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Isaac Rabin y Yasser Arafat: dos pacificadores sin legado de paz

Impulsores de los Acuerdos de Oslo entre Israel y Palestina

Años 1994. Juan Carlos I recibe en la Zarzuela a Yasser Arafat e Isaac Rabin, ambos premiados con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional José María Barroso
F.J. Calero

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En la era de los pacificadores, el primer ministro israelí Isaac Rabin (1922-1995) y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Yasser Arafat (1929-2004) ganaron en 1994, al igual que los sudafricanos F. W. De Klerk y Nelson Mandela un año antes, el Nobel de la Paz como arquitectos de un nuevo tiempo. Los líderes israelí y palestino materializaron una ilusión de nueva era en este alambicado conflicto en el que hasta 1992 Israel se negó a negociar directamente con la OLP el futuro de Cisjordania y Gaza. Había llegado el momento: el Partido Laborista estaba más interesado que los anteriores del Likud, la formación del actual primer ministro Benyamin Netanyahu, en alcanzar una solución política. Aunque aún hoy, escribe Ilan Pappé –de la generación de los nuevos historiadores israelíes– en el libro «La cárcel más grande de la Tierra» , continúan dos mitos asociados al proceso de Oslo: que fue un proceso de paz absolutamente genuino y que Arafat lo echó a perder de forma intencionada instigando la segunda intifada como operación terrorista contra Israel.

ABC se hizo eco en 1993 de un momento y una fotografía histórica: Yasser Arafat e Isaac Rabin aparecen juntos simbolizando una paz próxima, pero que 25 años después todavía no ha llegado.

Los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993 llegaron después de que un ultimátum estadounidense empujara a los israelíes a aceptar compartir mesa de negociaciones en la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, lo que propició la creación de la Autoridad Palestina como gobierno autónomo provisional para administrar los territorios ocupados por Israel. Este debía garantizar la seguridad de Israel en el interior de los territorios ocupados, donde Cisjordania pasaba en los acuerdos de Oslo II a dividirse en zonas A (bajo control palestino), B (donde la seguridad sigue en manos de los israelíes) y C (bajo control israelí) garantizando que no habría ninguna actividad de resistencia.

«Edward Said llamó a los Acuerdos de Oslo el ‘Versalles palestino’. Acusado entonces de derrotista, es hoy percibido como un profeta. La mayoría de palestinos celebraron un acuerdo en el que ni siquiera se reconocía su legitimidad como pueblo y futuro Estado», comenta la coordinadora para Oriente Medio de la Fundación Alternativas, Itxaso Domínguez. Era un primer paso para la paz. Arafat recogió el guante de la primera Intifada y buscó convencer a las autoridades israelíes de que no podían seguir administrando y gobernando para siempre Cisjordania y Gaza . Dicen que el espíritu de Oslo murió cuando en 1995 un extremista judío mató a Rabin, recordado como héroe, sobre todo fuera de Israel «por el odio que suscitó su voluntad de tender la mano a los palestinos», señala Domínguez. Tras su asesinato llegó la victoria de Netanyahu y en 2004 el carismático Arafat –un terrorista para muchos israelíes– también falleció como héroe entre los palestinos, aunque cada vez son más los que dudan de que Oslo representara una oportunidad sincera para la paz.

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