Paisaje después de la batalla en Bangkok
Rascacielos quemados, fachadas derrumbadas, barricadas y escombros por todas las partes. Así ha quedado la capital de Tailandia tras el vandalismo que siguió anoche al aplastamiento de la revuelta de los «camisas rojas»
«Manifestantes pacíficos, no terroristas». Rasgada por la mitad, la pancarta que presidía el campamento de los «camisas rojas» levantado en pleno centro de Bangkok es una triste metáfora de su derrota. La realidad son los doce muertos que ha dejado el asalto del Ejército ... para desalojar por la fuerza a los 5.000 partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, que llevaban dos meses paralizando la capital de Tailandia para forzar al Gobierno a convocar elecciones inmediatas.
Por segunda vez tras su rendición en abril del año pasado, ha fracasado el órdago lanzado contra el actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva. Los «camisas rojas» le acusan de usurpar el poder de manera ilegal porque el Tribunal Supremo anuló en 2008 dos gobiernos elegidos democráticamente y apoyados por Thaksin, quien además fue depuesto por un golpe de Estado militar en septiembre de 2006 y se ha exiliado para evitar ir a la cárcel por corrupción.
Tras el caos que desató la operación de los soldados y la anarquía que estalló cuando los cabecillas de la revuelta anunciaron su rendición, el paisaje después de la batalla era hoy desolador en Bangkok. «La noche ha sido terrible y hemos pasado mucho miedo porque se escuchaban disparos, explosiones y los gritos de la gente en el exterior», relató a ABC Pipae, una joven que había dormido junto a decenas de personas en el suelo de la cafetería del Hospital de la Policía.
Al concluir el toque de queda a las seis de la mañana (una de la madrugada, hora española), el amanecer en la capital de Tailandia dejaba al descubierto la orgía de destrucción y vandalismo perpetrada por bandas de incontrolados que prendieron fuego a 39 grandes inmuebles, como la Bolsa y un canal de televisión .
Tras arder durante más de 15 horas, los bomberos intentaban apagar los rescoldos que aún carbonizaban la galería comercial Central World, la mayor de Tailandia y perteneciente a una de las familias más ricas del país. Los manifestantes se cebaron hasta tal punto con dicho edificio de cristal y acero que el fuego llegó a derribar una de sus fachadas, cuyas tripas de columnas calcinadas y humeantes hierros retorcidos eran refrescados por los chorros de agua que lanzaban los bomberos con sus mangueras.
Turistas en busca de la foto
En las calles adyacentes a Central World, algunos «camisas rojas» que no habían sido detenidos por la Policía abandonaban el campamento cabizbajos y con lágrimas en los ojos. En su salida se cruzaban con turistas y curiosos que querían retratarse en el campo de batalla posando junto a las carpas vacías o quemadas, las ya extinguidas barricadas formadas con cañas de bambú y pilas de neumáticos, los escombros y la basura que se acumula por todas partes.
Sobre dichos restos quedaban las esperanzas rotas de democracia de los «camisas rojas», cuyos miembros más radicales también incendiaron otros dos edificios ubicados en el Monumento a la Victoria.
Para llegar hasta allí hay que atravesar numerosos controles establecidos por toda la ciudad. Con los fusiles en ristre, policías y soldados comprueban carnés de identidad, abren maleteros e inspeccionan bolsas en busca de armas y de «camisas rojas» sospechosos.
Con buena parte de sus 12 millones de habitantes encerrados en casa por los graves enfrentamientos de los últimos días, las caóticas calles de Bangkok permanecen semidesiertas y con mucho menos tráfico de lo habitual.
Tres días más de toque de queda
Mientras el Gobierno extendía otros tres días más el toque de queda de ocho de la tarde a seis de la mañana – el segundo desde las graves protestas de 1992 –, la Policía desalojaba el templo de Pratumwanaran, donde se habían refugiado varios miles de «camisas rojas». En su interior había, además, los cadáveres de seis personas, dos de ellas enfermeros de la Cruz Roja. Según las mujeres y ancianos cobijados en este recinto religioso, sagrado para los budistas, habían sido tiroteados en su interior por francotiradores apostados en las contiguas vías del tren elevado que recorre el centro de Bangkok, pero resulta imposible comprobarlo.
Escoltados por un fuerte dispositivo de seguridad, los «camisas rojas» fueron trasladados a la vecina comisaría de Policía, donde los agentes les tomaron sus datos antes de enviarlos en autobuses a sus pueblos, ya que la mayoría son campesinos procedentes de las humildes zonas rurales del noroeste de Tailandia. Entre las escasas pertenencias a las que se aferraban destacaban sus sempiternos ventiladores, el aire acondicionado de los pobres que resulta un artículo de primera necesidad en este tórrido país.
«Nos han vuelto a ganar porque hay divisiones en el grupo democrático, pero las revueltas volverán porque las diferencias sociales son muy injustas y estamos muy enfadados con la represión militar», prometía Chartchai Changindra, un «camisa roja» dispuesto a seguir luchando por la democracia en Tailandia.
Ver comentarios