ABC La sociedad civil de Túnez, ante el golpe de Saied
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El presidente de Túnez, Kais Saied, escoltado por personal de seguridad, ha congelado durante 30 días el parlamento de la joven democracia tunecina EFE
DEMOCRACIA CONGELADA

La sociedad civil de Túnez, ante el golpe de Saied

Mounir Baatour, primer candidato electoral gay; Faten Abdelkefi, que lidera el proyecto Be Tounsi para recuperar la artesanía nacional; y Nadia Chaabane, exdiputada (2011-2014), debaten en ABC sobre las horas más críticas de la única democracia árabe

F.J. Calero

En la víspera del 25 de julio, día de la República en Túnez, la sombra de un estado fallido atenazaba a la joven democracia tunecina, con la firma de la Constitución en 2014 y el Nobel de la Paz a sus promotores como hitos, que vivía su peor momento desde el fin del régimen de Ben Ali (2011). Diez gobiernos en diez años no habían logrado frenar la corrupción, mejorar los servicios o crear empleos.

Estallaron manifestaciones masivas en contra del gobierno por la errática gestión de la pandemia. El pequeño país magrebí, de apenas doce millones de habitantes, es la nación con la peor tasa de mortalidad del mundo de los últimos siete días, con más de diez muertes por cada 100.000 habitantes, según cálculos de la agencia AFP. Según el Banco Mundial, solo el 8 por ciento de la población está completamente vacunada y menos del 15 por ciento ha recibido una primera dosis. Esa misma noche de fiesta nacional, en una alocución histórica por televisión y redes sociales, el presidente Kais Saied, un veterano conservador que ganó por sorpresa en las presidenciales de 2019, pulsó el botón rojo del artículo 80 de la Carta Magna. Según filtraciones previas, llevaba ponderándolo desde hacía meses para sortear el bloqueo del parlamento y de todo un sistema encarnado por el nuevo partido alfa de la democracia tunecina: la formación islamista moderada Ennahda.

Cuestión de minutos

En apenas unos instantes –los puntos de inflexión de la historia a veces son cuestión de minutos–, el hombre de la providencia asumía en su figura los poderes del ejecutivo, «congelando» el parlamento por 30 días y cesando al primer ministro Hichem Mechichi, aliado de última hora de los islamistas. Enfrente, Saied tenía a un país apático, carente de toda esperanza y con un estado de ánimo favorable para la llegada de un hombre fuerte con el que sortear el fracaso de su joven democracia que, pese a todas las calamidades, contaba con una sociedad civil –influyente y vigilante– dividida: para una parte se trata de un golpe a la joven democracia tunecina y un paso atrás; para otros, es más un alivio, aunque a la espera de una hoja de ruta.

Túnez es uno de los países más azotados por la pandemia, con la peor tasa de mortalidad del mundoEFE

Mounir Baatour, primer candidato electoral gay del mundo árabe; Faten Abdelkefi, una de las blogueras más influyentes de la Revolución y que ahora lidera Be Tounsi (Hecho en Túnez), un proyecto para recuperar la artesanía; y Nadia Chaabane, exdiputada (2011-2014) y miembro del politburó de la formación progresista Al Massar, debaten en ABC sobre cómo afronta la robusta sociedad civil tunecina estos tiempos de excepción en la única historia de éxito de la primavera árabe.

Pese al apoyo de la sociedad civil, las principales organizaciones –como el sindicato UGTT– piden ya hoja de ruta. Dos semanas después del golpe de mano –golpe constitucional para unos y de estado para los islamistas–, Saied sigue sin desvelar sus cartas. Crecen los temores de que, al igual que con la guerra, sea más fácil entrar en el estado de emergencia que salir de él: una vez que el líder ha probado las mieles del poder ilimitado, es difícil renunciar a él para sobrepasar las verdaderas dificultades.

