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El primer ministro de Etiopía llama a las armas a la población ante el avance rebelde

El país africano, al borde de una guerra civil a gran escala tras la ofensiva de los tigriña

Residentes regresan de un mercado a la localidad de Yechila, en Tigray, pasando junto a unos vehículos calcinados, en una imagen de archivo del pasado julio Reuters

Gerardo Elorriaga

Etiopía se halla al borde de una guerra civil de grandes dimensiones. El primer ministro Abiy Ahmed llamó ayer a la población a que tome cualquier tipo de arma a la que tenga acceso y haga frente a las «fuerzas terroristas» del Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF). La sorprendente declaración evidencia la magnitud que ha cobrado un conflicto prácticamente silenciado hasta ahora, cuando cumple su primer año de existencia. El pasado 4 de noviembre de 2020, tropas nacionales iniciaron la ofensiva contra los tigriña como respuesta al asalto de una base del Ejército cercana a Mekelle, la capital provincial.

La contienda ha permanecido ajena a los medios de información por los impedimentos del Gobierno, que ha bloqueado las comunicaciones y prohibido el acceso de los periodistas. Pero los últimos acontecimientos han desvelado que las batallas, inicialmente constreñidas al estado de Tigray , se han extendido a los vecinos de Amhara y Afar, y que la contraofensiva tigriña parece avanzar en dirección a Addis Abeba . El propio régimen ha admitido combates en la ciudad de Kombolcha, a tan solo 380 kilómetros al norte de la capital, y ha denunciado la ejecución ayer de 100 jóvenes nativos, hecho imposible de corroborar.

La urgencia de la medida de Ahmed resulta insólita. La guerra en Tigray se antoja el enfrentamiento entre David y Goliath. La población tigriña supone poco más del 6% de los 115 millones de habitantes de un país que se ha convertido en la primera potencia del Cuerno de África . Las primeras victorias contra el TPLF presupusieron el fácil y rápido aplastamiento de la resistencia local. También anticiparon una catástrofe humanitaria, ya que las organizaciones humanitarias denunciaron el inmediato desplazamiento de dos millones de personas y la llegada de 75.000 refugiados a Sudán.

La cooperación de Eritrea y del vecino estado de Amhara con el Ejército abisinio favorecían una derrota sin ambages de los locales. Durante este periodo, el Gobierno de Asmara ha utilizado drones para bombardear las ciudades tigriñas, pero, a pesar de la cobertura aérea, los amharas han pasado de la condición de conquistadores a la de invadidos. Algunas informaciones apuntan que sus rivales han conquistado las ciudades de Dessie y la mencionada Kombolcha. Esta región se halla ahora bajo toque de queda, incapaz de impedir el avance de sus enemigos hacia el sur, el corazón político y económico de la república.

Un nobel de la Paz

La configuración y reciente historia de Etiopía y, sobre todo, la ambiciosa figura de Abiy Ahmed, explican la extraña evolución de un conflicto que, posiblemente, pudo ser evitado. La más cruel de las paradojas es que el instigador es una persona reconocida por el Premio Nobel de la Paz en 2019 y que el político recogió tras disertar, con notable acento lírico, sobre los males bélicos que presenció durante su infancia.

La ambición del primer ministro, ingeniero informático bregado en los servicios de inteligencia, precipitó el pasado año las disensiones internas. Antes de su ascensión, el poder residía en el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), alianza de movimientos regionalistas de aparente vocación socialista. La farsa electoral no disimulaba un régimen totalitario que ha reprimido toda contestación interna durante los últimos 30 años.

La estrategia de Abiy Ahmed apostaba por la liberalización económica y política. Asimismo, el jefe del Ejecutivo mostraba un estrecho alineamiento con Washington, para quien ha ejercido labores de gendarme, especialmente en Somalia . Pero ese objetivo precisaba de una reformulación del FDRPE para convertirlo en un partido clásico y, sobre todo, fiel a sus postulados.

Ahmed demandaba que todos los socios de gobierno disolvieran sus organizaciones y se integraran en una nueva formación gubernamental, el Partido de la Prosperidad, nacido oficialmente hace dos años. El mayor problema radicaba en la milicia tigriña, que, a pesar de su condición minoritaria, dirigía la coalición. Los dirigentes de Tigray han ejercido un destacado protagonismo castrense desde que la alianza acabara con la anterior dictadura de Mengistu Haile Mariam .

La chispa de la actual guerra no surgió tras la prohibición de elecciones en Tigray o por intereses independentistas de sus autoridades. Al contrario, los militares tigriñas rompieron con el nuevo hombre fuerte porque no estaban dispuestos a ceder su hegemonía y supeditarse al primer ministro. Esa negativa impulsó la escalada bélica y que Ahmed olvidara su poética de la paz.

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