Según las noticias que nos llegan, la versión de la ley votada la semana pasada por el Senado ha sido esta ... tarde refrendada por la Cámara de representantes, y ha pasado, por tanto, a la Casa Blanca para su promulgación.
Se había anunciado que el presidente la firmaría el sábado, día 4, día de la Independencia, pero Johnson tiene prisa y firmó anoche mismo. Desde el instante de la firma la ley se aplica en toda la nación, Norte y Sur, Este y Oeste.
La ley garantiza a todos los ciudadanos norteamericanos el derecho al trabajo, a la enseñanza, al voto y a la vivienda, sin ninguna clase de discriminación por el color.
El negro podrá ir a cualquier hotel, a cualquier teatro, a cualquier bar, a cualquier urinario, y habrá que aceptar su presencia. Si se piensa que en la vieja ciudad floridana de San Agustín hubo la semana pasada motines sangrientos porque los negros pretendían bañarse en las aguas del océano Atlántico y tomar el sol en sus grandes playas, se comprenderá lo importante de la ley... y sus problemas.
Hace exactamente un año y veintiún días que el difunto John Kennedy envió el proyecto de ley al Congreso. El proyecto ha sido enmendado, más en su forma que en su espíritu, y es esencialmente el que redactaron los expertos de Kennedy.
Kennedy no inventó la crisis negra. La crisis empezó hace cien años cuando Lincoln firmó la emancipación de los esclavos. Kennedy se limitó a diagnosticarla, como un médico diagnostica un caso de cáncer, y propuso una difícil e incierta operación quirúrgica para atajar el mal. Una operación peligrosa, pero de una urgencia inevitable...
Ayer Johnson, sucesor de Kennedy, firmó la ley de Derechos cívicos del negro. Aunque Johnson, hombre del Sur, se opusiera en sus días de senador a una ley de semejante alcance, ahora, como presidente, ha tenido que aceptar la realidad y estampar su firma al pie del importante documento.
Lo ha hecho sabiendo que se echa encima a los políticos sureños de su propio partido, a los senadores y representantes y a tos caciques de los Estados del Sur; pero lo ha hecho porque en política no se pueden ignorar las realidades de un país.
Lo mismo puede decirse de la derecha republicana, que se ha coaligado esta vez con el ala liberal demócrata para hacer posible la ley, aprobada por el Senado con mayoría decisiva, exactamente como en la Cámara de Representantes.
Estados Unidos ha dado así un paso histórico, de difícil rectificación. La corriente de los ríos no se remonta fácilmente. No basta con que en el Sur, en Mississippi, el Ku-Klux-Klan pegue carteles en las calles pidiendo que los ciudadanos se alisten a la organización de la «América Blanca», clamando contra la «mulatización» y rechazando a «los judíos, papistas, turcos, mongoles, tártaros, orientales y negros», ni que Malcolm X., el separatista negro, proclame el envío de guerrillas armadas a Mississippi para proteger a su gente contra «el terror y la brutalidad». No basta.
Una ley, nacional, aprobada por un Congreso representando a la inmensa mayoría de América, encauzará poco a poco el conflicto más grave de esta sociedad.
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