Los kurdos de Estambul quieren montar su propia «plaza de Tahrir»

Decenas de militantes acampan en una céntrica plaza para protestar contra la postura del gobierno ante el problema kurdo

DANIEL IRIARTE

DANIEL IRIARTE

«¡Golpea! ¡Golpea! ¡Nuestro pueblo vencerá!». El sonido de las canciones se eleva junto al humo de la hoguera, en una explanada demasiado grande para retener ningún eco. Es medianoche, y las setenta personas reunidas en la plaza de Aksaray cantan para mantener el ánimo. ... Al fondo, unos pocos bailan el «helperkê», la danza tradicional kurda, más para quitarse el frío que por verdadero entusiasmo musical.

Acamparon ayer, tras u na multitudinaria manifestación en la que participaron más de diez mil personas y unos disturbios que se saldaron con una veintena de detenidos. «Queremos mostrar nuestro desacuerdo con las políticas del estado turco hacia nuestro pueblo», aseguran. Y están decididos a quedarse. ¿Hasta cuándo? «Hasta el 15 de junio, tres días después de las elecciones», dice Meryem, ataviada con un pañuelo rojo, verde y amarillo, los colores que los nacionalistas kurdos han adoptado como emblema del Kurdistán.

Los leños en llamas crepitan sobre el asfalto. Hace frío, y los activistas se calientan con té humeante y mantas. ¿Todos kurdos?, pregunta el reportero. «No, yo soy turca», responde una muchacha, militante de un partido minoritario de izquierdas que se ha solidarizado con esta movilización. Al otro lado de la calle, dos camiones antidisturbios les vigilan. No hay ni rastro de la tensión de la tarde anterior, pero todos saben que de las siguientes horas depende la supervivencia del campamento.

Regresamos por la mañana, y el campamento –en realidad, poco más que una chabola de plástico y madera y un montón de sillas- sigue ahí. Personas, sólo la mitad. «Hemos organizado turnos, para que la gente pueda ir a trabajar», dice Mehmet, un actor en la treintena que se gana la vida, cuando puede, actuando en seriales turcos. La lluvia, que ha empezado durante la madrugada, tampoco ayuda. «¡Dios no quiere a los kurdos!», bromea Mehmet señalando al cielo, y los jóvenes lo celebran con una risotada. Su comentario no gusta a los ancianos, que chasquean la lengua.

La policía, dicen, no les ha molestado. Los que ahora acampan en Aksaray esperan convertirse en un símbolo de la campaña de desobediencia civil que el partido kurdo BDP ha lanzado en todo el país, a modo de protesta por lo que consideran el inmovilismo del gobierno a la hora de abordar el problema kurdo. «Erdogán no tiene ninguna visión de futuro. Continúan las operaciones militares, los bombardeos, los juicios y los arrestos. Para los kurdos, la situación es casi la misma que durante la dictadura», asegura Hüseyin, un panadero de mediana edad, que ahora mismo no tiene trabajo.

«Estaremos el tiempo que haga falta hasta que se nos escuche», afirma otro tipo bigotudo. «Como en Egipto, en la plaza Tahrir». Pero todos saben que es un objetivo difícil. El campamento, pase lo que pase, no crecerá: no se pueden clavar las tiendas de campaña en el asfalto.

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