China y EE.UU. recurren al cambio climático para darse un respiro

El enviado especial John Kerry visita Pekín para retomar la cooperación medioambiental y frenar la hostilidad creciente entre las dos potencias

La economía de China se atasca tras la pandemia

El enviado presidencial especial de EE.UU. para el clima, John Kerry, y el primer ministro chino, Li Qiang, antes de una reunión en Beijing, China EFE

Jaime Santirso

Corresponsal en Pekín

China y Estados Unidos buscan una bocanada de aire fresco. Retomar la cooperación en materia de cambio climático no solo aspira a acelerar la gestión contrarreloj de la emergencia global, también –y de modo aún más acuciante quizá– romper el ciclo de confrontación creciente ... entre las dos potencias. Un encargo trascendental que lleva a John Kerry, enviado especial para el Clima, a Pekín, donde hoy se ha reunido con la plana mayor del régimen.

El jefe de la diplomacia china, Wang Yi, ha recibido esta mañana al representante estadounidense en el Gran Palacio del Pueblo. Allí, en el corazón de la capital china, ambas comitivas han mantenido un encuentro de tono constructivo. «El mundo realmente está mirándonos en busca de liderazgo, particularmente en la cuestión del clima. El clima es una cuestión global, no una cuestión bilateral. Es una amenaza para toda la humanidad», ha advertido Kerry durante su intervención inicial.

Para ilustrar el apremio ha hecho referencia a la temperatura más alta en la serie histórica de China, 52,2 grados, registrada este mismo fin de semana por una estación meteorológica en la provincia de Xinjiang. Wang ha reaccionado con una sorprendente interrupción para cuestionar el dato, ilustración a su vez de la naturaleza dudosa de toda información oficial en el país. «Las previsiones son mucho más serias de lo que nunca han sido», ha reiterado Kerry.

Se trata de la tercera visita a China desde que el primer enviado especial del Clima asumiera un cargo creado por la Administración Biden en 2021. El viaje, de tres días de duración, comenzó ayer lunes con una reunión durante más de cuatro horas con su contraparte chino y «viejo amigo», Xie Zhenhua. Dialogaban en la sala, por tanto, los dos países más contaminantes del planeta: el 26% de los gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera procede de China y el 13% de EE.UU., según datos de 2018 recabados por la Agencia Internacional de la Energía.

Ahora bien, EE.UU. genera más toneladas per cápita, 19 frente a 8,5, y también lidera el acumulado histórico desde la revolución industrial en 1750: 25% por 12%, en este caso con la Unión Europea en segundo lugar con 22%. Esta última perspectiva –es decir, el derecho de los países en vías de desarrollo a contaminar para modernizarse como antes hicieran las economías avanzadas– representa uno de los principales puntos contenciosos, así como el elevado consumo de carbón y metano por parte de China.

Estas cuestiones frontales, sin embargo, solo presentan la fachada de una visita cuyas pretensiones van más allá. Ambas potencias dicen soñar con arreglar del mundo para, de paso, arreglar también sus lazos. Wang hacía hincapié en la necesidad de «una relación sana, estable y sostenible entre China y EE.UU.». «Nuestra esperanza es que esto sea el principio de una nueva definición de cooperación y capacidad de resolver diferencias entre nosotros», coincidía el norteamericano. Las expectativas resultan modestas: en su última entrevista, el diplomático chino ya le avisó de la imposibilidad de desvincular la cooperación medioambiental de otros temas bilaterales, mucho más espinosos.

En busca de una tregua

Kerry alarga así la procesión de mandatarios estadounidenses por la capital china, tras los respectivos viajes de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, hace dos semanas y el secretario de Estados, Anthony Blinken, en junio –seguido de un aparte con el propio Wang durante una cumbre de ASEAN en Yakarta la semana pasada–. Semejante frenesí diplomático responde al interés mutuo de serenar una relación que en el último lustro ha caído en una peligrosa espiral de hostilidad explícita. El cara a cara de Joe Bien y Xi Jinping durante el G20 de Bali en noviembre del año pasado sentó las bases de un acercamiento, el cual saltó por los aires con el supuesto globo espía chino detectado sobre EE.UU. en febrero.

Kerry ha mantenido asimismo su discurso conciliador durante una reunión posterior con el primer ministro chino, Li Qiang. «Ahora estamos en un punto en el que, gracias a los esfuerzos del presidente Biden y el presidente Xi para tratar de estabilizar la relación, ahora podemos, espero, progresar entre hoy y la cumbre del COP28 en Emiratos Árabes Unidos este diciembre». «Depende de China, de EE.UU. y de todos los países del mundo fortalecer la coordinación con consenso y velocidad de acción», ha apostillado Li.

El receso que ambas partes persiguen parece, esta vez sí, factible. La necesidad resulta particularmente aguda para China, incapaz de reactivar su economía pese al final de la política de covid-cero que durante los últimos tres años mantuvo al país sometido al virus y aislado del resto del mundo. Nuevas crisis, no obstante, ya aguardan a la vuelta de la esquina. Como el inminente paso por EE.UU. –en tránsito hacia Paraguay– de William Lai, candidato a reeditar el gobierno del Partido Progresista Democrático al frente de Taiwán en las elecciones presidenciales del próximo enero. Pero ahora, hasta nuevo anuncio, es momento de tomar aire.

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