Elecciones en Taiwán bajo la amenazante sombra de China
La isla, independiente 'de facto', acude este sábado a las urnas bajo las advertencias e incursiones aéreas de Pekín, en unos comicios vistos como una disyuntiva entre la guerra y la paz
El fantasma de la guerra sobrevuela la campaña electoral de Taiwán
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Hay una isla. Entre la democracia y el autoritarismo, entre lo que el siglo XX fue y lo que el XXI será, entre las dos potencias globales, Estados Unidos y China, y sus respectivas visiones del mundo y el hombre, hay una isla, ... Taiwán, que este sábado acude a las urnas en ejercicio de una libertad amenazada. El interés soslaya a los candidatos, subyugado por contra ante una sombra: la de un conflicto tan contingente como previsible y sus planetarias consecuencias.
La disputa alrededor de Taiwán constituye, en esencia, la última batalla por librar de una guerra civil inconclusa, congelada en el tiempo desde hace setenta y cinco años. En 1949, los victoriosos comunistas de Mao Zedong fundaban la flamante República Popular China en Pekín mientras los derrotados nacionalistas de Chiang Kai-shek escapaban del continente, fijando en Taipéi la nueva capital de la República de China. La franja de mar hizo de una nación dos gobiernos, después sendos regímenes autoritarios, en última instancia ecosistemas políticos de sustrato común pero evolución propia hasta dejar, hoy, a un lado del estrecho de Formosa una poderosa dictadura, al otro una vibrante democracia.
Dicha divergencia explica la importancia que el régimen otorga a la «reincorporación» de Taiwán. Su tránsito demuestra cómo la cultura china no resulta incompatible con la libertad política, tampoco esta con la prosperidad económica. El territorio representa por tanto la única legitimidad alternativa, el único recuerdo de que Partido y Estado no suponen un solo concepto. Lo que está en liza, en definitiva, es el significado mismo de «China». Y, de manera incidental, el de «Taiwán».
Así, China considera a Taiwán, independiente de facto, una provincia rebelde a la que nunca ha renunciado a someter por la fuerza, el colofón de un relato propagandístico que conduce desde la humillación a manos de potencias extranjeras hasta la primacía mundial. Una cuestión existencial en la que no cabe el fracaso, un incentivo a la contención, pero de igual modo una meta irrenunciable, pues la misión trascendental del Partido Comunista nunca quedará completa sin la isla. Durante su último discurso de Año Nuevo el líder Xi Jinping volvió a recordarlo: la «reunificación» entre «compatriotas» es una «inevitabilidad histórica».
Caminos al desastre
La República de China –todavía el nombre oficial de Taiwán– representó al país en foros internacionales hasta que, en la década de los setenta, Estados Unidos estableció relaciones con la República Popular con el propósito de arrinconar a la Unión Soviética. La decisión inició un trasvase diplomático: a día de hoy, solo 12 de los 193 miembros de Naciones Unidas, más el Vaticano, reconocen al territorio. De este modo, la integración del gigante asiático en la comunidad global contribuyó a acabar con la Guerra Fría al tiempo que sentaba las bases de su reedición.
EE.UU. mantiene desde entonces el compromiso legal de acudir en auxilio de Taiwán, de acuerdo a un acta del Congreso promulgada en 1979, aunque nunca ha formulado la naturaleza de su respuesta a una hipotética invasión. Esta postura, caracterizada como «ambigüedad estratégica», aspira a afianzar el precario equilibrio del 'statu quo'. Ahora bien, su rol hegemónico depende en gran medida de lo que suceda en el estrecho de Formosa. No en vano el respaldo militar estadounidense sustenta la red de aliados colindantes: Japón, Corea del Sur y Australia.
En caso de que EE.UU. no asistiera a Taiwán y este cayera bajo control chino, dichos países se verían en la tesitura de realinear su posicionamiento para acomodar al Partido Comunista y su cosmovisión, todo un alud geopolítico. China no solo habría adquirido una posición dominante en la región que acumula la mayor parte de la población y la riqueza global, también ganaría acceso al Pacífico tras quebrar la «primera cadena de islas» y controlaría la industria de semiconductores de Taiwán, la más importante del mundo. Las premisas de una nueva supremacía, en definitiva. La alternativa opuesta, no obstante, perfila una guerra de magnitud inimaginable.
