La batalla de 2024 arranca con demócratas y republicanos sin liderazgo claro
Los dos grandes partidos de EE.UU. están en un callejón sin salida: ni Biden ni Trump son buenas opciones pero quieren la reelección
Victoria decisiva para los demócratas: se imponen en Nevada y conservan el control del Senado
Trump pelea por su liderazgo mientras se multiplican las críticas por la derrota
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, ve un vídeo del presidente Joe Biden
A finales de enero de 2021, era difícil imaginar que Donald Trump y Joe Biden serían candidatos deseables para las elecciones de 2024. EE.UU. estaba todavía conmocionado por el asalto trágico y bochornoso al Capitolio por parte de una turba de seguidores de ... Trump, con el objetivo de evitar la certificación de Biden como ganador de las presidenciales de noviembre de 2020.
Nadie podía esperar que el multimillonario neoyorquino mantuviera su poder sobre los republicanos: con muy pocas excepciones, el partido tragó con su intento de dar la vuelta al resultado electoral porque la mayoría de sus candidatos dependen de la fiel base electoral 'trumpista'.
Biden, por su parte, había cumplido con el objetivo de los demócratas: arremolinarse alrededor de un candidato mediocre, pero centrista, que lograra atraer a moderados y sacar a Trump del poder. Tenía 78 años, era el presidente más viejo de la historia del país. Había prometido que sería «un puente» hacia una nueva generación de líderes demócratas. Nadie quería imaginarle en 2024, con casi 82 años, yendo a por la reelección.
Ahora, en medio de un recuento de infarto de las elecciones legislativas de esta semana, esas previsiones han dado varios giros. Antes de la cita electoral, Trump aparecía como el líder republicano irremediable. Bajo su sombra, los republicanos se disponían a recuperar buena parte del poder en el Congreso, con algunas encuestas y expectativas apuntando a una 'marea roja' que les devolvería el control de sus dos cámaras, hasta ahora bajo control demócrata.
El expresidente además, aseguró en los últimos mítines que era «muy muy probable» que se presentara a la reelección y programó justo antes de los comicios la celebración para este martes de un «gran anuncio» al respecto desde Mar-a-Lago, su residencia en la costa de Florida.
Candidato octogenario
Biden era la otra cara de la moneda. Llegaba a las elecciones con la popularidad hundida -su gestión solo la aprueban el 42% de los estadounidenses-, al frente de un país que el 70% de sus ciudadanos considera que va «en mala dirección» e incapaz de meter en cintura a la gran preocupación de los votantes, la inflación. La pérdida del control demócrata del Congreso le dejaría con dos años maniatado en su capacidad legislativa y acosado por investigaciones impulsadas por republicanos.
Los resultados, sin embargo, han ido por otros derroteros. La 'marea roja' no se ha materializado, los demócratas aseguraron en la noche del sábado al domingo su control del Senado con la victoria del escaño en disputa en Nevada y cualquier mayoría republicana en la Cámara de Representantes será por la mínima.
Trump aparece ahora como responsable de esta oportunidad perdida: muchos de los candidatos que él impulsó en primarias han perdido, considerados demasiado radicales por los votantes.
Biden, mientras tanto, compareció en rueda de prensa esta semana en tono triunfal. Buscaba aparecer reivindicado por los resultados. En los últimos meses ha asegurado que su intención es presentarse a la reelección. Anunció que lo decidirá «a comienzos del año que viene». Preguntado por el hecho de que dos tercios de los estadounidenses no quiere que se presente a la reelección, respondió crecido: «Ya veréis».
El tono confiado del presidente no oculta lo esencial sobre su liderazgo del partido demócrata: está muy en duda. Muchos candidatos en estas elecciones han preferido que Biden no apareciera con ellos en campaña. En los últimos meses, ha habido voces en el partido que se han posicionado contra su reelección o que han optado por no pronunciarse. Entre ellos, Jim Clyburn, el poderoso diputado de Carolina del Sur, muy influyente en el voto negro y decisivo en que Biden ganara las primarias en 2020.
La edad y la energía del presidente están en el centro del asunto. Biden cumple 80 años el próximo 20 de noviembre. Si gana en 2024, sería presidente hasta los 86 años. No solo es que tenga esa edad, es que la aparenta. Su presencia física, a pesar de que hace ejercicio y se cuida, se ha debilitado. Sus resbalones verbales son cada vez más preocupantes. «Jackie, ¿estás aquí? ¿Dónde está Jackie?», dijo en septiembre en un acto en la Casa Blanca sobre la diputada Jackie Walorski, que había fallecido el mes anterior en un accidente. En octubre, aseguró que su plan de condonación de deuda estudiantil había sido aprobado en el Congreso «por pocos votos»; en realidad, lo aprobó él con un decreto que llevaba su firma. En la misma rueda de prensa de esta semana donde apareció victorioso y dispuesto a comerse el mundo, confundió la ciudad ucraniana Jersón, recién liberada, con la iraquí Faluya.
Confusión republicana
Los republicanos y sus aliados en los medios y en redes sociales aprovechan estos problemas hasta la saciedad. Algunos como el senador Ted Cruz, le han acusado sin tapujos de padecer «demencia». Su caída en bici este verano, otra en la escalerilla del avión presidencial, la creciente rigidez de su espalda y un gesto cada vez más confundido en su rostro completan el retrato de un presidente sin vitalidad. Trump ha dicho que «le soplas y le tumbas»». La comparación con las apariciones en campaña de Barack Obama (61 años), o incluso de Bill Clinton (74 años), le dejaba en mal lugar.
Si Biden diera un paso al costado pronto, como piden algunas voces en el partido y en los medios, eso tendría varios beneficios. Las investigaciones contra él y contra su hijo que los republicanos planean impulsar cuando tomen el control de la Cámara Baja tendrían mucho menos peso político. Y una renuncia anticipada daría tiempo a labrar otras candidaturas.
El problema es que el recambio no está nada claro. La 'delfín' marcada era siempre la vicepresidenta, Kamala Harris, con todos los elementos de diversidad que gustan a los líderes del partido -quizá no tanto a sus votantes-: mujer, negra, asiática y con buen historial hasta su intento de ser presidenta en 2020, que fue desastroso. Pero su impopularidad es incluso mayor que la de Biden y no ha conseguido destacar en ningún ámbito.
No faltan otros nombres: Pete Buttigieg, secretario de Transporte, y gran irrupción demócrata en 2020. Es moderado, disciplinado, gay y sería el presidente más joven desde Theodore Roosevelt. Después hay una camada de gobernadores populares -Gavin Newsom en California, Gretchen Whitmer en Michigan, J.B Pritzker en Illinois- y viejos conocidos izquierdistas como Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
Ninguno de ellos son alternativas fiables, a día de hoy. Y todo podría volver a la casilla de salida, a la razón por la que Biden ganó las primarias en 2020, su capacidad de ser elegido frente a Trump: ¿Es mejor malo -y viejo- conocido que bueno -y joven- por conocer?
Por su parte, el Partido Republicano está en una fase de confusión que va más allá de los resultados del martes, y afecta de lleno a las presidenciales de 2024. A medida que han ido fracasando algunos de los candidatos al Capitolio o a gobernador apoyados por Trump en primarias, se han ido multiplicando las críticas a este, algo impensable antes de las parciales. El senador republicano Pat Toomey, que se retira y cuyo escaño en Pensilvania ha ganado un demócrata, dijo en CNN que hay «una correlación clara entre las derrotas sufridas y los candidatos» de Trump.
Los posibles rivales del expresidente tratan ahora de aprovechar esta nueva actitud hacia el que hasta hace unos días era todavía considerado líder indiscutido del partido. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, no ha rechazado presentarse a las primarias presidenciales cuando se le ha preguntado por ello tras su fulgurante éxito el martes pasado. El de Virginia, Glenn Youngkin, en el cargo desde hace un año, tampoco. Y el exvicepresidente Mike Pence presenta libro esta semana y se dispone a volver a la primera línea política tras su atribulada salida en 2021, cuando una turba clamaba que quería lincharle durante el saqueo del Capitolio.
El clima en la bancada republicana en el Capitolio es tenso por el fracaso de las predicciones de una oleada conservadora. No habrá mayoría republicana en el Senado, a tenor del resultado de los recuentos más rezagados. Y la Cámara de Representantes está sorprendentemente en el aire. Los republicanos necesitaban sólo cinco escaños para recuperar la mayoría. Los líderes del partido en el Capitolio preveía hacerse con hasta 30, pero ahora contemplan una diferencia mucho menor, incluso de uno o dos votos. Había al cierre de esta edición 21 escaños por asignar.
Como ha sucedido en años recientes con los demócratas, con una mayoría tan exigua, las facciones más radicales del Partido cobran una influencia exorbitante, y hacen cualquier proyecto legislativo imposible, con muy contadas excepciones.
De este modo, el diputado por California Kevin McCarthy tiene un camino más difícil para hacerse con la presidencia de la Cámara, dada la resistencia del llamado Freedom Caucus, un grupo afín a Trump que se ha hecho eco de sus falsas denuncias de fraude. Esta semana entrante debería tener lugar una primera reunión a puerta cerrada en que los republicanos en la Cámara deberían votar a sus líderes. Ganarla es el requisito de McCarthy para después heredar la presidencia de la demócrata Nancy Pelosi, si es que los republicanos se hacen con una mayoría, por exigua que sea.
El Freedom Caucus, sin embargo, ya ha pedido que se aplace cualquier votación a la espera de que se conozca quienes ocuparán todos los escaños.
El expresidente Trump también ha provocado controversia en la bancada republicana en el Senado. En varios mensajes en su red social Truth Social, Trump ha pedido a los senadores conservadores que defenestren a Mitch McConnell, con quien está enemistado desde el saqueo del Capitolio, y que lo reemplacen con el senador de Florida Rick Scott, más cercano a sus postulados, y menos crítico con sus falsas denuncias de fraude. Trump trata ahora de atribuirle la derrota en el Senado a McConnell, aunque al grueso de los candidatos perdedores -en Pensilvania o Arizona, por ejemplo- los puso él a dedo en las candidaturas de primarias.