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La liberación del «talibán americano» enfurece a Trump

Su salida de prisión ha agitado el debate sobre la reinserción de los cientos de presos acusados de terrorismo en cárceles estadounidenses

John Walker Lindh, el «talibán americano» que ha salido de la cárcel AFP
Javier Ansorena

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John Walker Lindh fue uno de los nombres propios en el arranque de la guerra de Afganistán , un conflicto enquistado para EE.UU. y del que los dos últimos presidentes -Barack Obama y Donald Trump- se han comprometido a sacar las tropas, todavía in éxito. Ni los más pesimistas esperaban en 2001 que esa guerra se alargara casi dos décadas. Fue en los inicios del conflicto, surgido de los ataques del 11-S, cuando apareció la figura de Lindh.

En otoño de aquel año, un joven radical islámico , de tez clara y con barba negra era capturado en el frente por las tropas estadounidenses. Herido y cubierto de barro, reconoció a los soldados que era estadounidense, como entonces grabaron las cámaras de CNN. Era el primer estadounidense prisionero en la guerra de Afganistán y su seudónimo no tardó en ganar fama: el «talibán americano».

Esta semana, después de haber cumplido 17 años de prisión de una condena de 20 años de cárcel, ha salido en libertad condicional. Su liberación ha agitado el debate sobre la reinserción de los cientos de presos acusados de terrorismo en cárceles estadounidenses. Incluso el propio Trump no ha ocultado su malestar con la puesta en libertad y este jueves aseguró que no había forma legal de evitarlo. «Los abogados han peinado el caso al máximo», dijo en una rueda de prensa. «Si hubiera sido forma de impedirlo, lo hubiera hecho en dos segundos», añadió antes de prometer que las autoridades vigilarán de cerca a Lindh.

El liberado, de 38 años y criado en California, era un chaval cuando empezó a interesarse por el islam. Decidió convertirse a esa religión a los 16 años y, en lugar de ir a la universidad, en 1998 se marchó a Yemen a aprender árabe nada más acabar el instituto, con 17 años.

Dos años después, se integró en grupos extremistas de Pakistán y, al poco tiempo, estaba en Afganistán como voluntario de los talibanes. Como no hablaba la lengua local, se integró en el grupo árabe, Al Qaeda. Peleó en la primera línea del frente y pudo conocer a Osama bin Laden.

Lindh fue capturado por las tropas afganas y detenido en una cárcel del norte del país, donde una revuelta de los terroristas islámicos provocó la muerte de un oficial de la CIA, Johnny Michael Spann , la primera víctima mortal estadounidense en el conflicto. Spann falleció poco después de interrogar a Lindh, que salió malherido de la escaramuza y volvió a ser detenido pocos días después.

Lindh aseguró que no participó en la muerte de Spann, algo que no convenció a la familia de la víctima, que este jueves mostraba su indignación por su puesta en libertad: «Es un traidor al que le han dado 20 años de cárcel y no podemos hacer nada para cambiarlo», dijo sobre Lindh a The New York Times. «Deberían haberle dado cadena perpetua».

La condena se le impuso en 2002. Al parecer, Lindh consiguió una sentencia moderada gracias a un acuerdo de sus abogados para no desvelar el maltrato que sufrió a manos del ejército de EE.UU. Durante su juicio, aseguró que condenaba el terrorismo «en todos los niveles, de forma inequívoca». Para algunos, sin embargo, solo eran palabras. Dos informes de 2017, del Centro Nacional de Antiterrorismo y de la Oficina Penitenciaria, aseguraban que Lindh seguía apoyando al radicalismo terrorista, con mensajes a favor del Estado Islámico y de la yihad global.

Lindh estará sometido a condiciones duras dentro de su libertad: no podrá obtener aparatos con conexión a Internet sin permiso de las autoridades, ni realizar comunicación «online» que no sean en inglés, ni comunicarse con organizaciones extremistas, ni viajar al extranjero.

Su libertad condicional será un termómetro para el resto de presos que podrían seguir su ejemplo, Las cárceles de EE.UU. albergan a 421 prisioneros relacionados con el terrorismo internacional. De ellos, entre 60 y 100 podrían ser liberados en los próximos cinco años, ante las dudas de que los presos hayan rechazado la ideología extremista durante su condena.

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