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George W. Bush dio su primera orden de ataque contra el régimen de Sadam Hussein

Aviones de EE.UU. y Gran Bretaña resucitaron ayer por dos horas y media la legendaria «Tormenta del Desierto» de 1991. En un ataque sorpresa, se han destruido varias instalaciones de la reconstruida defensa aérea de Sadam Hussein, con armas y radares que empezaban a amenazar la vigilancia de las «zonas de exclusión de vuelo» decretadas al norte y sur de Irak.

George Bush

En el ataque, el primero contra el corazón de Irak registrado desde diciembre de 1998, han participado dos docenas de aviones aliados procedentes de varias bases en el Golfo Pérsico. La lista de objetivos se ha centrado en puestos de mando, aparatos de radar, artillería y misiles desplegados durante los últimos dos meses por la defensa aérea de Sadam Hussein. Estos equipos, según el Pentágono, amenazaban con «mayor frecuencia y sofisticación» sus patrullas sobre las «zonas de exclusión de vuelo», decretadas de forma unilateral por los aliados al término de la «Tormenta del Desierto» para proteger a civiles iraquíes de la represión de su propio Gobierno.

LOS BLANCOS, AL SUR DE BAGDAD

Los blancos alcanzados, al menos cinco diferentes, se encontraban concentrados al sur de la capital Bagdad y en las cercanías del paralelo 33, que marca la zona sur vetada a la aviación de Irak. Dada la proximidad de los blancos al paralelo en cuestión, los aviones aliados no han tenido que abandonar el espacio aéreo excluido para cumplir su misión con armamentos «standoff», que permiten su uso a una distancia segura para los pilotos. Aunque el Pentágono no ha admitido daños colaterales, insistiendo en que el ataque se ha materializado de forma «eficiente y efectiva»,  la televisión iraquí ofreció imágenes de civiles heridos.

La acción militar por parte de Estados Unidos fue autorizada este jueves por el presidente Bush y se interpreta como parte de una nueva política de dureza hacia el régimen de Sadam, que en los últimos años ha conseguido poner en cuestión el sistema de sanciones impuesto como consecuencia de la invasión de Kuwait en 1990. La acción militar se ha visto precedida por un renovado esfuerzo de la nueva Casa Blanca republicana para subvencionar con millones de dólares a diversos grupos de oposición a Sadam.

A nadie se le ha escapado la familiaridad de nombres en esta crisis reiterativa, ya que en la nueva Administración Bush ocupan puestos de especial relieve dos viejas glorias de la «Tormenta del Desierto»: Colin Powell y Richard Cheney, que hace ocho años ocuparon respectivamente la jefatura militar del Pentágono y la secretaria de Defensa.

El gobierno de Estados Unidos, parco en explicaciones, ha calificado públicamente la intervención como un acto rutinario de «auto-defensa». Recientemente, los Servicios de Inteligencia norteamericanos habían detectado un significativo aumento en el despliegue iraquí de baterías de misiles SA-6. Según estimaciones que han circulado por Washington, Bagdad dispondría de unas tres docenas de estos sofisticados misiles, con capacidad para amenazar los aviones aliados encargados de vigilar las «zonas de exclusión de vuelo».

COMUNICADO IRAQUÍ

Por otra parte, las máximas autoridades de Irak prometieron «luchar contra los estadounidenses por tierra, mar y aire», tras los ataques aéreos que alcanzaron ayer las afueras  de Bagdad, en los que al menos una persona murió y alrededor de una decena resultaron heridas, según la televisión iraquí. El comunicado se emitió tras una reunión conjunta, presidida por Sadam Hussein, del  Consejo del Mando de la Revolución y la dirección del Partido Baaz.

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