Brasil, entre el aislamiento y la integración
En Brasil puede ocurrir lo que pasó en Perú con el fujimorismo y en Colombia con el uribismo. La nostalgia sirve para fraguar éxitos de taquilla, pero quizá menos para entusiasmar a electorados ansiosos de cambios y nuevas esperanzas
Segundas partes nunca fueron buenas en Latinoamérica
Todo el mundo recuerda las palabras efusivas con las que Obama, por allá en 2007, cuando la demanda de materias primas hinchaba las arcas de los países latinoamericanos, se refirió al presidente Lula. «Es uno de los políticos más populares del mundo», dijo, y un ... par de años después, al verlo en el G-20, insistió en lo mismo. «I love this guy», añadió entonces. Lo que se sabe menos es que diez años más tarde, en sus memorias, matizaría por completo su entusiasmo. En aquel libro Obama insistía en que Lula era un político carismático, pero inmediatamente añadía que corrían rumores sobre su inclinación al amiguismo y a facilitar sobornos millonarios.
Ni en sueños habría imaginado Obama que Lula volvería a la arena política, y mucho menos que tendría posibilidades de hacer lo que para él resultaría imposible: convertirse nuevamente en presidente de su país. Y sí, la posibilidad está ahí. Lula ganó la primera vuelta de las elecciones con un sólido 48,43% de los votos, algo que predijeron las encuestas. Lo sorpresivo fue que su oponente no se desplomó, como se había previsto. Lula, que parecía ser el activo más eficaz para impedir la reelección de ese desastre llamado Bolsonaro, no logró sacar una ventaja decisoria.
Tal vez Obama no fue el único en advertir el desgaste del proyecto lulista, que sigue arrastrando los escándalos de corrupción –el mensalao y el Lava Jato– y el parón económico que frustró los anhelos de convertir a Brasil en una potencia global. Queda la segunda vuelta, desde luego, y una alianza con la tercera en disputa, Simone Tebet, podría bastarle a Lula para ganar la Presidencia. Pero con más de diez millones de votos en disputa y un clima electoral febril y violento, todo queda en el aire. En Brasil puede ocurrir lo que pasó en Perú con el fujimorismo y en Colombia con el uribismo. La nostalgia sirve para fraguar éxitos de taquilla, pero quizá menos para entusiasmar a electorados ansiosos de cambios y nuevas esperanzas. Ese será el reto de Lula: espantar el tufo vintage de su candidatura y mostrarse como algo más que un antídoto al filofascismo bolsonarista.
El resto del continente también esperará en vilo los resultados, por varias razones. Un hipotético triunfo de Bolsonaro frenaría la tendencia continental de echar del poder a quien gobierna, lo cual le daría esperanzas al peronismo de cara a las elecciones del próximo año en Argentina. Más determinante aún, frenaría la marea izquierdista que volvía a extenderse por toda la región con los triunfos de Xiomara Castro en Honduras, de Pedro Castillo en Perú, de Boric en Chile y de Gustavo Petro en Colombia. Y también por otra razón fundamental. Bolsonaro se ha mostrado muy poco interesado en sumarse a los proyectos regionales, y en lugar de buscar la complicidad de sus colegas vecinos ha preferido la de Trump. Lula, muy por el contrario, estuvo cerca de los Castro y heredó de ellos la urgencia por forjar alianzas continentales.
El reto de Lula e espantar el tufo vintage de su candidatura y mostrarse como algo más que un antídoto al filofascismo bolsonarista
Con Bolsonaro, Brasil saldría de América Latina; con Lula, entraría. Aunque en ese caso las cosas no serían como hace diez o quince años, cuando Chávez, Correa, Mujica, Ortega, Morales y los Kirchner parecían capaces de establecer alianzas y crear instituciones con mucha influencia en el continente. Sin arcas pletóricas y con un electorado insatisfecho y sectario, muy polarizado y poco tolerante a la frustración, la prioridad de los presidentes actuales es resolver los asuntos internos para sobrevivir políticamente. Puede que fantasías americanistas como la creación de una moneda común o un sistema de defensa sudamericano sigan rondando a Lula, pero en estos momentos, en medio de intensos odios políticos, con sofocar el bolsonarismo y completar un hipotético tercer período presidencial ya habría logrado suficiente.