Irmgard Furchner: de secretaria a presunta bestia nazi acusada de colaborar en la muerte de 11.000 personas

Alemania quiere sentar en el banquillo a la mecanógrafa del campo de concentración de Stutthof

El juzgado espera la llegada de la acusada Agencias

En Stutthof , los prisioneros recibían el beso de la muerte sin haber preparado las monedas para Caronte. Según explica el historiador Stefan Hördler en ‘ Ordnung und Inferno ’, se formaba un verdadero teatrillo antes de acabar con su vida en este ... campo de concentración nazi ubicado en Danzig. Un SS disfrazado de médico recibía a los reos, les preguntaba su nombre y les invitaba a pegar la espalda a la pared para tomarles medidas. Cuando la víctima estaba preparada, de una trampilla oculta salía la punta de un fusil y, pocos segundos después, también la bala. Acto seguido se transportaba el cadáver al crematorio.

De esta guisa –aunque también a golpe de gas Zyklon-B – los nazis acabaron con la vida de decenas de miles de personas en Stutthof durante tres años. Más de 60.000, según el ‘ United States Holocaust Memorial Museum ’. «Los cadáveres iban y venían por todo el recinto. Allí hubo muerte, pero también trabajo esclavo y barbarie. En 1943 se incluyó el campo en la Solución Final , lo que implica que se utilizó para asesinar en masa a judíos», explica a ABC Mónica G. Álvarez , autora de varias obras sobre el Tercer Reich como 'Noche y niebla en los campos nazis'. Sin embargo, Irmgard Furchner , la que fuera taquígrafa del comandante del centro entre 1943 y 1945, ha sostenido siempre que nada tuvo que ver con aquello a pesar de que veía todo el enclave desde la ventana de su despacho.

Aquellos días Furchner era una chica castaña de ojos oscuros y pómulos marcados. Una joven nacida un 29 de mayo de 1925 en Kalthof que se había sentido atraída por el nacionalsocialismo desde siempre. Poco tenían que ver sus estudios como comercial con la labor que desempeñaba, pero lo cierto es que venía avalada por otros tantos años como mecanógrafa en el Dresdner Bank. Stutthof fue clave en su vida profesional y personal. Tanto, que contrajo matrimonio con el ‘SS-Oberscharführer’ Heinz Furchtsam, 19 años mayor que ella y compañero de trabajo.

Tras la caída de Hitler, la pareja escapó y escondió su pasado. Él, por su parte, adoptó el apellido Furchner para eludir a la justicia aliada. Amparados por el anonimato, lograron adquirir un apartamento en un edificio para funcionarios en Schleswig. Allí estuvieron desde 1960 hasta 1972, cuando Heinz falleció. Años después, en 2014, la germana se mudó a la residencia para ancianos en la que todavía reside. Desde entonces, ha alegado todo tipo de problemas de salud para esquivar una grave acusación: la de haber sido cómplice de la muerte de más de 11.000 personas.

Huída

Este jueves era el momento de demostrar su inocencia ante el tribunal. Debía abandonar la residencia de ancianos en la que residía para enfrentarse a su pasado y defenderse. Era un proceso más simbólico que práctico por su avanzada edad –96 años–, pero clave para sellar heridas. Más, cuando celebramos el 75º aniversario del final de los Juicios de Núremberg . Pero el tribunal especial para jóvenes de la ciudad germana de Itzehoe –Furchner sumaba 18 años cuando estuvo en Stutthof– tendrá que esperar todavía un poco más, pues la acusada decidió retrasar todo el proceso con una frustrada fuga en taxi.

Tras esta huida al estilo Benny Hill –frustrada horas después– la pregunta está clara: ¿puede hacerse justicia más de siete décadas después? Ricardo Ruíz de la Serna , Profesor de Derecho en la Universidad CEU San Pablo, tiene claro que sí. Al menos, desde el punto de vista jurídico. «Los crímenes de guerra y contra la humanidad no prescriben y se pueden juzgar. Además, el tribunal ha considerado que está en buenas condiciones para afrontar el proceso. Por último, se la acusa de cómplice. Es decir, que lo que se dirime es si su trabajo influyó en la muerte de esas personas», desvela. Y vaya si pudo estar relacionado.

En sus palabras, la acusación no debe tomarse a la ligera: «Las técnicas burocráticas, los listados, las fichas… Estos documentos desempeñaron un papel fundamental en el Holocausto . Todo el aparato burocrático se puso al servicio de la destrucción. De ahí que el papel de una taquígrafa fuera tan relevante». El abogado de la anciana, por su parte, esgrime que los oficiales dictaban las misivas de forma codificada, lo que hacía que le resultase imposible saber qué diantres sucedía. El proceso sigue abierto y, visto lo visto, traerá cola.

Más intrigas

Por ser más concretos, la fiscal Maxi Wantzen acusa a la anciana de actuar como cómplice en el asesinato de 11.412 personas. La letrada se sustenta en un informe pericial de 180 páginas que, según informa el diario ‘Der Spiegel’, demuestra el rol que jugó como pieza clave en el funcionamiento de Stutthof. Por su parte, Furchner ha manifestado en repetidas ocasiones a través de su abogado que trabajar como mecanógrafa no tenía nada que ver con las matanzas sistemáticas de prisioneros: «Los responsables utilizaban términos codificados en las misivas que ella no podía saber».

Lo que está claro es que el gobierno alemán siguió la pista de Furchner tras la contienda. Así lo demuestra el que su nombre apareciera en un informe junto a otras tantas secretarias relacionadas de alguna forma con el Tercer Reich. También lo es que, en palabras de ‘Der Spiegel’, la mecanógrafa mantuviera relación con antiguos miembros de las SS después de haber escapado.

Engrasara o no la maquinaria de muerte nazi con las cartas que escribía, también está cristalino que la mecanógrafa conocía al dedillo las tropelías perpetradas en Stutthof. La mayoría, recopiladas por el ‘United States Holocaust Memorial Museum’: «Las condiciones eran brutales. Muchos prisioneros murieron en epidemias de tifus que azotaron el campo en el invierno de 1942 y nuevamente en 1944. Aquellos a quienes los guardias de las SS juzgaron demasiado débiles o enfermos para trabajar fueron gaseados en la pequeña cámara de gas del lugar. Los gaseamientos comenzaron en junio de 1944 . Los médicos del campo también mataron a los prisioneros enfermos o heridos en la enfermería con inyecciones letales».

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