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Obama y Netanyahu tiran de la cuerda alrededor de Jerusalén, pero sin romperla

Obama y Netanyahu tiran de la cuerda alrededor de Jerusalén, pero sin romperla

ANNA GRAU CORRESPONSAL

NUEVA YORK. ¡Qué poco dura la alegría en la casa del presidente de Estados Unidos! Barack Obama firmó ayer a mediodía la reforma de la Sanidad por la que tanto ha luchado, y de la que está tan orgulloso que su equipo invita por internet a todos los americanos que lo deseen a «cofirmar» simbólicamente con él. Pero apenas unas horas más tarde, le tocaba recibir al ceñudo primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu . Ambos mandatarios tensaron cuidadosamente la cuerda antes de este encuentro. Y la tensaron alrededor de Jerusalén .

La secuencia previa a la entrevista en la Casa Blanca no tenía desperdicio. Primero fue el anuncio israelí de nuevos asentamientos en Cisjordania en plena visita del vicepresidente Biden. El resultado fue hacer emerger todas las agrias aristas de una crisis diplomática entre Israel y Estados Unidos que empezó a gestarse al llegar Obama a la presidencia, o incluso antes. Simplemente Tel Aviv no confía en que este presidente americano sea tan amigo suyo como otros.

Desde que enterró su propia hacha de guerra con Obama, Hillary Clinton se ha esforzado en hacerle creíble como aliado de Israel. El lunes, la secretaria de Estado volvió a rendirle este servicio en un esperado discurso ante el influyente «lobby» judío Aipac, donde alternó la dureza con Irán y las promesas de apoyo a la seguridad del Estado hebreo con la advertencia de que este Estado no podrá descansar indefinidamente sobre la lucha antiterrorista y la fuerza.

A lo largo del día se difundió un presunto comunicado de Aipac pidiendo la congelación de los asentamientos judíos en Jerusalén Este y Cisjordania. Poco después este mensaje se desmintió, alegando que se trataba de un falso comunicado. Ese mismo día Netanyahu pronunció su propio discurso ante Aipac y allí proclamó, alto y claro, que «Jerusalén no es un asentamiento, es nuestra capital». Al día siguiente, horas antes de ser recibido por Obama, Netanyahu expresó el temor de que la reanudación de negociaciones directas de paz se retrase si los palestinos insisten en supeditarlas a la retirada de los asentamientos.

Más claro, el agua. Como también estaba bastante claro que el protocolo de la Casa Blanca trataba a Netanyahu con una marcada frialdad. Su reunión con Obama estaba fijada al final del día, a las cinco y media de la tarde, pero no se anunciaban comparecencias conjuntas y ni siquiera se afirmaba que el israelí estuviera invitado a cenar. Poco después, esto se suavizó un poco con la revelación de que Netanyahu ya había cenado el día anterior con el vicepresidente Joe Biden, con el que habría tenido una «franca y productiva» discusión sobre la relación bilateral y en preparación del encuentro con el presidente.

Demasiados frentes

Nada bueno se esperaba más allá de procurar que la tensión de la cuerda no llevara a su ruptura. El presidente de Estados Unidos tenía por delante la difícil papeleta de tratar de domesticar a un primer ministro de Israel que no confía en él, ni en su sugestiva diplomacia, y que ya ha aprovechado varias oportunidades de mostrar beligerancia, unilateral si es preciso. Todo ello en un momento en que Obama tiene demasiados frentes abiertos para hacer de la presión sobre Tel Aviv una prioridad. Y con el agravante de que cualquier falta de entendimiento con Israel tiene un coste inmediato en la política interior, y de que hay elecciones a la vuelta de la esquina.

Netanyahu ha venido a Washington con una conciencia clara de todo esto, y con el poco disimulado propósito de mantener en lo posible el actual «status quo», a la espera de futuras presidencias propicias. «Los enemigos de Israel sólo abrazaron el camino de la paz cuando vieron que no podían destruirnos por el de la guerra», había afirmado ante la Aipac. Su declaración de principios. De ayer y de hoy.

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