20 años de la guerra en Irak: hijos de la invasión
20 años de la invasión de Irak
La mitad de los iraquíes son menores de 20 años, una generación que no conoció la dictadura de Sadam Husein con vidas marcadas por los efectos de la invasión de Estados Unidos
Mil y una noches sin Sadam
Cronología de la guerra en Irak
Enviado especial a Bagdad (Irak)
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Iniciar sesión«He intentado vivir fuera de Irak en varias ocasiones y en varios países, pero no pude adaptarme por razones sociales, racismo o problemas para conseguir permisos de trabajo. Tengo miedo a empezar de cero y siento un fuerte lazo con mi país, por eso ... siempre vuelvo a casa», confiesa Ali Al Mikdam, periodista y activista responsable del Iraq Future Center For Democracy Support, organización no gubernamental que trabaja con el objetivo de promover los valores democráticos y los derechos humanos en un país marcado por la invasión de Estados Unidos, de la que se cumplen 20 años.
Al Mikdam acababa de cumplir los dos años cuando George Bush puso a Irak en su punto de mira y derrocó al régimen de Sadam Husein. Por muy poco no forma parte de ese 50 por ciento de la población nacida después de 2003, iraquíes que no conocieron la dictadura, pero cuyas vidas están señaladas por la ocupación estadounidense y sus graves consecuencias. La existencia de este joven reportero, una de las voces más reconocidas entre las nuevas generaciones de iraquíes, es un recorrido por estas dos décadas de violencia que dejan más de 210.000 civiles muertos, según el recuento de la ONG Iraqi Body Count.
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Bush inventó el pretexto de las armas de destrucción masiva para intervenir en Irak. Además de la «seguridad mundial», desde Washington también defendieron la necesidad de un cambio de régimen para traer los «derechos humanos, la dignidad y la democracia» a los iraquíes, argumento similar al empleado en Afganistán dos años antes. Los estadounidenses desmantelaron de un plumazo el Estado, el partido Baaz (partido único del régimen) y el aparato militar y de seguridad lo que trajo el caos, abrió las puertas a la guerra sectaria, cuyo punto álgido se vivió entre 2006 y 2008, y abonó el terreno para el florecimiento de Al Qaida en Irak y el posterior establecimiento del califato del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en junio de 2014.
De la guerra sectaria al Califato
Al padre de Al Mikdam le dieron un tiro en la cabeza cuando él acababa de cumplir los siete años. A la familia le dijeron que era un «colaborador» de los estadounidenses, para quienes trabajaba como traductor, pero ellos tienen claro que fue víctima de la guerra sectaria. A su tía Maha le cortaron el cuello y las orejas y a su primo, Ibrahim, y tío, Alaa, les acribillaron a tiros. Pagaron con sangre el ser una familia chií que residía un barrio de mayoría suní. Escena que se repetía también a la inversa y a diario en una espiral que destrozó décadas de convivencia entre confesiones.
«Esa guerra fue el golpe final a la sociedad iraquí, cambió por completo el rostro de Bagdad y la convirtió en una ciudad cuyos habitantes vivíamos con terror a ser asesinados por la religión. Los efectos siguen presentes por razones políticas. Algunos políticos y clérigos todavía provocan crisis sectarias de vez en cuando para obtener ciertas ganancias, pero la mayor parte de la población ya no acepta este discurso», opina Al Mikdam a la hora de hacer balance de este episodio que golpeó de lleno a su familia.
Superada la guerra sectaria, pero con las heridas aún abiertas, Irak vio como Al Qaida en Irak, grupo nacido para hacer frente a Estados Unidos y fortalecido durante la guerra sectaria, se separaba de su matriz para convertirse en Estado Islámico y daba un golpe de efecto al proclamar un califato entre Irak y Siria.
En apenas una semana el EI se hizo con el control de Mosul, Faluya, Tikrit, grandes núcleos suníes del país, y amenazó con tomar Bagdad. Finalmente, sus hombres solo llegaron a la capital a base de brutales atentados, no fueron capaces de extender su califato y bandera negra hasta allí.
«La amenaza del EI fue un momento en el que mi familia pensó de verdad en emigrar porque todo era muy confuso», recuerda Al Mikdam, quien viajó a Mosul tras la liberación y le impactó la destrucción de la ciudad vieja, la zona cero de los combates.
Sistema agotado
Con Sadam fuera de escena y el Baaz ilegalizado, Estados Unidos impuso un sistema político basado en las confesiones por el que el primer ministro del país debe ser chií, el presidente de la cámara suní y el presidente del país, un cargo sin mucho peso, kurdo. Los iraquíes han acudido cinco veces a las urnas desde 2003, las últimas elecciones fueron en 2021 y la baja participación fue un mensaje directo de la población a sus gobernantes sobre el hastío con este sistema sectario en el que cada partido tiene un brazo armado en las calles. En mayor o menor número, siempre han acudido a votar, incluso en los años más duros de atentados, pero luego los partidos en el parlamento no han sido nunca capaces de alcanzar acuerdos para gobernar y el país vive en permanente inestabilidad.
