«Order!»

La responsabilidad de Speaker, que se remonta a 1377, originalmente se centraba en la misión casi imposible de mantener las relaciones entre dos poderes cada vez más enfrentados: el Parlamento y la Corona. De hecho, siete de los antecesores de John Bercow «perdieron la cabeza» entre 1394 y 1535, dos de ellos el mismo día de 1510 por decisión de Enrique VIII. Junto a su histórica peligrosidad, el puesto retiene atractivas prebendas como mayor salario que el primer ministro o elecciones sin oposición. Además de una buena dosis de pompa y circunstancia.

Para los backbenchers, los diputados sin un perfil destacado en la política nacional, el diminuto John Bercow es un gigante. Regularmente les ha dado la palabra además de permitir la formulación de preguntas urgentes cuya contestación requiere de juegos malabares retóricos por parte del gobierno de Su Graciosa Majestad. También ha terminado por liderar la resistencia parlamentaria contra el Brexit, insistiendo en la obligación constitucional del Legislativo a la hora de controlar, cuestionar y fiscalizar al Ejecutivo.

Entre todos estos méritos de respeto hacia la fundamental separación de poderes en toda democracia, quizá el más importante sea una cuestión de prioridades. Ante la contagiosa tentación de privilegiar intereses muy interesados en la saga del Brexit, el Muy Honorable John Bercow ha dado una lección magistral sobre la importancia de anteponer las instituciones al partidismo.