De Kabul a Kiev, pasando por Taipei

Zelenski encabeza una agobiante lista de países y causas cuya viabilidad depende de Estados Unidos. Es cierto que Washington, más allá de los trapicheos de Trump, viene facilitando vital ayuda militar y económica a Ucrania. Pero todo eso, ya no es suficiente ante el miedo compartido a que Estados Unidos pueda haber entrado en una fase de regresión global dominada por el aislacionismo y el unilateralismo. No parece haber suficientes ansiolíticos para aminorar la ansiedad de todos aquellos que temen ser los próximos en quedarse solos, muy solos, ante el peligro de vecindarios geopolíticos donde hace tiempo impera la ley del más fuerte.

Biden aspira a que se le recuerde como el presidente que acabó con la guerra en Afganistán y que se olvide su desastrosa gestión de la retirada. En su defensa ha insistido en lo que les gustaría a China y Rusia que Estados Unidos siguiera empantanado en Afganistán, sin derrota ni victoria. Es decir, que a Washington ya solo le interesa la competencia entre grandes potencias.

Según el alegato de Jon Lee Anderson en las páginas del New Yorker: «Es cierto que, por el momento, Estados Unidos conserva su destreza militar y su fuerza económica. Pero, desde hace dos décadas, parece cada vez más incapaz de aprovechar eficazmente cualquiera de ellas en su beneficio. En lugar de mejorar su hegemonía desplegando sus fuerzas de forma inteligente, ha desperdiciado repetidamente sus esfuerzos, disminuyendo tanto su aura de invencibilidad como su prestigio a los ojos de otras naciones».