Gamila no quiere morir de hambre en Gaza: «Es durísimo no poder alimentar a tu bebé»
La falta de alimentos irrumpe como un elemento trágico más en una Franja partida en dos, donde en la parte norte no llega ayuda de ningún tipo y sobreviven a base de lo poco que encuentran en los mercados
La OMS advierte de la situación de «malnutrición severa» en el norte de Gaza, donde aún no ha llegado la ayuda
Shifa sostiene en sus brazos a su hija Gamila
Gamila nació el 16 de febrero y pesó 1,5 kilos. Desde entonces vive con su madre, Shifa, y cinco hermanos en la habitación de una escuela de Beit Lahia, al norte de Gaza, junto a otras treinta personas. Gamila (guapa, en árabe) es hija ... de una guerra en la que esta parte de la Franja ha quedado aislada del mundo. Su madre está desesperada porque no puede alimentarla. «Trato de darle pecho, pero como muy poco y tengo poca leche. Cuando llora mucho trato de engañarla con agua o con un dátil envuelto en una venda para que chupe y chupe, pero no siempre le calma».
Su desesperación aumenta cuando a su alrededor no para de escuchar noticias sobre casos de bebés enfermos y muertos por culpa del hambre. «No hay leche, no hay vacunas, no hay nada, después de cinco hijos varones esperé a una hija y cuando vino, nos ha tocado sufrir esta pesadilla. Es durísimo no poder alimentar a tu bebé», lamenta Shifa con resignación.
El hambre y la sed se cuelan en las casas, sótanos, tiendas y colegios en los que sobreviven dos millones de gazatíes desde hace cinco meses. No se ha declarado de manera oficial la situación de hambruna, pero según la ONU «hay medio millón de personas que en la práctica ya la sufren, no hay un flujo comercial de alimentos, los camiones con ayuda humanitaria entran a cuentagotas y tienen muchas dificultades para circular una vez dentro». En el colegio de Beit Lahia hay días en el que Shifa y quienes comparten la misma habitación sólo tienen un plato de sopa para ocho personas. Nada más.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha documentado la muerte de al menos diez niños por hambre y su portavoz, Christian Lindmeier, aclaró que se trata de «una marca muy triste. Por desgracia, cabe esperar que las cifras no oficiales sean más elevadas». Frente a la esta fotografía dramática que ofrecen las agencias de Naciones Unidas, autoridades y ejército de Israel repiten que «no hay límite para la entrada de ayuda» en la Franja. El discurso oficial no es compartido por todos los israelíes y expertos como el profesor Roni Strier, presidente del Consejo para la Seguridad Alimentaria, declaró recientemente en la televisión pública que más adelante se nos considerará responsables de uno de los mayores desastres humanitarios ocurridos en Oriente Próximo».
Israel bloquea Gaza por tierra, mar y aire y el suministro de agua potable y electricidad lleva cortado desde inmediatamente después de los ataques de Hamás del 7 de octubre. Desde el inicio de la operación militar, el ejército ha partido la Franja en dos. En el norte quedan cientos de miles de gazatíes como Shifa y la pequeña Gamila que desoyeron las llamadas a evacuar del ejército y allí apenas llega comida desde el exterior. En el sur, en Rafah, se concentra la mayor parte de la población y es la zona en la que más alimentos entran desde Egipto. La economía de guerra y la escasez han hecho que los precios se disparen en los mercados y el ramadán de este año se presenta como el más triste que recuerda la Franja, con las familias de luto por los seres queridos muertos, sin comida, sin mezquitas y con una población empobrecida al límite.
Preparados para el ayuno
«Esta vez estamos bien preparados para el ayuno porque en el mejor de los casos no comemos más de una vez al día, yo he perdido ya ocho kilos», explica Kayed Hamad, trabajador humanitario e intérprete de periodistas y diplomáticos que cuando estalló la guerra y su casa en la Ciudad de Gaza fue bombardeada decidió regresar a su Yabalia natal. Ahora sobrevive en un sótano de este campo de refugiados al norte de la Franja y, cada día que puede o encuentra transporte en un carro tirado por un burro, recorre los cinco kilómetros que le separan del mercado más cercano.
