El Congo y Ruanda alcanzan un histórico acuerdo de paz con la mediación de EE.UU.

El acuerdo, que deberá firmarse el próximo 27 de junio en Washington, ha sido posible gracias a la mediación del secretario de Estado norteamericano Marco Rubio. El proyecto de acuerdo incluye «disposiciones sobre el respeto a la integridad territorial y la prohibición de las hostilidades: la retirada, el desarme y la integración de los grupos armados no estatales».

Washington exige la retirada completa de las fuerzas ruandesas del Este del Congo: entre 7.000 y 12.000 soldados, según estimaciones estadounidenses. Este punto sigue siendo un ultimátum innegociable.

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Este acuerdo-borrador se ha producido después de que el M-23 haya invadido este año las ciudades estratégicas de Goma y Bukavu, en el este del país y muy cerca de la frontera ruandesa. Esta guerra lleva 30 años enquistada y ha dejado más de 6 millones de muertos desde 1996.

En esta zona de combate se mezclan el M-23, las FARDC y los Wazalendo. Estos últimos son la Fuerza del Despertar Patriótico para la Liberación del Congo, más conocida como Wazalendo (patriotas en swahili). Es un grupo de combatientes irregulares de la provincia de Kivu Norte formado por grupos rebeldes aliados a los militares de las FARDC.

Sin embargo, se calcula que hay más de 100 grupos armados en Congo, «muchos de ellos milicias locales que tratan de proteger sus comunidades después de más de tres decenios de agitación», explican en Amnistía Internacional.

El mes pasado se intentaron dos acuerdos de alto el fuego que finalmente rechazó unilateralmente el grupo rebelde M-23 por considerar que no se daban las condiciones adecuadas. Mientras tanto, se cuentan por miles los ciudadanos congoleños desplazados a campos de refugiados en países fronterizos como Burundi, Uganda y Tanzania.

Mientras tanto, Ruanda ha negado sistemáticamente las acusaciones de la ONU sobre su apoyo al M-23 y sostiene que su seguridad está amenazada por grupos armados en la región, en particular las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), creadas por antiguos responsables hutus del genocidio tutsi en Ruanda.

Analistas y periodistas consultados por ABC ven con escepticismo la posible firma final de este acuerdo de paz. Julián Gómez-Cambronero, autor del libro «¿A quién le importa el Congo?», considera que «una de las cosas que más me sorprende es lo alejados que están de la realidad todos los participantes, incluido el mediador EE.UU., si pretenden acabar con toda la violencia en el Este congoleño. Lo que allí se vive, ya antes del resurgimiento del M-23, es una situación muy compleja con decenas de grupos armados, que no participan en este acuerdo, y muchos intereses privados e internacionales. También es una ilusión conseguir un acuerdo de paz efectivo sin que participe el M-23. Temo un fiasco más para el pueblo congoleño, con un acuerdo sobre el papel que solo resuelva las pretensiones de EE.UU. sobre minerales críticos frente a China y nuevos ingresos para Ruanda».

Plotin Yambenga, periodista radiofónico congoleño, opina que «la firma de este acuerdo es muy bienvenida en Kinshasa porque pondrá fin a las hostilidades que han causado la muerte de miles de personas durante tres décadas. Tras leer el texto, me doy cuenta de que se trata de un acuerdo beneficioso para la RDC y su pueblo. Sin embargo, creo que hay una falta de sinceridad por parte de Ruanda, que ha debilitado su economía con las minas de sangre. Firmar este acuerdo es aceptar, en cierto modo, el hundimiento de la economía ruandesa, a pesar de que salvará vidas humanas. Hace quince días, el presidente ruandés no daba señales de vida. Y según la información que obra en mi poder, incluso nombró a su primer ministro para garantizar la paz. Esto podría considerarse una estrategia de Kagame para evitar la firma del acuerdo el 27 de junio. Su ausencia en Washington, como ocurrió en Luanda en diciembre de 2024, será la prueba de una falta de sinceridad y de otro fracaso en la búsqueda de la paz en el este de la RDC».

El posible acuerdo tiene, sin duda, el foco puesto sobre la riqueza mineral congoleña. De ahí que el gobierno de Donald Trump haya decidido dar un giro a su estrategia geopolítica para intentar desplazar a China y hacerse con los minerales. Los analistas internacionales coinciden en que la nueva Administración americana está muy interesada en el país africano, que posee el 87% de las reservas mundiales de coltán, mineral clave en la fabricación de baterías de coches eléctricos, smartphones o tablets.