Calais, el rompeolas migratorio hacia un Reino Unido convulso
En una Europa tensionada y pese a las políticas cada vez más restrictivas, decenas de migrantes siguen cruzando a diario el canal de la Mancha
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Ignacio Gil y Rocío Gayarre
Enviado especial a Calais (Francia)
Solo quedan 33 kilómetros para terminar su larga huida hacia lo que para ellos es la libertad y una vida segura. Es la distancia que separa Francia del Reino Unido por el canal de la Mancha, una de las zonas marítimas con mayor tráfico a ... nivel mundial. Por él transitan más de 600 navíos comerciales a diario; y esa intensa circulación naval, unida a las condiciones meteorológicas, hacen que la ruta desde el paso de Calais sea especialmente peligrosa. En lo que va de año, ya han fallecido 27 personas intentando cruzar el Canal. «Esa es la cruel paradoja: para salvar sus vidas, tienen que arriesgarlas», explica a ABC Flore, coordinadora de la oenegé L' Auberge des Migrants.
Son las dos de la madrugada y no se ve a nadie por las calles de Calais. El equipo de la asociación humanitaria Utopía 56, liderado por Julie y Angèle, empieza el denominado 'maraud': el merodeo. Se trata de rondas de vigilancia que recorren los puntos más sensibles de los 86 kilómetros de costa francesa entre Bologne-Sur-Mer y Dunquerque. «No podemos evitar que crucen, pero les damos la información básica para que conozcan el peligro y minimicen los riesgos. Si se da una situación de naufragio, pueden llamarnos», explican. Y precisamente eso es lo que ocurre esa misma noche. Aún no ha amanecido y el teléfono suena. Hay un grupo de personas cuya lancha se ha hundido. El equipo de Utopía 56 actúa con eficacia y logra localizar a una treintena de personas que estaban embarcadas. Vienen de Pakistán, India, Siria, Afganistán, Eritrea y Yemen.
Es la sexta vez que Alí -nombre ficticio- intenta cruzar el canal de la Mancha. «No importa, sólo pienso en lograrlo. En mi país he visto guerra y destrucción. Ya no tengo miedo a nada y sé que no puedo volver». Aunque esta vez ha fracasado, lo volverá a intentar; está convencido de ello. Mientras toma un té de canela, Alí se lleva la mano al corazón como gesto de agradecimiento. «La vida de refugiado no es bonita. Está llena de obstáculos y traumas. Cuando estos voluntarios nos dan de beber y comer, nos dan ropa seca, nos están diciendo que importamos y que no estamos solos».
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Ivannia Salazar | Corresponsal en LondresToda una travesía
El viaje hasta la costa de Calais es largo. Alnogomi, de 27 años, lo sabe bien. Hace nueve meses huyó de la guerra en Sudán, donde era profesor. Llegó al infierno de Libia; de ahí pasó a Argelia y, luego, a Túnez, desde donde cruzó el Mediterráneo en su tercer intento hasta Italia. El resto del camino hasta Calais lo hizo principalmente a pie. «Mi viaje ha sido largo. Quizás hay otros más largos, pero cada uno tenemos una historia propia que contar. En mi país, la población civil ni siquiera entendemos los motivos del conflicto, pero al final somos las víctimas inocentes. He visto morir a amigos y familiares. No hay otra solución que salir». El joven sudanés ahora espera su oportunidad para cruzar el Canal. No sabe cuándo lo hará. Puede ser esta misma noche o tal vez nunca. «Hay que estar preparado, aunque, al final, tienes que contar con un golpe de suerte». ¿Qué pasa si no lo consigue? «Seguiré buscando refugio. No voy a parar», dice.
Cada año, más
Desde 2018 -cuando comenzó el seguimiento de las autoridades británicas de la frontera- el número de embarcaciones que cruzan el Canal aumenta cada año. Afganistán, Irán, Turquía, Eritrea e Irak son los países de donde vienen la mayoría de quienes esperan en Calais su oportunidad. Y en los últimos meses han aumentado los procedentes de Sudán, Sudán del Sur o Vietnam.
El pasaje de un vietnamita no vale lo mismo que el de un afgano o un sudanés. Según la nacionalidad varía entre los 3.000 y 1.000 euros. Pero no solo hay que tener dinero para pagar el pasaje. También el valor necesario para embarcar en una lancha en condiciones infrahumanas. Mónica, etíope, escapó de su país tras ser amenazada por comandos rebeldes. Hace dos semanas que llegó a Calais, pero tiene mucho miedo a cruzar. «He probado dos veces. La primera, la Policía nos detuvo en la orilla; la segunda, la barca iba tan sobrecargada que se anegó». A pesar del miedo, sueña con entrar en el Reino Unido.
«El tráfico de drogas ya no se ve aquí. Es más lucrativo comerciar con personas y las mafias están ganando millones a costa de su desesperación», explica Rasta, responsable del centro de día de Cáritas Francia en Calais. «Aquí les damos cargadores, comida, café, aseo; hay una zona de enfermería y otra de costura. Les damos asesoramiento y esperanza y, sobre todo, no les juzgamos», cuenta Rasta. De fondo, la música africana resuena por todo el espacio.
Otra organización que trabaja en el terreno es Médicos Sin Fronteras. Alertados por el vacío de atención médica y, en especial, con los menores no acompañados, decidieron abrir en 2023 otro centro de día para ellos. «Los más jóvenes pueden sentir más miedo, son más vulnerables a daños psicológicos y acceden con más dificultad a los servicios. Aquí pueden descansar, también organizamos actividades como ir al cine o a la bolera. Es fundamental recuperar su estatus de niño», comenta Feyrouz Lajili, coordinadora de MSF en Calais.
«El tráfico de drogas ya no se ve aquí. Es más lucrativo comerciar con personas», explica Rasta, responsable del centro de día de Cáritas Francia en Calais
Este invierno, hasta 4.000 personas han estado en tránsito, según la organización L'Auberge des Migrants. A pesar del gran número de migrantes que llegan, sorprende que en el centro de la ciudad prácticamente no se dejan ver. Flore lo confirma. «Antes sí se veían. Con las leyes actuales, se les ha echado del centro y desmontan los campamentos a los pocos días. Se les ha logrado invisibilizar. Si no los ves, no existen; y si no existen, no hay problema».
¿Se puede acabar con esta tragedia humanitaria? Todas las organizaciones coinciden. «Hay que establecer vías legales para los solicitantes de protección internacional. No se pueden admitir estos métodos de paso de fronteras tan extremadamente peligrosos donde solo ganan unos: los traficantes».
Otro amanecer, otra llamada de emergencia. Un grupo de 70 personas acaba de llegar a la estación de tren de Wimereux tras el naufragio de su barca. Los voluntarios comienzan con el reparto de comida y ropa seca. Algunos de los supervivientes aún llevan los chalecos salvavidas. La ropa mojada la tienden al sol. Saben que han tenido suerte. Quizás mañana lo vuelvan a intentar.
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