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José M. de Areilza

Misiles a golpe de tuit

Dos nuevos asesores trabajan con un presidente que en sí mismo es un riesgo para la seguridad de su país

José M. de Areilza

Donald Trump baraja un ataque al régimen sirio como castigo por la reciente utilización de armas químicas en la periferia de Damasco. Esta acción no remediaría la guerra civil que dura ya casi ocho años, pero serviría al menos para trazar una línea roja a Bachar al Assad. Se podría pensar que estamos ante una actuación medida y calculada. Pero detrás de las iniciativas de Trump escasean los planes meditados y los análisis fruto de una gran elaboración. El presidente ha reaccionado de modo temperamental ante la enésima muestra de brutalidad despiadada del dictador sirio, pero con quien se ha encarado a golpe de tuit ha sido con Rusia. En concreto se ha revuelto contra las declaraciones del embajador ruso en el Líbano, Alexander Zasypkin, quien había dicho que derribarían los misiles norteamericanos dirigidos a su aliado sirio. Trump no ha podido refrenarse, contestándole que prepara «misiles nuevos, bonitos e inteligentes», un comentario irresponsable con el que vuelve a superar su record de mensajes incendiarios y totalmente inapropiados.

Una hora después, en un nuevo tuit afirmaba que, aunque no ha habido un momento peor en la relación de EE.UU. y Rusia, los dos países deberían cooperar y parar la carrera de armamentos. Dos nuevos asesores trabajan con un presidente que en sí mismo es un riesgo para la seguridad de su país: encerrado en su dormitorio durante largas horas, precipita o corrige según su humor la escalada de tensión. Por un lado, John Bolton, un halcón con pocos aciertos en su trayectoria anterior, y por otro, Mike Pompeo, que empieza a recomendar prudencia ante la volatilidad de su jefe y se asegura de que los canales de comunicación con Moscú estén abiertos para que fluya la información. Cuenta con el apoyo de James Mattis en Defensa. Pompeo, antiguo director de la CIA, busca estos días la confirmación como secretario de Estado en el Senado. Ante la Cámara despliega la argumentación clásica del buen republicano, la democracia y los derechos humanos se protegen mejor mediante la diplomacia y el uso de la fuerza es siempre el último recurso.

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