El hijo del tsunami
A Seiku Abe la catástrofe le trajo a su mujer y al hijo de ambos, nacido el pasado mes de enero
El tsunami del año pasado barrió el pueblo de Seiki Abe , mató a un millar de sus 15.000 vecinos y le arrebató a dos parientes. Pero le trajo una mujer y un hijo que acaba de nacer, convirtiéndolo en padre a sus 43 años.
Abe, que colaboraba con la brigada de Protección Civil, ayudó a la evacuación de Minamisanriku tras el terremoto que sacudió el noreste de Japón el 11 de marzo a las 14.46 de la tarde. En los agónicos 40 minutos que transcurrieron hasta que llegó el tsunami, fue con su coche avisando a los vecinos para que huyeran a un lugar elevado. Bajo las sirenas, apuró tanto en su empeño por salvar vidas que oyó el ensordecedor ruido del mar aproximándose a tierra. El agua, que veía por el espejo retrovisor de su coche mientras pisaba a fondo el acelerador, estuvo a punto de tragárselo y llegó a un metro de su casa .
Como el pueblo quedó totalmente arrasado, ayudó luego a los damnificados que habían perdido sus hogares. Y ahí fue donde, en medio de la catástrofe, conoció al amor de su vida. Procedente de Nara, al sur del país, Nozomi Murakami, una secretaria de 28 años, había venido para ayudar como voluntaria. «Estábamos juntos todo el tiempo porque distribuíamos la ayuda humanitaria», rememora. Compartiendo muchas horas difíciles por carreteras intransitables y visitas a familias truncadas, surgió la atracción. «Un poco antes de marcharse el 20 de abril, ella me insinuó que podía volver para vivir conmigo. No me decidí hasta que, minutos antes de partir, le dije que la estaría esperando», explica Abe.
Su principal preocupación era que Nozomi ya tenía un hijo de seis años de una relación anterior, Yunosuke, y temía que no lo aceptara. «Pero, cuando vino en mayo, congeniamos enseguida y no paramos de jugar con sus muñecos de Kamen Rider», relata refiriéndose a un legendario personaje de cómics «manga».
Una barca en el tejado
Aunque todavía no se han casado, celebraron un banquete familiar para festejar su unión y luego, el 23 de enero, su hijo Kirimaru vino al mundo en Nara. « Estuve presente en el parto y Nozomi se mudará con los dos niños a Minamisanriku porque quiero que crezcan aquí y vean el pueblo tan bonito que vamos a reconstruir para ellos», promete Abe, que trabaja en la empresa municipal de aguas potables reparando los daños en la red de tuberías.
Ante sí tiene una labor titánica porque el tsunami no dejó piedra sobre piedra en Minamisanriku. La vista es sobrecogedora desde la colina donde muchos vecinos se resguardaron de las olas. Una enorme explanada, ya limpia de escombros, se extiende ante la hermosa bahía que hizo famoso al pueblo por sus playas y su pescado, pero que también causó tanta destrucción y muerte. Como un doloroso recuerdo, una barca sigue varada en la segunda planta del derruido hospital. De luto, una familia honra al padre fallecido, cuyo cadáver aún no ha sido hallado en lo que fue su hogar.
Pero, en medio de este páramo desolado, la vida vuelve a florecer bajo la forma de tres casetas prefabricadas . Una de ellas alberga una barbería donde, al son de la melancólica música «enka» que suena en la radio local, Takae Kano corta el pelo a Yasuhumi Abe. La fatalidad quiso que, dos meses antes del tsunami, se mudara al centro de Minamisanriku buscando una mejor ubicación. Pero la peluquera, que a sus 55 años vive en una casa prefabricada porque también perdió su hogar, se muestra decidida a salir adelante. Sin reparar en las ruinas que se cuelan por la ventana y se reflejan en el espejo, sigue cortándole el pelo a su cliente. Y sonríe.
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