Arqueólogos para poner nombre a los asesinados por Hamás
En medio del alto el fuego temporal, la identificación de las víctimas calcinadas en los kibutzs sigue siendo una prioridad para Israel
Un equipo de arqueólogos y forenses ya ha reconocido a diez personas
Madrid
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Iniciar sesiónManchas de sangre mezcladas con ceniza cubren suelos y paredes de las viviendas donde los milicianos de Hamás sembraron el terror el pasado 7 de octubre. Otras quedaron casi totalmente destruidas y calcinadas. Apenas se puede distinguir a qué habitación corresponde cada lugar de ... las múltiples casas que tomaron los terroristas. Cuando milicianos de Hamás entraron a los hogares de los kibutz más cercanos a la franja de Gaza y quemaron todo lo que se encontraron por delante, tenían muy clara la estrategia a seguir: no dejar ni rastro. Eso significaba que toda persona asesinada, también quedaría reducida a polvo y cenizas. Aniquilada.
«No es solo que quisieran destruir las casas, querían que fuera imposible identificar cualquier resto. Que la identificación de los cuerpos fuera casi imposible. Querían hacer el mayor daño posible y lo hicieron«. Esta es la conclusión a la que llegó Richard Nachman, jefe de Medicina Forense del único instituto del ramo en Israel, cuando visitó por primera vez los kibutzs más golpeados por el ataque terrorista: Be'eri, Kfar Aza o Nir Oz.
Nachman atiende por teléfono a ABC en uno de los pequeños descansos que se puede permitir. «Trabajamos día y noche para tratar de identificar el mayor número de personas posibles», cuenta con tono sosegado.
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La gran búsqueda
En medio de la tregua temporal a la que llegaron esta semana Hamás e Israel en Gaza, para el intercambio de rehenes y presos entre ambos lados, los trabajos de identificación de las víctimas del atentado del 7 de octubre siguen siendo una prioridad para el Gobierno de Netanyahu. Hasta la fecha, y según los datos que manejan él y su equipo, las víctimas identificadas son 780 civiles asesinados, así como cerca de 400 soldados y policías. Aún quedan diez personas 'desaparecidas' y cerca de 200 secuestrados.
Nombrar a quién corresponde un hueso o una dentadura; registrar las huellas dactilares tomadas en el lugar de los hechos y cotejarlas con las bases de datos israelíes es el día a día de Nachman. Una minuciosa labor que hoy cobra especial relevancia.
Este forense de origen argentino se bregó en Tailandia, donde identificó a miles de víctimas del tsunami que asoló el sudeste asiático la Navidad de 2004. También estuvo en Haití, en 2010, tras el terremoto en el que más de 220.000 personas perdieron la vida. Y en el mismo Israel, Nachman y su equipo habían trabajado con anterioridad en atentados terroristas de Hamás o la Yihad Islámica. Pero ninguno de la magnitud de los ataques del 7 de octubre. «He visto y trabajado en los peores sitios, pero esta situación es diferente. Ahora es mi pueblo, son mis vecinos, es mi gente la que estoy identificando. Y la carga emotiva es muy grande».
Sin embargo, aclara, esa cercanía solo le pesa una vez que sale del laboratorio. «En el trabajo tienes que ser profesional. Estamos día y noche sin parar, centrados en un objetivo: identificar a todas las víctimas. Pero cuando te relajas, una vez que vuelves a casa, toda la adrenalina se baja y lo que has estado haciendo a lo largo del día afecta a tu estado de ánimo».
En Israel solo hay un instituto de Medicina Forense, en Tel Aviv; aunque ante la magnitud de la tarea tras el 7 de octubre trasladaron el centro a Shura, una de las mayores bases militares con las que cuenta el Ejército. Este traslado se hizo «para poder trabajar con una enorme cantidad de restos humanos, además de contar con la protección antimisiles», apunta el jefe de la unidad forense. Este centro, según datos oficiales, ya ha recibido más de 1.000 cuerpos, de los que se han podido poner nombre a más del 90%. Algunos, aunque llegaban en pésimas condiciones, sí pudieron identificar en Shura, pero los más complejos, de los que apenas se obtenía información, han sido trasladados al centro de Tel Aviv para un examen más exhaustivo.
