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Pedro Rodríguez - DE LEJOS

Esperando al amigo americano

Trump, y sus palmeros europeos del nacional-populismo, han forzado una artificial crisis trasatlántica

Pedro Rodríguez

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Durante otra traumática divergencia trasatlántica provocada por la invasión de Irak, Romano Prodi como presidente de la Comisión Europea participó en 2003 en una cumbre celebrada en Washington con el fin de superar el «eje del desentendimiento» generado por Sadam Husein entre los aliados occidentales. Según Prodi: «Cuando Europa y EE.UU. se unen, ningún problema o enemigo se resiste. Si nos dividimos, cada problema puede convertirse en una crisis y cada enemigo en un monstruo gigantesco».

En este sentido, la dañada relación trasatlántica ha sido durante los últimos cuatro años una especie de aberración forzada por el nacional-populismo americano y jaleada por todos sus palmeros iliberales europeos. El trumpismo ha intentado aplicar un giro copernicano en la tradicional política de Estados Unidos hacia el Viejo Continente basada en el respaldo a la integración que representa la Unión Europea y el vínculo de seguridad que supone la OTAN.

Todo hace indicar que por ambas partes existe una voluntad clara de acabar con esta impostada hostilidad y aprovechar la oportunidad del cambio en la Casa Blanca para trabajar en una alianza global con China en el retrovisor. Por parte de la Administración Biden, se espera que la relación con Europa se convierta en una de las correcciones más significativas con respecto a la era Trump. Lo cual no quiere decir que vayan a desaparecer sustanciales diferencias en cuestiones cada vez más relevantes como la protección de datos, la fiscalidad digital, el poder de las grandes tecnológicas o incluso relaciones comerciales.

En contraste con el respaldo activo de Trump hacia las múltiples declinaciones del nacional-populismo europeo, Joe Biden llega a la Casa Blanca habiéndose declarado públicamente opositor al Brexit. De igual manera, se espera que la Administración Biden renueve el respaldo americano a la OTAN como herramienta fundamental para plantar cara a las trasgresiones de Putin. Lo cual no quiere decir que Washington, aunque con mejores formas, vaya a dejar de insistir a sus aliados europeos en un reparto más equitativo del gasto militar.

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