Yoan Smadja, escritor: «En Ruanda, no hubo un enfrentamiento tribal, sino un genocidio planificado»
El autor francoisraelí (París, 1983) publica 'Creí que borraban todo rastro de ti' (Armaenia, 2021), una novela donde narra los acontecimientos trágicos de la primavera de 1994, en la que fueron asesinadas alrededor de 800.000 personas
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Iniciar sesiónComo si fueran las manos del artesano que modela la Historia, la esperanza y el horror se apoderaban de África durante la primavera de 1994. Con un breve viaje por el continente, se podía comprobar cómo trabajaba cada una de ellas. En el extremo meridional, ... las calles de Sudáfrica se preparaban para la nueva etapa. Tras décadas de segregación racial, la lucha de Nelson Mandela había acabado con el régimen del 'apartheid', pegando un pisotón al racismo. Previstas para abril, la celebración de elecciones, que estaban a punto de aupar al poder al Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), suponían el acto final de esa victoria. El ambiente era entusiasta, a pesar de los atentados de la extrema derecha, y el mundo contemplaba satisfecho. Desde la caída del Muro de Berlín y el hundimiento de la URSS, los años 90 se prometían despreocupados y alegres, pero la tragedia, igual que un depredador que despereza sin hacer mucho ruido, continuaba acechando entre las sombras, tras herir de muerte a Yugoslavia . Se sentía en los cargamentos de los camiones, donde las cajas con letras chinas escondían miles de machetes con hojas de doble filo, que luego salían en dirección a Ruanda; se escuchaba en los transistores, cuando la Radio de las Mil Colinas reclamaba que los tutsis fueran exterminados, animando a convertir a esas «cucarachas» en víctimas de la crueldad más extrema, y se ignoraba en el Elíseo, mientras los informes sobre el posible genocidio eran pasados por alto por François Mitterrand . El 6 de abril, el avión en el que viajaba Juvénal Habyarimana , el presidente ruandés, fue derribado en las proximidades del aeropuerto de Kigali. Horas más tarde, los cadáveres se amontaban en las avenidas. En julio, unas 800.000 personas, tutsis y hutus moderados, habían sido asesinadas.
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Para acercarse al horror, hay muchas rutas. Descrifrarlo con palabras suele ser de las más transitadas, aunque también de las más difíciles. En ' Creí que borraban todo rastro de ti ' (Armaenia, 2021), el escritor Yoan Smadja (París, 1983) elige la novela para contar el genocidio de Ruanda, complementando dos miradas: la de unos periodistas europeos, sorprendidos por una violencia que fue planeada y pudo haberse evitado, y la de una familia ruandesa, tutsi, que vive en los terrenos de la Embajada de Francia, y que pronto conocerá el abandono de París y la fiebre asesina de sus vecinos. «Quise hacer un libro que partiera de dos puntos de vista. De uno occidental y otro local», cuenta Smadja a ABC, durante una entrevista telefónica. «La comunidad internacional miró a Ruanda pensando en enfrentamientos tribales. No soy historiador ni sociólogo, pero, por las lecturas que he hecho, el genocidio se planificó durante un período largo de tiempo. Hicieron falta meses para adoctrinar los espíritus, para instalar en el espíritu de los hutus que los tusis eran enemigos a exterminar», añade.
Cuando se produjo el genocidio, usted era un niño y vivía en Francia. ¿Qué recuerdos le quedaron del episodio? ¿Cómo comenzó a interesarse por él, hasta decidir escribir esta novela?
Me interesé por el tema a los dieciocho o veinte años, cuando era monitor de un movimiento de juventud de la comunidad judía de Francia. Cada año, recordábamos la Shoah . En una ocasión, un niño nos preguntó si había habido otras. Como educadores, nos dimos cuenta de que no estábamos cumpliendo nuestra misión si no hablábamos de los genocidios de Ruanda o Armenia . Nosotros formamos parte de la generación que nació después de la Shoah, pero el genocidio de Ruanda sucedió cuando vivíamos, y eso resulta bastante devastador. Decidimos ir un poco más lejos, y organizamos un viaje a Ruanda e Israel, con supervivientes de ambos genocidios. En ese viaje, me dieron ganas de escribir.
Esa resonancia de la Shoah también se aprecia en la novela, cuando cita una frase de Primo Levi: «El que se adapta a todo es el que sobrevive; pero la mayoría no se adaptaba a todo y moría».