Un trabajo en cadena
El proceso de búsqueda de las víctimas es un trabajo en cadena que comienza en los lugares masacrados por los terroristas. Allí, el Ejército y miembros del grupo Zaka, una organización de voluntarios de respuesta de emergencia, son los encargados de reunir cualquier información que estimen que pueda llevar al reconocimiento de las personas que siguen desaparecidas y de las que no hay constancia de que estén secuestradas, pero de las que tampoco haya ninguna prueba de vida.
Se trata de una labor de rastreo en casas y coches calcinados, que se aproxima a la pura arqueología. Por eso, las FDI han echado mano de un grupo de arqueólogos, que aportan su experiencia en búsquedas similares aunque, eso sí, con una gran diferencia: habitualmente operan con restos de hace cientos e incluso miles de años.
«Como arqueólogo es la primera vez que veo que mis conocimientos se estén aplicando a algo tan actual y, a la vez, tan dramático», cuenta a ABC Joe Uziel, jefe de la unidad de Pergaminos del Mar Muerto de la Autoridad de Antigüedad de Israel (IAA). Para los 30 arqueólogos que acuden a los kibutzs donde, según las FDI, podría haber personas desaparecidas que no están en las listas ni de asesinados ni de secuestrados, es la primera vez que deben operar con inmediatez.
Este grupo de especialistas se organiza por turnos diarios. «Somos una quincena quienes trabajamos a diario junto con soldados de las FDI, que nos ayudan mientras supervisamos un proceso en el que nos aseguramos de encontrar hasta los restos más diminutos», explica Uziel.
Aunque esta labor es muy diferente a la que acostumbran –«nunca pensé que estaría aplicando mis conocimientos como arqueólogo a sucesos ocurridos durante mi vida», apunta el jefe de la unidad–, la metodología que siguen es la misma que si se tratase de una excavación de restos del siglo VII A de C., pues hallan múltiples similitudes. «Cuando me enteré del proyecto, me ofrecí voluntario. Como otros compañeros, vi esto como una oportunidad real de hacer algo tras la masacre», apunta Uziel.
Así trabajan los arqueólogos
Primero, explica el arqueólogo, marcan las distintas zonas de trabajo para poder situar los restos que descubren en lugares específicos. Los automóviles y las habitaciones se dividen en rejillas, para no volver a revisar la misma zona. Después, recogen las cenizas y los materiales calcinados y los tamizan, tal y como «haríamos en nuestro trabajo diario en los yacimientos arqueológicos».
Cualquier sitio donde se encuentra algo se documenta meticulosamente. Inspeccionan con cuidado las cenizas y otros restos carbonizados en el suelo con paletas y retirando objetos personales de un colador.
Esta precisión, que les puede llevar horas para dar con algún resto que pueda servir en la investigación, es «lo que puede ayudar a cotejar los hallazgos con otra información que ayude a situar a las víctimas en lugares concretos». Esta otra información puede ser una joya que llevaba la víctima o un esmalte en una muela. Por eso, el equipo que trabaja en terreno pregunta a las familias de los desaparecidos sobre implantes metálicos o prótesis que pueden ayudar a identificar los restos encontrados.
Gran carga emocional
«Sabemos a quién estamos buscando. Conocemos sus rostros, sus nombres, las familias... por eso la carga emocional es grande», contaba a la agencia AFP otro arqueólogo que participa en la búsqueda de restos, Moshe Ajami.
Los restos que estos arqueólogos y los voluntarios van recopilando y separando, son enviados al equipo de Narcham. Gracias a esta colaboración entre Arqueología y Medicina Forense, ha sido identificadas diez personas.
Si las condiciones de los restos son buenas y los datos extraídos coincide con los que el Instituto Forense tiene en sus bases de datos, la identificación puede costas a penas una hora. Si hay más complicaciones para extraer el ADN de los huesos recuperados o de la dentadura, esta identificación puede costar entre cuatro y cinco horas. El problema viene cuando el instituto no cuenta con un registro de la persona encontrara en sus bases de datos. «Hay extranjeros que fueron víctimas de Hamás de las que no teníamos ningún registro», explica Nachman, «por eso ha sido muy importante que las familias se hayan puesto en contacto con nosotros de manera tan rápida y nos hayan proporcionado alguna referencia personal: un cepillo de dientes, un peine... Todo vale».
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