Un aliado dudoso
Por más que la hostil relación entre EE.UU. y China atraviese en la actualidad una tregua, Taiwán siempre estará en el medio. «Xi dijo que esta es la cuestión principal y la más potencialmente peligrosa [...], y expuso claramente que su preferencia es una reunificación pacífica pero inmediatamente después pasó a condiciones en las que podrían recurrir al uso de la fuerza», expuso un representante norteamericano en declaraciones filtradas a medios internacionales tras la más reciente reunión de ambos mandatarios, mantenida durante el foro APEC celebrado el pasado mes de noviembre en San Francisco. «Xi terció que la paz está muy bien, pero en algún momento tendremos que avanzar hacia una resolución más general«.
La última sacudida sigue fresca en la memoria. En agosto de 2022 estalló la cuarta crisis del Estrecho, cuando la por entonces presidenta de la Cámara de Representantes y, como tal, tercera autoridad de los EE.UU., Nancy Pelosi, protagonizó la visita de mayor rango diplomático en un cuarto de siglo. China reaccionó iracunda con unas maniobras militares sin precedentes, disparando al menos once misiles balísticos sobre la isla y ensayando a lo largo de cuatro días el bloqueo marítimo que precedería a su invasión.
No hay ninguna garantía de que EE.UU. vaya a ayudar a Taiwán con tropas en caso de ofensiva china, y la gente aquí es muy consciente», comenta Ross Darrell Feingold, abogado y analista político norteamericano residente en Taipéi desde hace tres décadas. «La guerra de Ucrania ha sido una lección. EE.UU. y sus aliados han proporcionado una enorme cantidad de armamento, asistencia médica y fondos pero no han movilizado a sus ejércitos, a diferencia de lo sucedido, por ejemplo, durante la invasión iraquí de Kuwait hace treinta años. Esto es una señal de alerta para Taiwán». La insularidad del territorio, además, supone un hecho diferencial. «China podría imponer un bloqueo naval y plantear en términos muy simples: dispararemos contra cualquier país que trate de romper el aislamiento».
Votar contra lo irremediable
Las opresivas aspiraciones de China, la pretensión de estabilidad de EE.UU. y el deseo de Taiwán de conservar su libertad componen el frágil escenario de estas elecciones. El Partido Democrático Progresista (PDP), el más combativo frente al régimen comunista, aspira a encadenar un tercer mandato consecutivo, en esta ocasión bajo el liderazgo de William Lai Ching-te, actual vicepresidente y favorito en las ajustadas encuestas.
«El 'statu quo' es dinámico», incide Huang Kwei-bo, profesor de Diplomacia en la Universidad Nacional Chengchi y antiguo vicesecretario general del Kuomintang (KMT), histórica formación y rival del PDP en las urnas. «La política desafiante del PDP ha sido el factor que más tensión ha generado, por eso me preocupa que una victoria de Lai provoque una reacción aún más intensa por parte del Partido Comunista Chino», señala. «Ahora, lo que Taiwán necesita es diálogo para ganar tiempo».
Chen Fang-yu, profesor de Ciencia Política en la Universidad Soochow, apunta sin embargo hacia afuera. «La ambición de China está creciendo. El momento clave fue la llegada al poder de Xi Jinping, él cambió todo». Por eso, opina que el resultado de las elecciones no tendrá un impacto sustancial en el curso de los acontecimientos. «Es imposible para Taiwán cambiar la ambición de China, es sagrada, está incluso recogida en los estatutos del Partido Comunista y en la Constitución. Lo único que Taiwán puede hacer es fortalecer su capacidad de disuasión, expandir sus alianzas, mejorar su defensa nacional y seguir indicando a China que estamos preparados para defendernos de una invasión». Entre la paz y la guerra, todavía, hay una isla.
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