Creo que es una frase muy fuerte. Al escribir, siempre tenemos problemas para encontrar las palabras convenientes. El genocidio de Ruanda fue muy tratado desde el punto de vista de las ciencias sociales, como un fenómeno humano y sociológico, pero poco desde la novela, desde la pequeña historia dentro de la gran Historia. Es difícil poner palabras a algunas cosas. Es fácil grabarlas, dibujarlas, pero las palabras son casi intolerables.
La importación del odio
¿Cómo se adquiere la frialdad para cortar el cuerpo de otro ser humano con un arma, para atravesar su piel hasta quitarle la vida? ¿Cómo se reproduce un acto de ese tipo a gran escala? Antes de esa primavera de 1994, Ruanda, al menos para los occidentales, solo era un pequeño país africano de la región de los Grandes Lagos, surcado por colinas y bañado por las aguas del Kivu. Después de la Primera Guerra Mundial , la Alemania derrotada había salido del territorio, convertido en un mandato bajo la tutela de Bélgica. Por influencia de los europeos, las divisiones entre hutus y tutsis , que eran sobre todo de tipo social, se pervirtieron con la genética. Más que por la composición de sus cromosomas, los tutsis se distinguían por constituir una suerte de 'aristocracia', como explica el historiador Frederick Cooper en ' Historia de África desde 1940. El pasado del presente ' (Rialp, 2021).
Con la independencia en 1962, el odio y el resentimiento, las masacres y los exilios, se fueron sucediendo, activando los engranajes del horror. En 1973, el general Habyarimana dio un golpe de Estado, levantando una dictadura en la que se erigió como líder, y extremando el racismo hutu. Durante las dos décadas siguientes, muchos tutsis se exiliaron a países de los alrededores, huyendo de la creciente violencia. En Uganda, constituyeron el Frente Patriótico Ruandés (FPR), que lideró Paul Kagame , hoy presidente. «La población conocía y apreciaba la cooperación militar entre Ruanda y Francia , el apoyo constante de París al régimen de Habyarimana», se lee en la novela de Smadja. Francia, que en época poscolonial puso a Ruanda bajo su área de influencia, no contribuyó a calmar las tensiones entre tutsis y hutus. No lo hizo por razones geopolíticas. El FPR, con militantes anglófonos, era cercano a los Estados Unidos, mientras que el régimen hutu, francófono, mantenía buenas relaciones con París, como recordaba el medio 'France 24' en un artículo.
«El presidente Macron ha autorizado la creación de una comisión de historiadores para analizar el papel de Francia durante el genocidio», explica Smadja. En su libro, el escritor recuerda dos episodios tristes de la primavera del 94: la evacuación de la Embajada de Francia , en la que fueron rescatados los franceses pero se abandonó a los tutsis, y la salida de los franceses del aeropuerto de Kigali , cuando se ignoraron las solicitudes de los tutsis que pedían, desde las verjas, ser subidos a un avión. El pasado junio, el Consejo de Estado autorizó que se consultaran los archivos Mitterrand, por entonces presidente de la República, pues son determinantes para conocer qué ocurrió exactamente.
Dos de las protagonistas de la novela son mujeres. Por un lado, una periodista francesa, que llega a Ruanda después de observar algo raro en Sudáfrica, y, por otro, Rose, una joven ruandesa, muda, que recoge la degradación de su país en un cuaderno, con alguno de los fragmentos más duros del libro.
Me pareció que dos mujeres podían tener una mirada distinta sobre las cosas. Sacha es periodista, la única profesión que en ese momento justificaba la presencia occidental en Ruanda. Además, que lo fuera permitía al lector comprender, a lo largo de las horas y los días, los sentimientos de una persona occidental, y mostrar que hubo algo planificado, organizado, en el genocidio. Una periodista podía poner palabras a esa máquina implacable. Con Rose, el propósito era que los lectores se pudieran sentirse identificados, con una mujer que sufre una violación, que es un arma del genocidio, como también ocurrió en la Shoah o en Armenia. Ambas son ejemplos poderosos de coraje, de abnegación, y también de reacción frente a la adversidad.
Del libro, también se desprende la advertencia de que hay que prevenir y prestar atención para evitar que hecho semejantes se repitan, mediante la anticipación y el estudio.
El genocidio de los tutsis fue precedido por masacres, asesinatos y pérdidas de derechos. Esa sucesión de acontecimientos puede acabar provocando algo así. No toda situación parecida termina de esa manera, pero creo que hay que prestar atención al engranaje de los hechos violentos, los que conducen a la discriminación y al adoctrinamiento.
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