El club de tiro donde practicaba el joven que intentó matar a Trump: «Nos acusan de entrenar a francotiradores»
ABC visita las instalaciones donde afinaba su puntería Thomas Matthew Crooks, el joven que estuvo a punto de matar en julio al expresidente republicano en un mitin en Butler
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Enviado especial a Clairton (Pensilvania)
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Iniciar sesiónEs imposible saber qué pasaba por la cabeza de Thomas Matthew Crooks, el joven de 20 años que estuvo a milímetros de acabar con la vida de Donald Trump en julio. Subido a una azotea de una nave industrial cercana a una explanada ... de Butler, una localidad del noreste de Pensilvania en la que el expresidente daba un mitin, disparó con un rifle semiautomático al candidato republicano. Trump giró la cabeza en ese momento de manera milagrosa y la bala solo rozó su oreja. Crooks fue abatido segundos después por el Servicio Secreto, donde han llovido las críticas y las dimisiones por los fallos en la protección del expresidente.
Sí sabemos dónde se preparó Crooks para un disparo que podría haberse convertido en una de las páginas negras de la historia de EE.UU.: una loma con una pendiente suave que acoge el campo de tiro para rifle del club de Clairton, también en Pensilvania, a una hora y media al sur de Butler. Crooks era socio.
Este periódico recorre el Clairton Sportsman Club tras el regreso multitudinario de Trump a Butler, un gesto de gran peso político en la recta final de la campaña. En el campo de tiro para rifle, entre matorrales frondosos, hay dianas a tres distancias. La última está a 200 yardas, algo menos de 200 metros. Crooks disparó a Trump a unos 150 metros. Hay una decena de puestos desde los que disparar. Cada uno tiene un soporte de hormigón en el que reposar el rifle y apuntar. Aquí estuvo Crooks con un rifle AR-15 de estilo militar, igual que el que usó en el atentado. Quizá imaginando el rostro del expresidente en la mirilla.
«Los miembros del club no conocían a este chico», dice desde la sede del club Bill Sellitto. Pero él sí. Es el presidente del Clairton Sportsman Club, que tiene 2.200 socios, y sigue los registros de nuevos miembros. «Era alguien solitario, no se implicaba en las actividades del club. Y tenía cara de crío», asegura desde la sede social, entre trofeos de ciervos, alces y antílopes. También hay un oso disecado enorme. «Un socio lo mató en Alaska», explica.
Varios socios toman cerveza en un pequeño bar de la sede, en penumbra. Ni ellos ni Sellitto se alegran de ver a periodistas de visita por allí. «Tuvimos tres semanas de infierno después del intento de asesinato», cuenta el presidente. «Nos han acusado de entrenar a francotiradores. Aquí solo venimos a disfrutar y a promover esta afición», dice sobre el tiro.
El club es idílico. Los campos de tiro están entre colinas boscosas, con los acentos de los primeros colores del otoño. Los pavos salvajes aparecen por los caminos. Es la última hora de la tarde y apenas se escuchan tiros de un par de socios. Aquí también se entrenan fuerzas de seguridad, pero ahora la tranquilidad es absoluta.
«Me gustaría saber qué tipo de drogas se metía», dice Sellitto sobre Crooks, cuando se le pregunta cómo entiende que esta afición se transforme, como por desgracia ocurre tantas veces en EE.UU., en violencia.
Normalidad en la casa del atacante
Las autoridades todavía no han establecido conclusiones definitivas sobre la motivación de Crooks. Era un chico solitario, registrado como republicano en el censo de votantes, pero que había hecho pequeñas donaciones monetarias a causas liberales. Su vida parecía encuadrada en la más absoluta monotonía.
La que era su casa está en Bethel Park, a menos de media hora del club de tiro. Como ocurre en estos episodios de violencia, nadie podría pensar que este sea el caldo de cultivo del atacante. Está en un barrio tranquilo a las afueras de Pittsburgh, la segunda mayor ciudad de Pensilvania, donde nunca pasa nada. No se ve un alma por las calles, solo circula una furgoneta de reparto de Amazon entre jardines cuidados y casas sencillas. La casa de los padres de Crooks, donde vivía el joven, es el paradigma de la normalidad. De ladrillo rojo y de una planta. Con una ranchera azul fuera y paquetes de correo sin recoger en la puerta.
«Por aquí era como un fantasma», dice Selitto sobre Crooks. Ese fantasma se hizo carne en Butler y estuvo incomprensiblemente cerca de desatar una pesadilla en Estados Unidos.
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