A diferencia de otros vecinos árabes, la 'primavera árabe' de 2011 no tuvo aquí un gran impacto, aunque años más tarde, superadas las guerras sectaria y contra el EI, las calles estallaron para pedir cambios en el sistema, mejora del empleo y de servicios y el final de la corrupción en un país con las quintas reservas mundiales de petróleo, pero donde un tercio de la población vive en situación de pobreza. Uno de los eslóganes más importantes era: «ni políticos, ni religiosos».
En 2017 comenzaron las protestas, cuando Al Mikdam estaba a punto de cumplir la mayoría de edad. Por esos días decidió estudiar Periodismo porque sentía que los eventos que le habían tocado vivir desde 2003 nunca se contaron de manera precisa. Fue arrestado en 2017 y 2018 por cubrir las manifestaciones antigubernamentales y en la segunda ocasión pasó tres días encarcelado, en los que denuncia que sufrió duras torturas que hoy en día le siguen provocando pesadillas.
Siguió trabajando como periodista y en vísperas de las elecciones generales de 2021, en las que trabajaba en un proyecto en YouTube para animar a la gente a votar, fue secuestrado por una milicia y el caso se viralizó en redes sociales, donde se organizó una gran campaña para pedir su liberación. Dos días después fue encontrado semi inconsciente y con cuerpo y cara amoratados en un barrio de las afueras de Bagdad. El primer ministro del momento, Mustafa Al Kadimi, fue el encargado de anunciar en Twitter su liberación y le fue a visitar. El Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) pidió a las autoridades que aclararan lo sucedido. No lo hicieron. Decenas de activistas fueron asesinados durante esos meses en Irak por las milicias chiíes vinculadas al poder.
El periodista mira al pasado y piensa que «Irak es el gran perdedor de estos 20 años, pero el futuro está en manos de los iraquíes. Hay una necesidad urgente de que todos asumamos responsabilidad y sepamos cuáles son nuestros derechos civiles y políticos». Al Mikdam mira a ese futuro, al Irak de 2043, y se ve «como ministro, quizás incluso como primer ministro, ¿por qué no?»
Este optimismo contrasta con las voces como la de Balsam Mustafa, autora de libros como 'Estado Islámico', a quien le pone triste ver cómo «personas que soportaron la era de Sadam Hussein y las posteriores dos décadas de violencia, ahora están considerando irse porque piensan que Irak no tiene remedio. Nuestro país se va quedando sin buena gente y sin sus recursos». Ella no emigra, pero en lo más profundo de su corazón lamenta que «se han desvanecido las esperanzas de poder reconstruir el país. Esas esperanzas son ahora miedos y desesperación. La realidad es demasiado sombría».
El oasis kurdo
El 60 por ciento de los iraquíes sigue el chiismo duodecimano, el mismo que rige en Irán, frente al 30 por ciento suní, secta a la que pertenecía Sadam Husein y que controló el país durante décadas. Desde que los iraquíes votan, son los partidos chiíes quienes obtienen la mayoría en la cámara, aunque entre ellos hay una fuerte división entre los más y menos cercanos a Teherán, como es el caso del Partido Sadrista, formación nacionalista que lidera el clérigo Muqtada Al Sader y que fue la fuerza más votada en las últimas dos elecciones.
La tercera parte del puzle iraquí la forman los kurdos, unos 6 millones de personas, que gozan de independencia semi absoluta en su región autónoma al norte, de la que exportan incluso petróleo sin el permiso de Bagdad. Una situación que dista mucho de la de los kurdos en Turquía, Siria o Irán.
«El mayor error de la élite política de Irak ha sido gobernar tan mal desde 2003 que, para muchos iraquíes, el régimen de Sadam, no parece ya tan malo», reflexiona el analista iraquí Sayad Jihad en un largo ensayo escrito en The Century Foundation con motivo del aniversario. Una opinión que no se comparte en la Región Autónoma Kurda (KRG, por sus siglas en inglés) donde analistas como Sardar Sattar, del portal Kurd Chronicle, recuerdan que «perdí mi infancia por la brutalidad de Sadam. Nada se puede comparar con eso. Yo, junto con mis hermanas y otros parientes encontramos refugio en Irán y cada año debíamos rogar a los funcionarios locales que nos permitieran inscribirnos en las escuelas. En la región kurda hay deficiencias y desafíos continuos, por supuesto, pero es innegable el desarrollo y para mí lo más importante es que mi identidad no está amenazada; ya no es un riesgo ser kurdo. Puedo ejercer con orgullo mis derechos como kurdo».
Divididos entre las dos grandes formaciones políticas históricas como el Partido Democrático del Kurdistán (KDP), de los Barzani, y la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK), del clan de los Talabani, los kurdos han jugado un papel clave como lugar seguro para los iraquíes de todas las confesiones en los momentos más complicados de estas últimas dos décadas. En 2017 realizaron un referéndum de independencia a espaldas de Bagdad, el apoyo fue abrumador, pero se quedaron sin el respaldo exterior de aliados como Estados Unidos y tuvieron que dar marcha atrás en sus aspiraciones. No son independientes, pero sí autónomos
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