Afganistán acorrala a Obama
El caso Wikileaks complicó ayer la aprobación de las cuentas de la guerra en el Congreso
Las filtraciones de Wikileaks han acorralado al presidente Barack Obama, que ayer se vio obligado a hablar en persona de este caso y de cómo afecta a toda su estrategia en Afganistán. Los demócratas se las vieron y se las desearon ayer para aprobar en el Congreso la concesión de 33.000 millones de dólares para sufragar el envío de 30.000 soldados adicionales. La iniciativa fue aprobada por 308 votos a favor y 114 en contra. Mientras, la Casa Blanca mandaba mensajes contradictorios: por un lado, que están muy preocupados por la filtración, y por otro, palabras textuales de Obama, que no hay «nada nuevo».
Obama había empezado expresando su «preocupación» por la cascada de secretos hechos públicos. Ayer matizó que lo que le preocupa no es tanto que se haya desvelado algún gran secreto como que incluso los secretos más pequeños pueden poner en peligro a los soldados sobre el terreno. Algo que niegan tanto Wikileaks como las tres grandes cabeceras periodísticas —«The New York Times», «The Guardian» y «Der Spiegel»— que han dado salida a los documentos.
Se supone que se la han dado después de tomarse el tiempo necesario para analizar los 75.000 documentos, comprobar su veracidad e interés y servírselos convenientemente analizados e interpretados a la opinión pública. En algún momento de este proceso de análisis periodistas de las tres cabeceras citadas habrían contrastado datos con el gobierno de Estados Unidos, que ahora asegura que Obama conocía la inminente filtración al menos una semana antes.
¿Verdad oficial, parcial o total? ¿Quién dice todo lo que sabe y quién se guarda datos? Porque por un lado se afirma esto y por otro se asegura que el Pentágono ha lanzado una auténtica caza de brujas para detectar al responsable. O responsables.
Wikileaks obviamente no revela sus fuentes de información pero en este caso sí las describe: dice que ha obtenido los documentos de una miríada de analistas e informantes distribuidos por muchas unidades de la inteligencia militar. La versión de una multiplicidad de topos no es imposible dada la batalla campal que hace años que se vive en el seno de la inteligencia estadounidense, un monstruo que ya nadie conoce a fondo ni controla. «The Washington Post» denunciaba recientemente, después de dos años de investigación, la existencia de un leviatánico «Top Secret America» donde decenas de agencias federales y de subcontratistas privados acumulan información que ya nadie es capaz de asimilar ni de descifrar. Y donde no se trata de enterarse de qué pasa en el mundo sino de coger posiciones para hacer negocio o hacer carrera.
Irán, vinculada a Al Qaida
En el caos ha trascendido por ejemplo que Bin Laden fue detectado en agosto de 2006 en Quetta, en la frontera entre Afganistán y Pakistán. Al parecer estaba reunido con la alta jerarquía talibán para organizar ataques suicidas. La versión oficial es que hace mucho tiempo que no hay pistas sobre su paradero. Además Wikileaks revela vínculos entre Irán y Al Qaida y los talibanes. Así el régimen de los ayatolás habría apoyado sus causas con más material y dinero que lo pensado inicialmente.
La masiva filtración apunta nuevas pistas sobre Bin Laden
Pero en el Pentágono no se tragan que haya un ejército de colaboradores de Wikileaks en sus oficinas y apuntan a la existencia de un gran maestro hacker que cogió los documentos directamente del árbol. Alguien como Bradley Manning, el veinteañero oficial de inteligencia militar detenido en Kuwait por haber filtrado a Wikileaks el famoso vídeo «Collateral Murder», donde se veía a soldados norteamericanos en 2007 en Bagdad, tiroteando a civiles inocentes —entre ellos un par de periodistas— desde un helicóptero. Manning cayó por alardear de sus hazañas ante un colega que le denunció.
¿Pasó Manning los 91.000 documentos sobre la guerra en Afganistán antes de ser detenido, o proceden de otras fuentes? Lógicamente Wikileaks no suelta prenda mientras la bola del escándalo y de la consternación crece y crece. El público se ve atrapado entre dos fuegos: la opacidad informativa de la Casa Blanca y una avalancha de información supuestamente esclarecedora, pero cuyo volumen exige que alguien la «mastique».
La prioridad de los demócratas es aprovechar la confusión para suavizar el desgaste político. Obama aseguró ayer que los fallos evidenciados por Wikileaks son todos de la era Bush y que refuerzan el compromiso de su Administración por enmendarlos. Pero esta argumentación no evita que el apoyo a cómo está haciendo Obama su guerra en Afganistán decaiga.
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