Integristas y laicos se disputan el futuro de Túnez
Los islamistas han estado ausentes en las protestas, pero esperan su oportunidad
La revuelta tunecina ha sido obra de jóvenes universitarios de clase media, que nada tienen que ver con los barbudos integristas. Pero éstos se apresuraron a expresar su apoyo a las protestas y a dar señales de que se mantienen en guardia y preparados para ... disputar el futuro del país. Abu Musab Abdul Wadud, líder de Al Qaida en el Magreb Islámico (AQMI) manifestó abiertamente su respaldo a la revuelta. Y pidió que ésta extienda sus objetivos y amplíe sus objetivos hasta «liberar las tierras del Magreb» y establecer en ellas la sharia o ley islámica.
La formación islamista histórica en Túnez es el movimiento Ennahda, heredero del antiguo Movimiento de Tendencia Islámica (MTI) que fue aplastado por Ben Ali, pero que conserva un considerable predicamento en el país. Ha mantenido un perfil bajo durante la revuelta, pero también ha indicado su apoyo a los manifestantes, a la espera de que el cambio de régimen le permita desplegar toda su histórica influencia social.
Una mujer en la oposición
No obstante, han sido los partidos laicos los que se han hecho más visibles en la revuelta. La líder del Partido Democrático Progresista (PDP), Maya Jirbi, ha estado presente en mitad de todos los torbellinos sociales de estos días. Disputó a Ahmed Nejib Charbi la secretaría general del partido. Y ganó. Tras lo que convirtió lo que hasta entonces era un partido izquierdista y de tonalidad muy marxista en una más amplia formación abierta a sectores más liberales y a lo que ella denomina «islamistas progresistas». Jirbi es la primera y única mujer que dirige un partido político en Túnez. Lo que le concede notoriedad, pero a la vez podría convertirse en obstáculo en una sociedad pese a todo muy conservadora.
El fundador del PDP es el abogado Ahmed Nejib Chebbi. Hasta ahora ha sido la única figura de relieve semiconsentida por el régimen, aunque su partido siempre ha sido empujado a la irrelevancia. Fundó el PDP como un partido socialista y de teórica fidelidad marxista. Pero, con el tiempo, se ha convertido en una de las pocas figuras respetadas del ninguneado panorama político tunecino. En alguna ocasión intentó disputar sin éxito la presidencia a Ben Alí. Y su tenacidad, inasequible al desaliento, le ha valido que muchas cancillerías occidentales le hayan visto como posible alternativa laica a Ben Alí.
Un cierto relieve en la semiclandestinidad tiene también Hamma Hammami, líder del partido comunista y ex director del diario «Alternatives». Tanto su partido como su periódico están prohibidos. Y él ha sido periódicamente detenido. También lo fue cuando estallaron las protestas. Pero ayer fue liberado. El comunista, sin embargo, es uno de esos partidos que saben desenvolverse mejor en la clandestinidad que en la legalidad.
No obstante, la paradoja tunecina podría ser que un régimen autoritario y una revuelta más o menos espontánea, pero laica, abran la puerta a los fundamentalistas que esperan su oportunidad para capitalizar el cambio de régimen. Aunque el gobierno interino del primer ministro, Mohammed Ghannouchi, estará supervisado por militares. Y a nadie le cabe duda de que el principal objetivo de éstos será que los islamistas no aprovechen el hueco para colarse en el poder. Y curiosamente, Ben Alí aprovechó la lucha contra el islamismo para atornillarse en el poder.
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