Portugal recuerda sin aspavientos los 50 años de la muerte del dictador Salazar
El fallecimiento el 27 de julio de 1970 marcó el ocaso de la tiranía más longeva de Europa
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Iniciar sesiónAconteció el 27 de julio de 1970. Cinco décadas ya. Se apagó entonces Antonio de Oliveira Salazar a sus 81 años y la dictadura del Estado Novo quedó herida de muerte, renqueando bajo el mandato de su sustituto, Marcelo Caetano … hasta ... que la Revolución de los Claveles dio paso el 25 de abril de 1974 a un nuevo Portugal , con el histórico socialista Mario Soares como faro y el despertar a la democracia por bandera.
El país vecino recuerda de manera tibia los 50 años del fallecimiento del tirano de Santa Comba Dao , una pequeña localidad de los alrededores de Viseu. Y lo hace sin aspavientos, con un perfil más que bajo y sin la polémica que suele acompañar en España a cualquier fecha relacionada con Francisco Franco.
La figura del dictador portugués no suscita semejantes reacciones, muy probablemente porque el chantaje nacionalista no existe en Portugal, donde solo están reconocidas dos regiones autónomas, correspondientes a los archipiélagos de Madeira y Azores, pero a ninguna se le ocurriría invocar su acción opresora (y eso que su policía política causó estragos) para lanzar reivindicaciones que pudieran poner en entredicho la unidad de la nación.
Había comenzado Salazar como ministro de Finanzas (pues la economía constituía su gran especialidad), antes de ejercer durante 36 años como presidente del Gobierno de ese eufemísticamente denominado Estado Novo . En total fueron 48 años de dictadura, la más longeva de Europa, con el férreo aislamiento internacional como seña de identidad y una perenne desconfianza que lo llevó incluso a recelar de los regímenes de Hitler y Franco, con los que tenía evidentes aspectos en común.
Con Franco se podía comunicar con fluidez: uno hablando en portugués y el otro en gallego. Sin embargo, nunca se fio de él, tal vez porque temía que se hicieran realidad sus sospechas de una eventual invasión, como documentaron unos archivos desclasificados hace poco más de un año que retrataban los planes para poner en pie incluso una columna terrestre desde Madrid hasta Lisboa.
En sus inicios, el mismísimo Fernando Pessoa llegó a concederle a Salazar el beneficio de la duda, pero de manera provisional. Ya al final de sus días se lanzó a atizarle porque, según escribió en 1935 en una carta al entonces presidente Óscar Carmona, «Salazar insulta la inteligencia de Portugal».
Atentado fallido en 1937
Ahora es Francisco Moita el que acaba de publicar la novela «Los perros de Salazar», basada en los hechos acontecidos el 4 de julio de 1937. A las 11.00 de aquella mañana de domingo, el dictador se disponía a acudir a misa en la capilla de su amigo Josué Torquato. Su chófer le abrió la puerta. Solo unos pasos y se oye un estruendo. Era un atentado, pero la explosión no logró su objetivo y el tirano salió sacudiéndose el polvo del traje. Una flema de estilo británico que antecedió a una investigación exhaustiva de su policía política para depurar responsabilidades. Los primeros indicios apuntaron a militantes comunistas clandestinos y los agentes no dudaron en emplearse de manera expeditiva.
Hoy no faltan los nostálgicos del régimen, una minoría que se agrupa bajo la Asociación de Historia del Estado Novo (Asheno), que se fundó hace cuatro años precisamente con vistas a conmemorar el 50º aniversario del deceso de Salazar. Una misa y una conferencia del teniente coronel Brandao Ferreira representarán los principales actos de un programa escaso y de reducido impacto.
No obstante, se acercarán al cementerio de Vimieiro a depositar flores sobre su tumba y rememorarán que el principio de su fin hundió sus raíces en aquella caída sufrida en su domicilio en la zona de Sao Bento , en Lisboa, cuando corría el año 1968, que desembocó en un derrame cerebral, antesala para su deterioro físico.
En ningún momento se recuperó de aquel accidente y el país se acostumbró a su ausencia del sillón del poder mientras desde el exterior llegaban los ecos del mayo revolucionario en París, los asesinatos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy solo unos meses antes de que Richard Nixon se convirtiera en el 37º presidente de EE.UU.
El último acto público en el que se vio a Salazar se produjo el 26 de octubre de 1969. Salió a votar en las elecciones a la Asamblea Nacional, aunque con gran dificultad de movimientos. De hecho, se le facilitó el hecho de emitir su sufragio sin salir del automóvil, a través de un funcionario que intervino para cumplir sus deseos.
De acuerdo con la descripción del historiador Stanley Payne, «se trataba de un hombre seco y austero hasta el ascetismo, de vida piadosa y soltería recalcitrante». Hacía referencia así a la religiosidad omnipresente en su manera de proceder.
La dictadura no arrancó con él, sino que desde 1926 fue llamado en reiteradas ocasiones por los militares precisamente para poner en práctica sus conocimientos económicos y enderezar el rumbo de las cuentas públicas. Tanto es así que fueron sus artículos en el diario católico «As Novidades» los que le granjearon su prestigio en ese área.
Reajuste económico
Sus decisiones surtieron efecto en forma de medidas de reajuste, calificadas por él mismo como «la ascensión dolorosa de un calvario», aunque consiguieron equilibrar las cifras y recibió felicitaciones por alcanzar el ansiado superávit público.
Ahí se erigió en una especie de gurú político-financiero al que se encomendaron los militares . Un contexto en el que se le allanó el terreno para desembarcar en la cúpula del poder en 1932, cuando aprovechó el desconcierto provocado por la dimisión de varios primeros ministros.
Durante la Segunda Guerra Mundial, impulsó la «neutralidad proaliada», una estrategia que sirvió de base para que se admitiese a Portugal en la OTAN en 1949. Era el único país no democrático en el seno de la organización.
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