«Sólo quedan patatas pequeñas y están a diez euros el kilo, el arroz a veinte euros y es casi imposible de encontrar y ocurre lo mismo con la harina blanca. En caso de dar con harina supera los veinticinco euros. La carne y el pescado han desaparecido de nuestras vidas y la fruta de mejor calidad que podemos comer es el limón», explica Hammad, quien tiene a su cargo a siete personas de la familia. A su dieta diaria han incorporado plantas silvestres como la Jobisa, fácil de encontrar en invierno.
«Sólo quedan patatas pequeñas y están a diez euros el kilo, el arroz a veinte euros y es casi imposible de encontrar y ocurre lo mismo con la harina blanca»
Cocinan con leña y día a día van reduciendo las raciones para poder estirar al máximo los alimentos. Su dieta básica es el arroz porque en los primeros días pudieron comprar sesenta kilos, pero la reserva se va reduciendo y nadie sabe cuánto durará la guerra. «Todos hemos perdido peso y estamos jodidos, pero hay que gente que está mucho peor, como ocurre siempre», lamenta Hammad, que conoce de primera mano casos como el de Shifa y Gamila.
Sin agua potable
En el norte de Gaza no hay agua mineral y beben de los pozos. La agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNWRA) afirma que un setenta por ciento de la población bebe agua salinizada o contaminada. En la parte sur, la más próxima al paso de Rafah, se pueden comprar botellas de agua mineral a un euro por litro.
Israel hasta el momento no ha asaltado Rafah, ciudad donde se concentran 1,5 millones de personas, la mayoría desplazados del norte y centro de la Franja. La ausencia de bombardeos y de combates calle por calle permite que mercados, comercios, bancos y cafés sigan operativos. «Todo está abarrotado de gente y los precios han subido mucho, pero encuentras latas de conserva, harina, arroz, patatas y, si tienes mucho dinero, incluso puedes comprar azúcar que ya supera los veinte euros por kilo», explica la periodista hispano palestina Huda Emad, que cubre la guerra desde el primer día y se encuentra desplazada en Rafah, donde su hogar es ahora el coche Peugeot de su canal de televisión.
Huda come los platos que prepara la suegra de uno de sus compañeros como «judías verdes, potaje de berenjenas, patatas al limón… todos sin carne, por supuesto, porque el precio de la carne resulta prohibitivo aunque hay carnicerías abiertas y se puede comprar kebab». Durante el día se mueve por Rafah en busca de historias y «si encuentro una panadería abierta compro algo de pan o un bocadillo de falalel en algún puesto ambulante, pero hay que andar con ojo porque hacen cosas raras y te pueden mezclar cualquier tipo de legumbre cuando antes el falafel era sólo a base de garbanzo».
«Espero que Gamila sobreviva y pueda crecer en Gaza, en su casa»
Shifa, madre del bebé
El sur fue una vía de escape durante las primeras semanas, pero pasa el tiempo y muchos de los que están allí se arrepienten de haber dejado sus barrios. Shifa no piensa moverse de Beit Lahia bajo ningún concepto. Seguirá en el colegio, que está pegado a la que era su casa, ahora destruida, y las tierras de la familia. «Espero que Gamila sobreviva y pueda crecer en Gaza, en su casa», dice esta madre cuya lucha diaria es la supervivencia de la niña guapa de sus ojos que tantos años estuvo esperando.
Falta de dinero en los bolsillos
Otro de los problemas a los que se enfrentan los gazatíes es la falta de dinero. En el sur funcionan los cajeros automáticos y se pueden hacer envíos de dinero a través de algunas compañías que siguen operando con Gaza, aunque en ambos casos hay que esperar largas horas para poder retirar los billetes y pagar altas comisiones. Todo es en shekel, ya no quedan dólares, euros ni dinares jordanos.
En la parte norte la economía funciona gracias a los comerciantes de la zona que tenían dinero metálico guardado en sus casas. Todo el que puede conseguir que alguien desde el exterior le haga una transferencia se apresura a pasar ese dinero a una cuenta de uno de estos comerciantes para que este le entregue metálico. El problema es que las transferencias a los bancos de la Franja están muy controladas y en la mayor parte de ocasiones se echan para atrás y que todas estas operaciones dependen además de tener acceso a Internet, cosa que no siempre ocurre.