Biden busca un logro diplomático con Israel y Arabia Saudí
EE.UU. intensifica los esfuerzos para un acuerdo entre dos enemigos históricos
Biden participó en llamadas de negocios al extranjero de su hijo Hunter
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman
Joe Biden acudió a la elección de 2020 con el marchamo de una amplia trayectoria en política internacional –presidió el Comité de Asuntos Exteriores en varias ocasiones durante su extensa carrera en el Senado y tuvo varios encargos internacionales como vicepresidente con Barack ... Obama– y con la promesa de que EE.UU. recuperaría su lugar en el mundo tras los años turbulentos de Donald Trump. «America is back» («EE.UU. ha vuelto»), proclamó poco después de llegar a la Casa Blanca.
Pero la hoja de servicio de su política exterior hasta el momento tiene un borrón importante –la salida caótica y trágica del ejército estadounidense de Kabul hace casi dos años– y dos frentes fundamentales sin avances claros: poner coto a la expansión geopolítica de China y conseguir que Ucrania, muchos miles de millones de dólares en armamento después, consiga un final convincente frente a la agresión de Rusia.
La campaña para la reelección está a la vuelta de la esquina –en el caso de su previsible rival republicano, ya está a toda máquina– y Biden tiene la vista puesta en un logro internacional que vender a los votantes: la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí, dos piezas claves para EE.UU. y para la estabilidad de Oriente Medio.
El presidente de EE.UU. ha intensificado los esfuerzos para un acuerdo lleno de dificultades. Envió a Arabia Saudí a su asesor de seguridad internacional, Jake Sullivan, para impulsar las negociaciones y ha vuelto a visitar el país a finales del mes pasado. El director del Mossad, el servicio de inteligencia de Israel, visitó Washington la semana pasada para hablar del asunto: se vio, entre otros, con Sullivan; Brett McGurk, encargado de Biden para asuntos de Oriente Medio; y con Bill Burns, su homólogo en la CIA.
Acuerdos de Abraham
Biden reconoció hace unos días que su Administración exploraba la posibilidad de ese acuerdo en una entrevista con un columnista de 'The New York Times'. El propio presidente no ocultaba la complejidad del asunto, un puzzle con muchas piezas, algunas muy difíciles de encajar.
Israel sería el gran beneficiado en un acuerdo de este tipo. Persigue desde hace décadas la normalización de relaciones diplomáticas con los países árabes de su entorno y logró grandes avances con la intermediación de Donald Trump. El expresidente se apuntó su gran tanto internacional como mediador de los llamados Acuerdos de Abraham, por los que Israel estableció relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos (lo que tuvo como derivada el reconocimiento del Sahara Occidental como parte de la soberanía marroquí).
Tener relaciones estables con una de las potencias árabes de Oriente Medio y que contiene los dos principales centros religiosos del Islam –la Meca y Medina–, fortalecería su posición en la región y su posibilidad de respuesta ante el gran enemigo común: Irán.
Biden, pese a condenar la política exterior de Trump, sigue ahora ese camino, pero en un entorno más complejo. Sus relaciones con el Gobierno de Israel se han deteriorado por la reforma judicial que ha imputado la coalición extremista liderada por Benjamin Netanyahu. Y las que mantiene con Arabia Saudí se complicaron –al final, Biden prefirió mirar para otro lado– con el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, afincado en EE.UU., ordenado según la inteligencia de EE.UU. por el príncipe heredero, Mohamed bin Salman.
Las exigencias de Arabia Saudí son difíciles de asumir para Washington: un acuerdo de seguridad con EE.UU. al estilo de la OTAN, con garantías de defensa mutua; el establecimiento de un programa nuclear civil, en el que el país podría enriquecer su propio uranio; y garantía de mejoras de las condiciones de los palestinos y de que Israel no anexionará Cisjordania.
EE.UU. busca que en el acuerdo Arabia Saudí pivote fuera de las órbitas de sus dos principales rivales: China y Rusia. El gigante asiático ha multiplicado su presencia económica en Oriente Medio y ha buscado un mayor papel político: el año pasado fue el intermediado de conversaciones entre Arabia Saudí e Irán para el restablecimiento de relaciones. Y, en la guerra de Ucrania, Arabia Saudí ha optado por una vía intermedia, como India o Brasil, en la que no ha seguido la doctrina estadounidense de aislar por completo a Rusia.
Otro objetivo de Washington es que Riad contribuya al fin de la guerra en su vecino Yemen.
De forma pública, la Casa Blanca ha dado muy pocas explicaciones sobre la marcha de las negociaciones. «Quizá haya una reconciliación en marcha», se ha limitado a decir Biden sobre las relaciones de Israel y Arabia Saudí.
Lo que es evidente es que los frutos no pueden tardar en llegar. Dentro de pocos meses, la campaña y las batallas judiciales de Trump se comerán toda la atención. Para entonces, si hay acuerdo, Arabia Saudí podría echar una mano determinante a Biden: poniendo de su parte para que los precios de la gasolina no se disparen cuando los estadounidenses tengan que decidir a quién votan.