En el hormiguero logístico de la ayuda humanitaria
Instalado en la descomunal Galería de Arte de Leópolis, aquí son ciudadanos de a pie quienes organizan la solidaridad. Llevan un millón y medio de toneladas y sigue llegando. No descansan, la guerra tampoco
Laura L. Caro y Matías Nieto
«Os admiramos por defendernos y por hacer que podamos seguir durmiendo. Sois nuestros ángeles de la guardia, rezamos por vosotros todo el tiempo. Que Dios os guarde». La carta balsámica de Sofía , 9 años, caligrafiada en una hoja de cuaderno escolar, va ... doblada dentro de la caja para que los soldados de Kiev, o a saber de dónde, la encuentren nada más abrirla. Esta es una caja de jerséis, ropa de abrigo, uno de los miles de paquetes que se agolpan hasta formar cordilleras en las salas descomunales de la Galería de Arte de Leópolis, un palacio, un edificio acostumbrado a turistas y paseantes de salón que se ha convertido en el cuartel general de la llegada y distribución de la ayuda humanitaria que va al campo de guerra desde el oeste todavía en paz de Ucrania.
Aquí organizan civiles, ciudadanos corrientes de a pie, no ONG . El director del museo, Yuri Bisniek, que vive entre exposiciones y estrenos con canapés, cree un poco desorientado que hay tres centros más similares en las afueras, o cuatro. Tiene que irse y no sabe, pero sí que desde este salieron ayer 45 vehículos en dirección a Jarkov, a Odesa, a Kiev.
Al director lo arrastra un hormiguero logístico frenético , una turbina humana que trabaja las 24 horas en tres turnos de 200 voluntarios para clasificar, embolsar y tratar de mandar por carretera al frente lo que sea, a la vez que reciben más y más de los vecinos. De empresas. De otras ciudades cercanas, lejanas. Un millón y medio de toneladas de mercancía de todo tipo en los últimos seis días. De Polonia, de Estonia, de la República Checa, de Letonia, que ya han conseguido canalizar cargamentos a través de la frontera de Medyka, a 80 kilómetros de aquí, pero todo mientras se atiende también a desplazados que vienen de uno en uno sin nada. Un café por aquí. Le dan ahora un bocadillo. ¿Mantas?, coja una manta. Agua para la señora, té. Me hace falta un gorro, ahora le ayudamos, siéntese por ahí..., vendas, zapatos de invierno, calefacciones, latas de carne, papillas, unas almohadas, pan, desayuno, descanse un rato, claro que le van a decir por dónde se va a la estación.
Y flores. También se han puesto a repartir rosas de tallo largo entre las mujeres que aparecen desorientadas con una bolsa de la compra en la mano, aquí para que te la llenen no se reclaman cartillas ni credenciales. «A nadie le gusta pedir, si vienen será por algo», despeja Yuri Popovich, un coordinador con un teléfono en cada mano que echan humo . Hay un momento de desenfreno tal aquí dentro, tal remolino que falta el aire y alguien lo para de golpe. Ya.
«Aún no ha muerto la gloria ni la libertad de Ucrania». Se detienen como sonámbulos y cantan estáticos el himno . «Aún a nosotros, hermanos compatriotas, sonreirá el destino. Se desvanecerán nuestros enemigos, como el rocío bajo el sol». Es una canción nacional emocionante, los soviéticos se la prohibieron en 1922, luego la retomaron y aquí y ahora se llevan la mano al corazón. Hay quien llora, les caen las lágrimas a plomo a las punteras de los zapatos.
El reto de llegar
El instante sobrecogedor da un respiro para calcular: en el piso de abajo se ordenan las medicinas. Una farmacia infinita, todos los apósitos en un sitio, analgésicos aquí, desinfectantes al lado. En esta planta baja, los alimentos donados, imperecederos, incontables. En la superior está todo el textil del mundo. Por edades, de 0-1, de 1-5, de 6-12. De hombre. De mujer. Cama. Toallas. Doblado todo, embalado y catalogado en el anfiteatro, donde las voluntarias ni levantan la cabeza componiendo y volviendo a empezar con otro montón de las ropas que sepultan el escenario y las butacas. «Se pasan seis, siete horas sin sentarse», explica Nataly, contable de 37 años que está pendiente de este sector. Se mire por donde se mire, da la sensación de que no hay ni la más remota posibilidad de que este mercamadrid desbordante , traperío colosal, este océano de solidaridad, pueda lograr transportarse a la zona de ataques en camiones, por mucho que se arriesguen a pasar bajo el fuego. Que tanta buena voluntad acabará topando, como ya ha pasado en otros escenarios, con los planes del enemigo, que pasan por forzar el desabastecimiento de las zonas que asedia. De eso se trata, de que no coman, de que no duerman, de que pasen frío, de que se rindan.
Aprender hora a hora
En este mega almacén de la Galería de Arte por ahora no piensan en eso. «Aquí estamos aprendiendo sobre la marcha, no cada día, sino cada hora. No tenemos ningún programa, nos lanzamos sin más inmediatamente después de que comenzaran los bombardeos», explica como puede Popovich entre interrupciones de quienes le requieren para todo. «Hacemos lo que podemos, probablemente mañana sea diferente, y al otro...», aventura. Ayer coordinó la salida de diez trailers de 20 toneladas cada uno y cada jornada es una vuelta a empezar. Anda por aquí una media de 18 horas, de hecho es su esposa quien tuvo la idea de pedir a los niños cartas de ánimo para meterlas en la mercancía que va a primera línea, donde se combate.
Nadie quiere gran protagonismo en estas situaciones, se sienten orgullosos unos de otros. Si algo ha logrado Vladimir Putin es unirnos más que nunca , se repiten en cuanto hay oportunidad. «La movilización de la sociedad civil es inmensa. Tenemos más gente, ropas o medicinas, de las que necesitamos en este momento», admite a este diario Ostap Protsyk, consejero del alcalde de Leópolis, lo que es compatible aunque no lo parezca con la afirmación que hace Yuri Popóvich: «Necesitamos de todo». Esto va a ser muy largo.
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