Aumenta la violencia política en EE.UU. tras el asalto al Capitolio

Finalmente, el Servicio Secreto informó este domingo a los sufridos washingtonianos de que mantenía desde las 05.00 hasta las 13.00 unos ejercicios en preparación para un posible ataque armado cerca de la Casa Blanca, ayudado por los servicios de emergencia locales. Balas de fogueo, una falsa alarma, que sin embargo pone de relieve lo inédito de tener que preparar a la sede de la presidencia norteamericana ante un posible ataque con armas, a apenas dos días de unas elecciones parciales.

Los habitantes de Washington —políticos, asistentes, funcionarios, diplomáticos— aún no han superado la imagen de la avenida Pensilvania, la que une la Casa Blanca y el Capitolio, que cada cuatro años recorre el presidente tras jurar el cargo, tomada por una turba furibunda. Aquel 6 de enero la escalinata del Capitolio ardió en llamas, los cristales quedaron rotos, y un patíbulo apareció a sus puertas. Y venía la capital de las protestas raciales de 2020, de los saqueos de tiendas, los escaparates emparedados y la Guardia Nacional desplegada en la calle.

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Desde aquellos agónicos estertores de la presidencia de Trump, han aumentado dramáticamente las amenazas y agresiones a los legisladores y otros gobernantes, de las cuales el último episodio es la hospitalización por martillazo en la cabeza del marido de la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi. El año pasado se registraron más de 9.600 amenazas contra miembros del Congreso, una cifra diez veces mayor con respecto a 2016, según datos facilitados por la policía del Capitolio.

Son habituales las amenazas de muerte contra demócratas y republicanos, como Adam Kinzinger y Liz Cheney, ambos conservadores críticos con Trump. A los dos, como a Pelosi, se les ha reforzado el equipo de seguridad que les protege. Y en agosto, en una decisión sin precedentes, la policía del Capitolio aprobó un gasto de 10.000 dólares para reforzar la seguridad en la residencia de los legisladores, con sensores de movimiento, cámaras interiores y exteriores y cerraduras inteligentes. [Nada de esto le impidió al agresor de Paul Pelosi, que tiene 82 años, entrar en la casa de este en San Francisco, martillo en mano].

Y los políticos que ni siquiera cuentan con la protección de Washington, están todavía más expuestos. El miércoles, un candidato republicano al Senado de New Hampshire, el general en la reserva Don Bolduc, fue atacado por un tipo que intentó darle un puñetazo en un debate. El 2 de noviembre otro candidato, el demócrata Richard Ringer, de Pensilvania, recibió una brutal paliza a las puertas de su propia casa. En julio, el republicano Richard Zeldin, que aspira a ser gobernador de Nueva York, fue atacado por un veterano de guerra armado con un afilado puño de acero, mientras daba un discurso en un mitin.

Las amenazas contra los jueces federales se han disparado un 400% en los últimos seis años, hasta llegar a 4.200 en 2021. El Departamento de Justicia de EE.UU. hasta se vio obligado a crear grupos de fiscales separados para lidiar la intimidación de funcionarios públicos.

Tan enrarecido está el clima político ante estas elecciones parciales, que varias agencias de seguridad elevaron recientemente en un comunicado el sistema de alerta interno en EE.UU. advirtiendo de un posible ataque a candidatos y funcionarios electorales, dada la insistencia de Trump y otros políticos afines a él en que hubo un fraude electoral en 2020, que podría repetirse en las parciales del martes. El comunicado viene firmado por el Departamento de Seguridad Nacional, el FBI, el Centro Nacional Antiterrorista y la Policía del Capitolio, denuncia un auge sin precedentes del extremismo nacional, y dice que quienes lleven a cabo atentados probablemente lo hagan por motivos ideológicos.

«Consideramos que algunos [extremistas] motivados por agravios relacionados con las elecciones podrían fijar como objetivos las infraestructuras, el personal y los votantes relacionados con el proceso electoral, incluso en lugares de acceso público como colegios electorales, buzones de votación, lugares de registro de votantes, actos de campaña y oficinas de partidos políticos», reza el comunicado, clasificado, pero del que este diario obtuvo una copia.

En este clima enrarecido, pocos son los que quedan sin amenazar en Washington por un motivo u otro. Ha habido disparos en embajadas como las de Azerbaiyán y Rusia, y el Servicio Secreto mató en abril a un hombre armado que entró en la misión diplomática de Perú. Ni los 'think tanks' se libran. El año pasado el FBI reveló que un residente de Nueva Orleans llamó a Brookings, un respetado instituto con sede en la capital, amenazando con «borrarlo de la faz de la tierra».

Según Darrel West, el vicepresidente de Brookings, «el aumento tanto de las amenazas como de la violencia real muestra los peligrosos niveles de polarización, extremismo y radicalización a los que nos enfrentamos hoy en día en EE.UU.». «En el periodo actual, la gente ve a los oponentes como enemigos y muchos no confían en los motivos o las acciones de los líderes de la oposición. La falta de civismo ha alcanzado un nivel tan peligroso que amenaza la seguridad de los líderes, el funcionamiento de las fuerzas de seguridad y la capacidad de nuestra sociedad para abordar sus principales problemas», añade.

Esta tensión inacabable, poco acostumbrada en la que se define como primera potencia mundial, llevó al propio presidente Joe Biden a dirigirse a la nación en un discurso el miércoles en el que lamentó que las amenazas violentas a la democracia deben tomarse en serio, ya que están abriendo «el camino al caos en América».

Sobre todo al presidente le preocupa, según dijo, que esta violencia emane directamente de aquellos que se presentan a las elecciones negándose a aceptar los resultados de las pasadas elecciones y los de estas, si es que pierden. Según han publicado medios estadounidenses como 'The Washington Post', en 48 de los 50 estados se presentan candidatos que ponen en duda la legalidad del sistema electoral. Pronto podrían llevar sus denuncias falsas al corazón mismo de la política norteamericana.