de ese papel a las capitales de la Unión Europea.