El metro de Járkov echa a andar de nuevo
Las autoridades de la ciudad empiezan a evacuar a los cientos de personas que han usado sus estaciones como refugio, aunque hay muchos que no tienen ninguna prisa en irse. La ciudad recupera poco a poco la vida
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Iniciar sesión«Sí, tuve miedo de que los rusos bajaran al metro y tuve miedo de que nos mataran a todos. He pasado aquí las noches más frías de mis 23 años de vida, cada día acababa siendo como un mes… Muy duro y muy muy ... muy frío». Vlad Plis , hijo de Alla, los dos desde el 25 de febrero en la estación de Maidan Konstyttutsii de Járkov, antiguamente llamada la Plaza Soviética, se preparan para volver a la superficie en cualquier momento. La vida en los andenes se acaba, ya les han avisado de que el lunes próximo, o el martes, que se cumplen tres meses de la invasión, se reanudará el servicio del subterráneo y que vayan despejando los vagones . En el que han estado habitando últimamente -eso sí, después de dormir primero en el pasillo y luego al pie de los trenes, que aquí había lista de espera-, convivían 15 personas en cuatro pares de bancos enfrentados. En contra de lo que cabría esperar, no tienen prisa por salir. «Pienso que deberían esperar dos o tres semanas», dice la madre, le parece prematuro irse a casa, la suya está supuestamente intacta en Armyskyy Viyskroh a dos kilómetros de distancia, pero cree que es pronto puesto que cuando sales a la calle atruenan todavía los bombardeos en las afueras.
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En otra estación, la de Universytet, algo así como la de Sol en Madrid, con su sede del Gobierno regional al lado que fue destruida el 1 de marzo, Olena Kovel , de 37 años, tampoco se ha puesto a recoger pertenencias, «ha sido difícil a veces, pero también ha sido divertido». A ella sí le destruyeron el piso la primera noche de la guerra, y ahora le ofrecen «dos habitaciones, con cocina y baño compartido» para que se refugie junto a su hermana, la sobrina y la abuela. La idea le emociona poquísimo. Quizás les asuste un poco salir.
Nuevas familias
No es difícil imaginar, por las películas, lo que pueden haber sido para muchos vecinos de Járkov ochenta días en este búnker en el que -dadas las circunstancias y por lo que parece- deben de haberse sentido seguros. Arriba, ni parques ni tiendas, ni oficinas ni nada. Aquí abajo, Vlad le ha pedido matrimonio a su novia Diana, de 21 años, pelirroja como una musa de Gustav Klimt, y Olena ha dado clases a los niños y mejora de una depresión que acabó en paranoias a finales de marzo. « Me creí que la gente pensaba de mí que yo apoyaba a los rusos ». Hay mucha sospecha de esta en Ucrania, y algo así como una atmósfera de delación: si te señalan de simpatizante de Moscú o de colaboracionista, despídete. En la estación de ella, en Universytet, han estado hasta 60 personas juntas, la mayoría sin conocerse de nada; en la de Vlad, Maidan Konstyttutsii, hasta 150. Muchos llegados de los suburbios cosidos a fuego, como Saltivka. Y han tenido que dormir, cocinar, estudiar, trabajar como si fueran una gran familia de repente, y hasta calentar agua los unos para que los otros pudieran hacer intento de ducha o de lavado de pelo en los aseos del metro, los que hay para el personal que trabaja allí. La intimidad se ha fiado a poner cartones o pañuelos tapando las ventanas de los vagones y dentro de ellos, a improvisar algún cortinaje para hacerse la ilusión de que tienes espacio propio.
Esto tiene que haber sido un inframundo, un Underground de Emir Kusturika, a ratos trágico y a ratos poético. Se organizaron. Turnos para comer y cenar en las mesas que hay en el centro del andén, es amplio y casi señorial el de Universytet, llega ayuda humanitaria puntual y hay hornillas y cafeteras eléctricas por todas partes. Y wifi. Silencio para las clases online y también por la noche, perros y gatos bajo control, está todo limpio -« este es nuestro h ogar»-, razona Olena, y las estaciones del metro oportunamente conectadas por una red ‘viber’ de mensajería para comunicar qué les sobraba y qué les faltaba, desde pan a medicinas. Se han estado intercambiando lo que hacía falta por la red de túneles bajo tierra, total, no había peligro de atropello porque no había circulación en las vías. No en estas estaciones, sino en otra, han tenido un proyector de cine y votaban por la tarde qué película poner. Cuando los combates lo han permitido muy últimamente, quien más y quien menos ha estado subiendo al exterior un poco para respirar.
Solidaridad
De esos ataques armados sobre Járkov, que ha sido golpeado en pleno corazón a lo salvaje, prácticamente encima de estas estaciones, al menos estos dos habitantes del metro no guardan una gran conmoción. Por separado, cambian de tema cuando se habla de bombardeos , no deja de ser una reacción inquietante. «Tenía dos opciones, llorar o actuar de forma eficiente», resume Alla, la madre de Vlad, que como él y como Olena, se ha dedicado a lo que ya es el deporte nacional de Ucrania: ejercer de voluntarios, ayudar a todos todo el tiempo. A los mayores que no han querido marcharse de la ciudad, a los soldados -de aquí han salido coches a llevarles provisiones al frente, pero desde hace muy poco-, a los más pequeños. De ellos, de los que han estado estos meses aquí bunkerizados, dicen los voluntarios que se refieren a la guerra usando el sonido ‘bang bang’, y a los disparos como si fuera lluvia torrencial en una tormenta. Con la andanada rusa bestial que ha estado cayendo en Járkov , ni tan mal.
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