De momento, el 87 por ciento de los tunecinos apoyan las decisiones del presidente, según una encuesta de Emrhod Consulting. Los culpables: los partidos tradiciones y las familias oligárquicas. Aunque por encima de todos, según Chaabane, se encuentran los islamistas de Ennahda con su líder Rachid Ganuchi, que descarta dejar paso a otros candidatos islamistas. A su juicio, «es el partido islamista el que ha hecho todo lo posible para asegurarse de que el tribunal constitucional no vea la luz en los últimos seis años». Baatour, de profesión abogado y desde hace año y medio en el exilio por las amenazas de muerte recibidas por querer despenalizar la homosexualidad –estuvo en la cárcel por sodomía– y sus ataques frontales contra el islam, acusa a Saied de haber hecho una «muy mala interpretación del artículo 80 que no le permite suspender el Parlamento». El 6 de noviembre de 2019, el fiscal encargado de la lucha antiterrorista abrió una investigación sobre Baatour, por incitar al odio, la discriminación y la violencia.

Igualdad y derechos LGTBI

Dos días antes, Baatour había compartido en su muro de Facebook una página titulada «El Islam tácito», que acusaba al profeta Mahoma de violador y asesino, y se burlaba de su vida sexual. «Es posible que Baatour haya ofendido a algunos tunecinos, pero esa no es razón para demandarlo», denunció Amna Guellali, directora de Human Rights Watch en Túnez. Aunque el movimiento del jefe del estado deja fuera de juego a unos islamistas en horas bajas, para el presidente de Shams, si los islamistas son enemigos de la causa LGTBI, el presidente tunecino también lo es. «Ha dicho claramente que está en contra de la despenalización de la homosexualidad y a favor de meter a los homosexuales en la cárcel. Saied quiere aplicar el islam, es un islamista como los otros. Está en contra de la igualdad entre hombres y mujeres, hoy una mujer hereda la mitad que un hombre», sostiene. Baatour denuncia que Saied ya ha amenazado a asociaciones como la suya con investigaciones sobre su financiación desde el exterior por «atacar y querer debilitar el islam».

Según un informe de International Crisis Group de 2020 citado por L’Orient XXI, una de las paradojas de Kais Saied es que su discurso abarca un espectro de opinión que representa desde las clases populares, excluidas del modelo económico y de la democracia representativa tal como está, hasta los nostálgicos del antiguo régimen. Para calmar a los más escépticos, Saied ha prometido que el país no volverá a la dictadura. «Ni la sociedad civil ni los tunecinos se lo permitirán», apunta Abdelkefi, más favorable al movimiento de Saied. La empresaria describe una situación de normalidad en el país: «Nada ha cambiado». Las detenciones de diputados se deben, subraya, a que estos dirigentes se protegían de los procedimientos judiciales en marcha con la inmunidad parlamentaria que ha sido levantada por el presidente. «El cierre de la redacción de Al Jazeera, una amenaza a la libertad de expresión para muchos, lo veo como una pérdida de objetividad de la cadena catarí, una herramienta más de propaganda en un momento peligroso por el que pasamos», comenta.

«Kais Saied nunca ha sido aliado de las feministas; tiene una concepción particular de la sociedad, dice estar a favor de la igualdad entre los ciudadanos y se pronunció en contra de la igualdad en la herencia»
Chaabane , exdiputada en Túnez

En un país muy conservador y pese a aprobar en 2017 una ley que reconocía la violencia de género y acababa con la impunidad del violador, ni la empresaria ni la exdiputada esperan mucho de Saied para respaldar los derechos de las mujeres. «Kais Saied nunca ha sido aliado de las feministas; tiene una concepción particular de la sociedad, dice estar a favor de la igualdad entre los ciudadanos y se pronunció en contra de la igualdad en la herencia», afirma Chaabane. Las mujeres heredan la mitad (uno de los vestigios de sharia) y el presidente se ha opuesto al proyecto de ley para cambiar esta desigualdad. Así, añade Chaambane, «Saied está lejos de encarnar mi lucha por una sociedad igualitaria y contra todas las formas de discriminación contra la mujer».