Angela Merkel sale de gira mundial con su libro

Los dos mantuvieron una relación muy estrecha, tanto política como personalmente. La última vez que la canciller despidió a Obama en Berlín, en los últimos días en el cargo del presidente de Estados Unidos, Merkel tenía lágrimas en los ojos y la prensa americana publicó que Obama le explicó a un confidente: «Está completamente sola». Después de la visita de Merkel a Estados Unidos en 2022, Obama escribió en X: «Estoy feliz de poder llamarla amiga».

Durante ese encuentro, volvió a vestir la misma chaqueta que lució años antes, en una de sus fotos más icónicas juntos, tomada en Baviera en 2015, una imagen que se ha convertido en un símbolo de su amistad, en la que se ve a Obama sentado en un banco y Merkel delante de él, ambos profundamente absortos en una conversación con los Alpes bávaros de fondo.

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Después de esta apertura de su gira tan especial para Merkel, la excanciller alemana presentará también su libro en ciudades como París, Barcelona, Milán y Ámsterdam. Una cosa está clara: Merkel sigue en contacto con antiguos colegas. Cuando el presidente francés Emmanuel Macron estuvo en Alemania en mayo de este año, los dos se saludaron calurosamente. Ella se rió de él, tras abrazar a su esposa Brigitte Macron, y el francés incluso le dio un beso en la mano a Merkel. En este juego de gestos de afecto jugaba un papel un viejo incidente diplomático, la petición que Merkel hizo llegar a la Embajada francesa pidiendo que otro hombre poderoso de París, Nicolas Sarkozy, limitase en lo posible los abundantes besos y abrazos que dedicaba a la canciller alemana en sus saludos oficiales, que la hacían sentir «violenta» e «incómoda». Con el que Merkel nunca llegó a hacer buenas migas fue con el presidente ruso, Vladímir Putin, que sin embargo le dedica ahora un trato excepcional.

Putin es un tipo que no suele pedir disculpas. Sucedió una vez, en 2022, pero no se disculpaba por algo que hubiera hecho él personalmente, sino por unas declaraciones de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, que se había despachado afirmando que Adolf Hitler tuvo sangre judía, a modo de insulto endiabladamente retorcido. El presidente ruso levantó el teléfono y pidió personalmente disculpas, en nombre de su ministro, al entonces primera ministro israelí, Naftali Bennett. Al menos eso es lo que comunicó el Gobierno israelí, porque en el comunicado que publicó el Kremlin no se mencionaban tan explícitamente las disculpas.

Ahora, sin embargo, Putin ha pedido perdón a Merkel en primera persona. Las memorias de la excanciller alemana están dando la vuelta al mundo y con ellas el episodio en el que Putin utilizó a su perro Konni, un imponente labrador negro, para mantener a raya a la líder europea. Sucedió en 2007, en Sochi, en el sur de Rusia. Era el primer encuentro entre los dos jefes de gobierno y Merkel lo pasó realmente mal. Debido a un incidente de su infancia, en el que fue mordida por un perro, ha evitado desde entonces la cercanía excesiva con los canes.

Konni, suelto por la sala, se acercó para olfatearla. Ella mantuvo el tipo como pudo mientras Putin, según se ve claramente en las fotos, disfrutaba del momento. Cuando los periodistas le han recordado estas fotos, durante su visita a Kazajistán, ha declarado que, «como le dije a Merkel, no sabía que tenía miedo a los perros». «Si lo hubiera sabido, nunca lo habría hecho. Mi intención era, al contrario, crear un ambiente relajado y agradable», ha dicho, provocando de nuevo sonrisas entre algunos de los presentes.

«Vuelvo a dirigirme a ella: Angela, perdóname, no quería causarte incomodidad», ha zanjado la cuestión. Con estas declaraciones y la fina ironía que destilan, Putin pretende agradar tanto a quienes indigna la pose de líder que gusta de atemorizar a su alrededor como a quienes disfrutaron tanto como él viendo sufrir a la canciller alemana en 2007. Y reacciona a un fenómeno internacional al que considera que no es posible hoy permanecer indiferente.

El libro firmado por Angela Merkel, sus memorias políticas tituladas «Libertad», no solamente se ha convertido en un fenómeno político y editorial en Alemania. La librería Duschmann de Berlín, en la que ha estado firmando ejemplares esta semana, ha registrado colas de varias horas. Las afirmaciones de Merkel, tanto las impresas como las precisiones que ha hecho en las presentaciones del libro, ha ocupado titulares por delante incluso de la actual crisis de gobierno, que ha llevado a la convocatoria de elecciones anticipadas, a pesar de que el libro no contiene novedad alguna ni desvela información política relevante.

Se trata solamente de que Merkel vuelve a hablar en público y Alemania se paraliza para escucharla. Una encuesta de Forsa para Stern, por cierto, señala que el 69% de los alemanes cree que Merkel debería donar al menos parte de los ingresos de la venta de los derechos del libro, por el que ha recibido 12 millones de euros de adelanto y terminará cobrando, en función de las ventas, cerca de 100 millones de euros. En Alemania, solo en el primer día a la venta, Merkel vendió 35.046 ejemplares, lo que corresponde a una facturación de alrededor de 1,47 millones de euros.