Obama, año uno: Del sueño a la realidad
La mitología política de Barack Obama cumple el 20 de enero su primer año presidencial enfrentada al casi inevitable desgaste del poder, entre crecientes frustraciones y un mermado respaldo popular
Del estilo a la sustancia, de la lírica de la campaña electoral a la prosa de gobernar, de las ilusiones a las decisiones, de la audacia a la realidad, del «yes, we can» al «cómo y cuánto». Barack Obama cumplirá el próximo 20 de enero ... su primer año en la Casa Blanca. Y al ser preguntado para el último número de la revista «People» sobre qué calificaciones se merece por su trabajo durante los últimos doce meses, él mismo se ha adjudicado un notable alto. Pero las notas de la opinión pública de Estados Unidos no son tan generosas.
Tras este primer año sin paz ni prosperidad para el gigante americano, la mitología de Barack Obama ha acumulado canas, los primeros grandes incumplimientos de sus promesas electorales y un retroceso significativo en sus índices de aprobación popular. Las encuestas elaboradas con motivo de la efeméride presidencial coinciden en atribuir al primer presidente negro de Estados Unidos el respaldo de menos del cincuenta por ciento de sus compatriotas. Con una desconfianza, acelerada desde el verano, que en estos momentos se concentra sobre todo en materia de seguridad nacional y en todo lo relacionado para salir de la grave recesión económica.
Al repasar sus doce meses de gestión ejecutiva, en los que el nuevo ocupante de la Casa Blanca no ha dejado de dominar la actualidad diaria y ser reconocido por su estelar y retórico estilo, Obama (de 49 años) ha admitido su fracaso a la hora de prolongar todos esos sentimientos de unidad y propósito que le acompañaron cuando tomó posesión de su cargo en la escalinata oeste de la sede del Congreso federal: «Eso es lo que hemos perdido en este año, todo el sentido de cambiar cómo funciona Washington». Aunque las encuestas todavía persisten en elogiar bastante más al presidente número 44 por sus cualidades personales que por sus políticas.
Desde un punto de vista estrictamente ideológico, Obama se encuentra en mitad de un difícil bocadillo, cuyo relleno no hace más que perder decisivos votantes independientes. A estas alturas, la izquierda de Estados Unidos se declara tan insatisfecha con el gobierno de Barack Obama como los conservadores. El gran reproche de la derecha es que el presidente se encuentra fuera del consenso político básico de los americanos, utilizando como arma arrojadiza la etiqueta de «socialismo» para cuestionar todo ese intervencionismo forzado que ha traído la era de Obama. Mientras que la izquierda no entiende que el mismo político de la esperanza y el cambio esté demostrando tanto pragmatismo y disposición, por ejemplo, a una escalada militar en Afganistán.
La Casa Blanca, entre todos sus intentos de comunicación política por encima de los medios tradicionales, insiste en que el primer año de la Administración Obama ha sido excepcional por sus circunstancias. Con una situación límite en términos de dos guerras abiertas y una crisis financiera como no se recuerda desde la Gran Depresión. Sin olvidar el agravante de la oposición del Partido Republicano, que según los demócratas se niega una y otra vez a participar en la búsqueda de soluciones de consenso para hacer frente a todo el cúmulo de problemas traspasados por la Administración Bush.
CRISIS ECONÓMICA
El paro se dispara, el déficit se descontrola
Este año de cambios forzados ha terminado por conferir al gobierno federal un papel protagonista en la economía de Estados Unidos. Tras haber hecho frente a toda clase de hecatombes empresariales y financieras, el gobierno federal —pese a toda la orgullosa tradición americana de confianza en el sector privado— ha terminado por convertirse en dueño de una buena parte de la industria del motor con base en Detroit, accionista de referencia, garante del sector bancario y figura imprescindible en la industria de los seguros.
Junto a la batalla de la estabilidad financiera, una porción del capital político obtenido por Obama en las presidenciales de 2008 fue invertido en sacar adelante a la velocidad del rayo un masivo plan de estímulo económico que el Congreso federal dotó con 787.000 millones de dólares. Plusmarca de dinero público dividida aproximadamente en tres grandes bloques similares dedicados a recortes de impuestos e incentivos fiscales, grandes inversiones en proyectos de infraestructura y garantías para prestaciones sociales.
Desde que el presidente Obama puso su firma en ese triunfal plan de estímulo económico el pasado 17 de febrero, el gobierno ha sido capaz de desembolsar una tercera parte de los presupuestados 787.000 millones de dólares. Con una estimada creación o salvación de entre 1,5 y 2 millones de puestos de trabajo. Lo que supone un coste exorbitado para una economía que necesita crear 100.000 nuevos empleos al mes solamente para satisfacer el crecimiento natural de su población en edad de trabajar.
Las últimas estadísticas publicadas por el Departamento de Trabajo reiteran que Estados Unidos tiene una tasa oficial de paro estancada en el 10 por ciento. Con pérdidas de puestos de trabajo generalizadas durante el mes de diciembre en los sectores de la construcción, producción industrial y ventas al por mayor. Desde el comienzo de la recesión fijado en diciembre de 2007, la mayor economía del mundo ha perdido 7,2 millones de empleos, entre sospechas de que muchos no volverán a regenerarse.
