Los talibanes se burlan de la OTAN
¿Quién le iba a decir a Burhanuddin Rabbani que sería asesinado con una bomba oculta en el turbante de su verdugo?

Luchó contra la Unión Soviética y era enemigo de los talibanes, pero Estados Unidos no quiso a este islamista en la presidencia de Afganistán a la que se había reincorporado con toda naturalidad en noviembre de 2001, cuando el Mulá Omar, Bin Laden y sus fanáticos secuaces estaban huyendo hacia las montañas de la frontera con Paquistán. Burhanuddin Rabbani no era ni un demócrata ni un amigo de occidente. Desde fuera, comparado con Hamid Karzai parecía solamente el representante de una tendencia diferente de la moda afgana (para caballeros, se entiende, las señoras han de ir todas de uniforme, nada de modas). En lugar de esa capa ilustrada que tanto éxito tuvo en Europa, Rabbani prefería el turbante clásico. ¿Quién le iba a decir que sería asesinado con una bomba oculta en el turbante de su verdugo?
En aquel mes de septiembre de 2001, en pleno mes de ramadán, Rabbani descendió de las montañas del norte y se instaló en el palacio presidencial de Kabul como el que vuelve a su casa de campo después de un largo viaje. Los guardias que quedaban en el recinto y que parecían un elemento más de la decoración, empolvados desde los tiempos del Rey Zaid o de su primo Daud, el instaurador de la República, le dejaron entrar sin abandonar su tediosa rutina, que incluía el lavado de sus calcetines, puestos a secar en los arbustos del jardín que un día alguien había podado minuciosamente. La primera persona a la que llamó Rabbani en su segunda etapa como presidente fue al periodista Ahmed Rachid , cuyo libro sobre el Afganistán de los talibanes llevábamos en el equipaje todos los enviados especiales a la guerra. Nada de lo que se dijo en aquella conversación tenía la menor importancia, puesto que el futuro inmediato del país había sido decidido muy lejos de allí, en Washington, y sería desvelado unas semanas después en Berlín. Del mismo modo que había llegado, Rabbani se fue y los guardias barbudos empezaron a tender sus calcetines en el jardín que desde entonces pertenece a Karzai.
Si fuera cierto que a Rabbani le ha mandado asesinar el Mulá Omar , solo podría ser un gesto para demostrar hasta qué punto los talibanes se burlan de los planes del presidente Barack Obama para sacar a la OTAN de Afganistán por la puerta trasera . Occidente se quiere ir desde que Obama lo decidió se ha abierto paso la idea de que no solo sería admisible, sino deseable, una negociación con la insurgencia. El mensaje del asesinato de Rabbani solo puede ser un rechazo absoluto de la oferta: la negociación no es necesaria, puesto que en cuanto los soldados de la OTAN se vayan, los talibanes saben que se harán con el poder . Y, en el caso de Karzai, tendría muy en cuenta el destino de otro de sus antecesores, el prosoviético Mohamed Najibulah, a quien los talibanes sacaron por la fuerza de la representación de la ONU para colgarlo del poste más cercano a la legación diplomática, en la plaza Ariana, con un billete de cinco dólares en la mano.
*Enrique Serbeto fue enviado especial a Kabul en 2001 para cubrir el regreso del exiliado presidente Rabbani
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