Afganistán
Morir de miedo bajo un código moral de locos
Lapidaciones, burkas, silencio. Los talibanes condenaron a las afganas de 1996 a 2001 a una existencia fantasma, como si no fueran seres humanos. Se les prohibió incluso hacer ruido al andar
Las 29 prohibiciones de los talibanes a las mujeres
Cómo era vivir en Afganistán en los años 70
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Iniciar sesiónAl respirar, la tela del burka se te mete en la boca. Ahora que estás enloqueciendo de desesperación casi te lo tragas, te asfixias. Sería lo mejor. Te han enterrado hasta por encima de la cintura brazos incluidos, con las manos atadas no ... sea que te escapes, y van a matarte a pedradas. Ojalá la primera te diera en la sien y te fulminara. Pero lo más seguro es que sigas consciente cuando te revienten el cráneo, la mandíbula, te rompan los dientes. Luego se ensañarán hasta que tu cuerpo quede reducido a pulpa sangrante, desfigurado, irreconocible. Aunque para entonces tú ya no estarás.
Las lapidaciones, junto al estadio Ghazi de Kabul , donde siempre parece rugir el akelarre espumeante de rabia que en 1999 celebró la ejecución a quemarropa de Zaarmena, madre de siete hijos, –tiro en la nuca con AK42, júbilo al grito de ¡Alá es el más grande!– no se narran, se susurran en voz baja. Como si de un momento a otro pudieran agarrarte los talibanes, ese ejército de las tinieblas que durante cinco años, de 1996 a 2001, condenó a los afganos a la edad de piedra y a sus mujeres a existencias fantasma. Por desviarse de su código moral de locos, versión tarada de la insoportable sharía, porque alguien dice que ella hizo. O que dijo. Adúltera. El vecino, un conocido, el marido, algún padre, que para congraciarse con los fundamentalistas y salvar el cuello sacrificaron a sus propias esposas, a las hijas. Las delataron, las dieron a casarse a asesinos armados que les sacaban cincuenta años. Morían desguazadas por partos o embarazos prematuros que desgarraban sus vientes casi infantiles.
En 2004 y 2005, en los primeros tiempos de la misión española en el país, sobrecogía la memoria aún fresca de la pesadilla talibán . El relato de cómo, nada más tomar la capital, los hombres armados sacaron a las mujeres de las universidades y de sus trabajos –eran el 70% del profesorado de Kabul y el 40% de los médicos– y las confinaron en sus casas. Se calcula que 50.000 viudas de la guerra civil se quedaron sin modo de vida, obligadas a vender sus pertenencias o mendigar.
Solo en el papel
Se dio orden de tapar las ventanas para que nadie pudiera verlas. A sus pequeños les prohibieron cantar y el juguete más popular, –cometas artesanas de palo, hilo y un jirón de sábana– por sospechar que las harían trabar en árboles y cornisas para, con la excusa de recuperarlas, encaramarse y espiar libidinosamente a las damas en sus patios interiores. Hay que ser retorcido. Las niñas a partir de 8 años tuvieron que dejar el colegio, las huestes del mulá Omar querían asegurarse de que nunca adquirirían habilidades para desenvolverse en una sociedad moderna. Iletradas, analfabetas, en un país donde, con ocasión de la vuelta a las elecciones de 2004, en vez de carteles con textos informativos hubo que colgar cómic de dibujitos en las calles para que la población supiera dónde ir a las urnas porque casi nadie sabía leer.
La Constitución afgana contemplaba la igualdad entre sexos desde 1960 y las mujeres tenían derecho a voto desde los años 20. De la noche a la mañana, un fanatismo aterrador las mandó cubrirse de la cabeza a los pies. Que asomaran por accidente las manos al pagar en el mercado, era castigado, también si se veía la punta del bastón o de unas muletas de una discapacitada. Y eso que comprar un burka no era siempre posible, a veces uno solo era compartido por un barrio entero y las señoras esperaban turno durante días. Nada de salir solas, siempre escoltadas por familiares masculinos. Acuérdate de que a la mínima te dictan muerte. Violaciones, secuestros, apaleos. Las organizaciones documentaron altas tasas de problemas mentales, depresión y suicidios entre las afganas. Esófagos abrasados por ingerir ácido de batería o friegasuelos en un intento por quitarse de enmedio. Doloroso, pero barato.
Bajo los talibanes, carniceros bestiales de una crueldad inhumana, básicamente, las mujeres no son tratadas como seres humanos. Ni hacer ruido al caminar podían. Arrinconados estos años en la clandestinidad y los márgenes del mapa afgano, ellos no han dejado de lapidar y de ahí para abajo, todo lo inimaginable. Están de vuelta, toca temblar de .omer miedo, beber miedo, morir de miedo.
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