De hecho, si se suma a todos los trabajadores obligados a jornadas reducidas y los que han abandonado completamente sus esfuerzos por encontrar empleo, la tasa más realista de paro en Estados Unidos estaría ahora en torno al 17,3 por ciento. Dato especialmente doloroso para un país con prestaciones y subsidios muy limitados para sus trabajadores en paro. Además, todo este nivel de incertidumbre económica y ansiedad social se ve complicado por las reiteradas previsiones para este año de crecimiento sin recuperación de empleo. Lo que repercute directamente en el prestigio de la Administración Obama y en las perspectivas electorales del Partido Demócrata de cara a los próximos comicios legislativos.
Por eso, se espera que la Casa Blanca intente rectificar arrancando el año 2010 con una especie de segundo plan de estímulo concentrado exclusivamente en la creación de empleo. Aunque con las limitaciones de toda la sangría de números rojos acumulada por las arcas públicas de Estados Unidos, con una deuda de doce billones de dólares y un disparado déficit presupuestario previsto de 1.500 billones de dólares. Sin comparación con sus antecesores, el gobierno de Obama ha gastado una plusmarca de 3,52 billones de dólares durante su primer año sin haber logrado por lo menos el aprecio de sus compatriotas.
TERRORISMO
Ofensiva de Al Qaida. Reproches de debilidad
Junto a la economía, el otro capítulo que complica el balance de la Administración Obama en su primer año es todo lo relacionado con la seguridad nacional. Se supone que todos los nuevos ocupantes de la Casa Blanca tienen que hacer frente tarde o temprano a algún tipo de crisis o amenaza que define o incluso malogra sus primeros años ejecutivos. Tal y como ocurrió a John F. Kennedy con el desembarco de Bahía Cochinos, o el fiasco de Bill Clinton en Somalia o, por supuesto, el punto de inflexión que supuso el 11-S para la presidencia de George W. Bush.
En el caso del presidente Obama, esa primera prueba de fuego parece incluir la resurrección de Al Qaida demostrada en el intento de destruir un atestado avión de la compañía Northwest que el día de Navidad cubría la ruta Ámsterdam-Detroit. Ese atentado fallido —junto a otras prácticas de cambio de talante internacional y ofertas de diálogo con notorios enemigos de Estados Unidos— han multiplicado los reproches de debilidad en materia de seguridad nacional que la intensa pugna política americana suele atribuir a los demócratas.
La percepción de haber bajado la guardia frente a la amenaza terrorista resulta especialmente rechinante para un presidente que llegó a la Casa Blanca prometiendo restaurar el respeto a los derechos individuales y superar la «guerra contra el terror» formulada por la Administración Bush como un conflicto en el que había que sacrificar libertades.
Con evidente malestar, el presidente Obama ha reaccionado reconociendo un cúmulo de fallos en el sistema de vigilancia sobre el transporte aéreo implantado tras el 11-S. Además de asumir la responsabilidad de tapar esas grietas de seguridad, con órdenes inmediatas como la ampliación de las «listas negras» de sospechosos y el uso de polémicos escáneres corporales.
AFGANISTÁN
Más tropas para «el Vietnam de Obama»
Toda esta tensión entre responsabilidades y el cambio de rumbo con respecto a la Administración Bush serviría también para explicar el compromiso de Obama a favor de una escalada militar en la guerra «necesaria» pero cada vez más cuestionada de Afganistán. Tras un prolongado y criticado proceso de deliberaciones, el presidente ha optado por desplegar más de 30.000 soldados adicionales del Pentágono. La nueva estrategia de la Administración Obama, con énfasis en buscar una salida a corto plazo pese a las comparaciones con el desastre de Vietnam, supone perseverar en la lucha armada contra la resucitada insurgencia de los talibanes aliados con Al Qaida.
GUANTÁNAMO
Objetivo incumplido y envuelto en el caos
El primer aniversario de Obama en el despacho oval vendrá acompañado por el incumplimiento de su compromiso para cerrar Guantánamo. El objetivo de acabar con esa cuestionada prisión extrajudicial para el 22 de enero de 2010 ha quedado difuminado entre una maraña de dificultades diplomáticas, jurídicas, políticas y falta de competencia burocrática. Empezando por la negativa del Congreso federal a financiar el traslado de presos a territorio americano. Aunque el presidente sigue creyendo que el centro de detención improvisado tras el 11-S es un peligroso lastre más que una ventaja para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Así las cosas, todavía con un estimado 40 por ciento de vacantes entre los altos cargos de su gobierno, la Administración Obama a estas alturas se parece a una de esas típicas señales de tráfico que obligan a frenar por la existencia de «obras en progreso». Los resultados obtenidos son más bien limitados y sin relación posible con las desmedidas expectativas generadas hace doce meses. Por mucho que un año sea el equivalente a toda una eternidad en la vertiginosa política de Estados Unidos.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete