Así se censuraron las adicciones y los lucrativos negocios de Hunter Biden en Ucrania y China

A todas luces, en unas circunstancias normales, la mera existencia del pasado de Hunter Biden sería un lastre para su padre, un motivo de preocupación constante en la Casa Blanca, como lo fueron en su día los negocios en Libia del hermano de Jimmy Carter o los contactos con el hampa del hermanastro de Bill Clinton. Los escándalos de Hunter Biden, sin embargo, han sido cuidadosamente sepultados por la prensa generalista y las redes sociales, tanto EE.UU. como en el extranjero.

Se trata de un efecto colateral de monumental campaña de desinformación rusa, que sacudió el sistema político en las elecciones de 2016 y ha provocado una suerte de estrés postraumático que ha facilitado que florezca algo similar a un escrupuloso régimen de autocensura. Esa autocensura la admitió la semana pasada un grupo de directivos de compañías digitales que testificó en el Capitolio a petición de los republicanos.

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«Cometimos un error», confesó contrito el miércoles en la vista oral en el Capitolio Yoel Roth, que durante la campaña presidencial de 2020 supervisaba la política de filtrado de contenido en Twitter. «Hubiera sido una insensatez rechazar entonces la posibilidad de que Rusia podía volver a las andadas», añadió.

Se refería Roth a una exclusiva sobre negocios de Hunter Biden en Ucrania aniquilada por Facebook y Twitter tres semanas antes de las pasadas elecciones presidenciales. El 'New York Post' publicó el 14 de octubre de 2020 una noticia bomba, revelaciones sobre negocios del hijo del entonces candidato demócrata, obtenidas de correos electrónicos de un ordenador portátil abandonado en un servicio técnico de Delaware en 2019. En las comunicaciones se discutían negocios millonarios, con transferencias exorbitantes, en Ucrania y China, y la información del 'Post' apuntaba a que el hijo de Biden se había aprovechado del apellido familiar para medrar y enriquecerse. La primera plana del tabloide exclamaba: «Los correos secretos de Biden».

Era, de manual, lo que en la jerga política de Washington se suele llamar una «sorpresa de octubre», una exclusiva escandalosa que semanas antes de las elecciones presidenciales, que siempre son el primer martes de noviembre, suele dar un vuelco en las encuestas, y hasta puede decidir las elecciones, aunque no siempre es así. Por ejemplo, cuando en 2000 un abogado reveló a un periodista de la revista 'Time' que George W. Bush había sido detenido años antes por conducir borracho, o cuando en 2008 la agencia Ap reveló que una tía keniana de Barack Obama vivía en EE.UU. sin los debidos papeles migratorios.

La sorpresa de Biden, sin embargo, pasó casi del todo desapercibida. La prensa generalista, escaldada por la experiencia de los famosos correos de la campaña de Hillary Clinton, obtenidos por el espionaje ruso en una operación de desinformación, le hizo el vacío al 'Post'. Y las plataformas digitales, en la misma tesitura, constantemente acusadas de pasividad ante las injerencias de Moscú en la campaña de 2016, procedieron a censurar los enlaces con esas noticias.

Antes, el FBI y la CIA les advirtieron de la posibilidad de una nueva campaña de desinformación rusa. Y lo cierto es que, aunque los correos del portátil fueran ciertos, emergían entre una gran abundancia de desinformación real, intentos de los republicanos de demostrar que en realidad fue Joe Biden en persona quien se benefició de negocios en Ucrania y China por medio de su familiar, una afirmación que no tiene fundamento alguno.

Cuando en vísperas de las elecciones un perfil en Twitter trataba de compartir la información del 'Post', un mensaje le explicaba por qué no le era posible: «El enlace ha sido identificado por Twitter o nuestros socios como posiblemente dañino». Preguntada en aquella época por ABC, entonces la compañía explicó en un correo que desde 2018 había adoptado la política de «prohibir el uso del servicio para distribuir contenido obtenido sin autorización», obviando que con esa regla las más importantes revelaciones periodísticas nunca habrían visto la luz. Las peticiones que más explicaciones quedaron sin respuesta.

En la Casa Blanca, Donald Trump clamaba para que por fin salieran a la luz los presuntos escándalos de los negocios de la familia Biden en Ucrania, algo que le había valido en 2020 su primer 'impeachment', o juicio político, por presionar al presidente de ese país en una llamada telefónica. Tantas y tantas veces había denunciado falsamente el entonces presidente censura de las tecnológicas y los medios, que cuando esta de verdad llegó, prácticamente nadie le hizo caso.

Era aquel un otoño de pandemia y elecciones, con la resaca de la protesta racial y el recuerdo reciente de disturbios y saqueos. El 'Post' era al fin y al cabo un tabloide trumpista, propiedad del magnate Rupert Murdoch, amigo de Trump. Joe Biden mantuvo su distancia en las encuestas, y se impuso con comodidad, ganando hasta en bastiones conservadores como Georgia y Arizona. En estos, sin embargo, lo hizo por la mínima, y muchos republicanos creen todavía que si los negocios de su hijo se hubieran conocido, tal vez hoy viviría EE.UU. bajo el segundo mandato de Trump.

«Una serie de autócratas de las grandes tecnológicas han abusado de un poder sin límites que les ha permitido suprimir la libertad de expresión para amplificar sus propias preferencias políticas», dijo en la vista oral del miércoles el nuevo presidente de la comisión de Control del Gobierno, el republicano James Comer. Los conservadores se hicieron con el control de la Cámara de Representantes en las elecciones parciales de noviembre de 2022, y una de sus primeras decisiones ha sido investigar los negocios de la familia Biden y la censura de las informaciones sobre ellos de las compañías tecnológicas. Según añade después Comer, «varios miembros de la familia Biden tienen la costumbre de traficar influencias en los más elevados niveles del Gobierno para enriquecerse, en muchas ocasiones en detrimento de los intereses nacionales».

Antes de la comparecencia en el Capitolio de los exdirectivos de Twitter, el nuevo dueño de la red social, Elon Musk, entregó a los periodistas Matt Taibi y Bari Weiss miles de documentos internos de la compañía que confirmaban esa censura. Ambos revelaron que la campaña de Biden no pidió a Twitter que suprimiera la noticia, sino que su silenciamiento fue decisión de los mismos directivos.

En 2022, ya con Biden instalado en la Casa Blanca, ocupado en otros asuntos como la retirada de Afganistán o la invasión de Ucrania, la prensa generalista norteamericana validó los correos de Hunter Biden. El ordenador personal existió, las comunicaciones eran ciertas, los contactos con sospechosos empresarios y conseguidores ucranianos y chinos sí se dieron, tal y como publicaron, ya un año y medio después, el 'Washington Post', el 'New York Times', la cadena CBS y muchos más.

Pocos han entonado después el 'mea culpa'. Algunas voces disonantes claman solas desde sus limitadas tribunas. Es el caso del columnista conservador del 'Washington Post' Marc Thiessen, que es además investigador en el American Entreprise Institute. Según opina Thiessen, «esto es un escándalo que parece implicar un acuerdo ilícito entre el FBI, la Inteligencia y las plataformas de redes sociales para bloquear una noticia válida que podría haber dañado a Biden y ayudado en la campaña de reelección de Trump».

Ahora todo queda ya en manos del Ministerio Público. Falta ver si los fiscales de Delaware, donde residía Hunter Biden y donde apareció su ordenador, creen que procede imputarle delito alguno. Y si en esta ocasión los medios y las redes sociales le darán el valor informativo que tiene.