El pacto se ha cerrado tras una reunión entre el presidente de la Federación de Cámaras de Arabia Saudí, Hasán bin Muyib al Huaizi, y el presidente de la Federación de Cámaras de Comercio de Siria, Mohamad Abu al Huda al Laham, en los márgenes de una conferencia de negocios en Riad. Aunque en términos comerciales no se trate de grandes volúmenes de intercambio o de inversión, para la dictadura laica siria el acuerdo es la puerta abierta a la normalización de relaciones con el resto de naciones árabes que seguían las instrucciones de Arabia Saudí. Y la constatación general de que Bashar al Assad ha ganado la guerra, aunque aún queden bolsones de resistencia en el país.
Para el régimen saudí, el pacto con Siria confirma la línea de pragmatismo que quiere imprimir el 'hombre fuerte', el príncipe heredero Mohamed bin Salman, en su estrategia de convertir a su país en un actor primordial en la región, rompiendo la vieja dependencia de Estados Unidos.
En este escenario, la normalización de relaciones con el régimen laico, y para más inri controlado por una familia de la secta chií, tiene para Bin Salman un premio especial: congraciarse con Irán, aliado principal de Damasco junto con Rusia. El joven y controvertido príncipe saudí llegó hace pocos meses a un acuerdo con el régimen teocrático iraní para establecer un alto el fuego en la guerra de Yemen, otro de los frutos amargos de la mal llamada 'Primavera Árabe', en la que saudíes e iraníes se enfrentaban por poderes en el campo de batalla.
Aquel acuerdo sobre Yemen subrayó el papel mediador de China –presente por primera vez en un conflicto en Oriente Próximo–, lo que permitió a Bin Salman establecer lazos con Pekín. Con la operación en curso en Siria, el príncipe saudí intercambia ahora cartas con los rusos ante las mismísimas barbas de la Administración Biden, que hace esfuerzos por mirar hacia otro lado.
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