Rifles y ketchup
En Estados Unidos se compran las escopetas como quien va a pillar una hamburguesa
ÁNGEL ANTONIO HERRERA
En Estados Unidos se compran las escopetas como quien va a pillar una hamburguesa. Lo digo porque el asesino de Connecticut, un pollo recién salido de la adolescencia, perpetró su masacre usando un rifle y luego tiró de pistola para quitarse de en medio. Y ... tenía dos pistolas a elegir. De modo que casi tenía un arsenal como juguetería navideña. Y previo pago de su importe, bajo la legalidad del sitio.
Ha llorado Obama como un padre esta tragedia, pero debiera ejercer de mandamás de galón para poner al fin en limpio eso de tener en casa rifles, al lado del botellón de Ketchup. Es tan natural, allí, eso de tener un arma en vigor, encima de la chimenea, que incluso en las biografías de Charlton Heston se incluía, alegremente, que fue presidente del club del rifle, una parroquia de casi cinco millones de fanáticos que ven en el winchester a un padre. Nos gusta más que nos hablen de que salía en «El planeta de los simios». El pollo Adam Lanza, que así se llama el joven asesino, ha dejado un vecindario de difuntos. Y luego él se ha quitado también la vida. Pero el arma, que son armas, siguen ahí, como verdugos pendientes, como culpables silenciosos, como vergüenza de vaya usted a saber qué otras muertes en vísperas.
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