Llegan a Zaporiyia los primeros evacuados de Azovstal: «Los rusos nos decían que Ucrania había desaparecido»
La operación de rescate de los civiles fue fuertemente guardada en secreto por razones de seguridad
Zaporiyia espera a los evacuados de Azovstal: «Lo más duro es hacerles entender que nunca será lo mismo»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHay quien cree que lo más desgarrador de una guerra son los muertos, pero son los vivos. Ahí está Elina Tsybulehenko , 54 años, metida desde el 2 de marzo en las cavernas de Azovstal hasta este pasado domingo 1 de mayo, 60 días ... y 60 noches, se dice muy pronto, y gesticulando con energía de matriarca eslava. Como si no acabara de salir de una tumba. «Durante todo el tiempo bajo tierra, los rusos nos decían que Ucrania había desaparecido», relata casi a gritos, «que no quedaba un ucraniano, que ellos nos llevaban a Rusia encantados… Pero nosotros queremos seguir siendo ucranianos, no íbamos a ir con ellos jamás . Eso nunca», refiere más airada que otra cosa. Y lo mismo, eso de que su país ya no existe, les han estado contando los soldados del Kremlin hasta el lunes, ya a cielo abierto, «os tenéis que rendir, os tenéis que rendir», les advertían, torturándoles al máximo en su camino hacia la libertad, la del primer convoy con evacuados de la acería del terror de Mariúpol.
Cerca de las cinco de la tarde de este martes aparecían por fin en Zaporiyia cuatro autobuses con los rescatados, no todos procedentes de la planta siderúrgica. Unos 156 en conjunto , por lo visto. Mujeres, niños y personas mayores principalmente, porque ni siquiera había cifras exactas a la llegada debido a que la operación ha sido secreta por seguridad, amén de una odisea y un espanto, con los del Comité Internacional de la Cruz Roja sacándola adelante entre la ira y las ganas de ponerlo difícil de los soldados de Vladímir Putin. Que Moscú accediera a este traslado humanitario ha costado semanas y a regañadientes, está haciéndolo pagar, que se sepa quién manda aquí. «Hay tramos que en la vida normal se hacen en dos horas de coche y nos han tenido quince, sin saber qué pasaba, quietos y sentados , nos ordenaban», narra Elina. Y en sucesivos puntos de control, los rusos han ido bajando a todo el pasaje a centros de 'filtrado'. Al menos uno en Vasylivka y otro en Tokmak, ambos bajo dominio enemigo. Lugares en los que, explica ella, «en un primer paso nos pedían la documentación, identificarnos… Luego, lo segundo, nos hacían interrogatorios grabándonos en vídeo y hemos tenido que firmar una declaración, después desnudaban a algunos buscándoles tatuajes, y sin saber por qué, los volvían donde la documentación, otra vez al interrogatorio, traían de nuevo a los de otro autobús que había ya pasado el proceso para volver a empezar». Y así hasta la náusea. «Creo que los mismos militares estaban pasando vergüenza», sentencia.
Elina se expresa ante las cámaras con una naturalidad asombrosa, contesta preguntas, repite. Alrededor es una locura en el aparcamiento del hipermercado Epicenter, centro de recepción en Zaporiyia para los que huyen de la guerra. Los de los chalecos azules de Unicef van en busca de los menores; los de chalecos de otro azul distinto de las Naciones Unidas llevándose a los refugiados, los psicólogos protegiéndoles, la policía acordonando y desacordonando , todos nerviosos con la prensa. Lo mismo los de protocolo de la vice primera ministra de Integración de Territorios Temporalmente Ocupados, Irina Vereshchuk, que ha venido a la bienvenida, -aquello de la foto y el mensaje político: «Esto es una guerra terrorista»-, y a denunciar que Ucrania envió en este convoy muchos autobuses más. Se deja caer que en total viajó una columna de catorce vehículos, nadie da números exactos, con la esperanza de que los rusos les dejaran traerse a más gente, recuperar ucranianos por el camino. Pero han hecho regresar vacíos a diez.
Casi sin comida
No se puede ser más cruel. Pero nada hay en la turbamulta más magnético que la narración vibrante de Elina . «Ni sé por qué nos eligieron para sacarnos de Azovstal. No lo sé. Nosotros (eso es ella, su marido que no está, y su hija, que anda cerca) estábamos en el búnker con otras 54 o 55 personas… No sé cuánta gente hay en los otros búnkeres, porque hay muchos, no los vimos, pero los rusos vinieron el domingo a por once de nosotros y se nos llevaron ». Han pasado hambre. «Nos metimos allí el 2 de marzo porque nos quedamos sin casa. Hubo una explosión tan cerca nuestra que me hirió el oído, estábamos durmiendo, fue muy rápido, salimos a tiempo para ver como una bomba dejaba un agujero negro en el lugar de la casa… Casi no me llevé comida». Ya no volvería a ver Mariúpol nunca más. Se adentraron en las galerías de la planta siderúrgica con apenas provisiones. «Estuvimos comiendo a cachitos, para que no se acabara, luego fueron trayéndonos raciones de campaña de Metinvest [el grupo empresarial propietario de la acería], papillas, pasta… Cocinaba Natasha, los niños la llamaban ‘la tía sopa’». Y cuando los rusos secuestraron la instalación hacia la última semana de abril, repartían latas para sobrevivir. Tan pocas, que los adultos apenas chupaban el tenedor para que a los más pequeños no les faltara.
Cerca de las cinco de la tarde de este martes aparecían por fin en Zaporiyia cuatro autobuses con los rescatados, no todos procedentes de la planta siderúrgica. Unos 156 en conjunto, por lo visto. Mujeres, niños y personas mayores, principalmente
Con eso de que Ucrania había sido borrada del mapa que les decían los rusos, ahí abajo no han tenido contacto alguno con el exterior, ni casi aire, con toda esa matraca un día y otro día, Elina estuvo a punto de creerlo este domingo en el momento en que la sacaron para la evacuación. « Este domingo supe que no quedaba nada de Mariúpol », afirma convencida, aunque no ha visto la ciudad reitera. Pero suficiente es lo que sí ha visto. «Sólo cuando los militares rusos nos llevaron a la superficie vimos que la planta de Azovstal estaba totalmente destruida. ¿Sabéis cuando en las películas salen los campos de combate? Pues no, es mucho peor. Todo derribado, hierros, cristales, artillería sin explotar, carcasas explotadas… todo había ardido».
Ni acierta a ubicar a través de qué carreteras les alejaron de allí. «Negro», «roto», «escombros», enumera, también atisbaron el mar, se desorienta, la verdad es que está muy sobrepuesta, pero al principio lloraba. Otros también. Lo que más emociona para mal a Elina es que desde el 4 de marzo, estando ella con su familia ya sepultados en el búnker, no tiene noticias de su madre perdida en Mariúpol, que siempre le dijo que esto de la invasión no podía ocurrir. « No entres en pánico, tranquila », le calmaba todavía en febrero sobre las intenciones de los rusos. Y entonces Elina alza la cara y pide cuentas: «En pleno siglo XXI, ¿por qué, para qué están haciendo lo que están haciendo? Que alguien nos diga cómo ha podido pasar esto».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete