Henri Kissinger: «Europa sufrirá sin unidad fiscal»
«En Irak y Afganistán hemos fallado tanto en medios como en objetivos»
Líderes de todo el mundo nos contemplan, enmarcados en fotografías de sus encuentros con Henry Kissinger, rodeando el amplio despacho neoyorquino de quien ha sido problablemente el secretario de Estado más carismático de Estados Unidos en el último siglo.
Las imágenes hablan sobre todo del momento de gloria de Kissinger, cuando entre 1969 y 1977 ocupó los puestos de consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado en las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford. Pero Kissinger ha mantenido después una intensa actividad y a sus 88 años sigue analizando el mundo presente y diseñando estrategias para el de mañana. Acaba de publicar un libro sobre China, país con el que debutó en la gran diplomacia, y prepara otro sobre el nuevo escenario internacional.
«Qué bien España en fútbol». Kissinger recibe a ABC en esta particular «Situation Room» del Park Avenue neoyorkino —«en Washington no saben qué hacer con un ex secretario de Estado, así que me vine a vivir aquí»— demostrando lo fácil que salta, con una agilidad que contradice su edad, entre los grandes problemas del mundo a lo que los anglosajones llaman «small talk», la conversación banal, aunque viniendo de un diplomático tan consumado, todo tiene probablemente una finalidad. «He estado en España seis o siete veces; me acuerdo bien de cuando estuve en el Mundial de Fútbol de 1982», dice, mostrando su confesa pasión por el «soccer». «Estos días me toca ver mucho fútbol femenino, porque la selección femenina de Estados Unidos está llegando muy lejos».
Kissinger mira a los ojos y aguanta la mirada. No es propiamente un reto, pues el gesto lo suele ablandar al final con una sonrisa, sino un estar atento al eco que tienen su palabras, como controlando las riendas de la conversación.
Personaje notorio de la Guerra Fría, Kissinger tranquiliza sobre una hipotética confrontación futura entre estadounidenses y chinos. «No veo que la pugna entre Estados Unidos y China vaya a ser la que tuvimos con la URSS», asegura. Más alarmado está sobre Europa: «La Unión Europea tiene un año para resolver su crisis».
—Acaba de publicar su libro «On China», justo cuando se cumplen cuarenta años de su primera y secreta visita a ese país, en 1971. Entonces era un mundo bipolar, con Estados Unidos y la URSS como grandes superpotencias. ¿Vamos ahora a un mundo dominado por la rivalidad entre EE.UU. y China?
—No iría tan lejos. No diría que el mundo está dominado por Estados Unidos y China. Cierto que China está creciendo y que hay una competencia económica. No la compararía con la relación que había entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Y no veo que vaya a pasar en el futuro siempre que se aplique el buen gobierno tanto en Pekín como en Washington para evitarlo.
—China será pronto la primera economía del mundo. ¿Debe temer Estados Unidos perder la primacía mundial que ha tenido durante casi un siglo frente al empuje chino?
—Eso es atendiendo al Producto Interior Bruto. ¿Qué cabe esperar, si no, de un país que pronto tendrá 1.500 millones de habitantes?. En cualquier caso, Estados Unidos seguirá teniendo un alto PIB. Pero en términos de renta per cápita, China es menos de una quinta parte de la renta per cápita de Estados Unidos. Así que en términos de riqueza real operativa creo que hay que tener cuidado con esas cifras. Dicho esto, es importante tener presente lo siguiente: ciertas tendencias en el desarrollo del mundo son resultado de políticas o de negligencias. Si Estados Unidos no mantiene su competitividad y si no hace lo que necesita hacer en términos de construir su propia sociedad, entonces por supuesto que habrá un problema. Pero es un problema que nosotros nos habremos creado. Es un gran reto.
—El eje del mundo se está moviendo hacia el Pacífico, área compartida por China y Estados Unidos, también por India y Japón. ¿Ha pasado la hora de Europa?
—Eso es lo que los europeos tendrán que decidir en el próximo año. Porque los problemas que afronta la Unión Europea deberán ser resueltos por Europa misma. No fue suficientemente entendido que cuando se tiene una política monetaria común y no se cuenta con una política fiscal común, entonces surgen problemas. Así que no sabemos cómo Europa tratará su crisis. Se está demostrando muy difícil la unidad fiscal, y si Europa no puede conseguir esa coordinación de su política fiscal, entonces habrá consecuencias inevitables
—En «On China» escribe que el excepcionalismo estadounidense (el considerar singular su democracia y el deseo de propagarla) es misionero y que el de China es cultural. ¿Tiene Estados Unidos una misión en la «primavera árabe»? ¿Serán esas revueltas una ocasión para que China extienda su influencia en esa parte del mundo?
—Si la «primavera árabe» deja regímenes democráticos, eso sería muy compatible con los valores de Estados Unidos y de Europa. Al mismo tiempo, si los países árabes concluyen que Estados Unidos no es un amigo fiable, entonces otros países, especialmente China, pueden tener su influencia.
—¿Han agotado las guerras de Irak y Afganistán el deseo de intervencionismo estadounidense? Hay síntomas de creciente aislacionismo entre demócratas y republicanos.
—Creo que el problema fundamental es que Estados Unidos creció en circunstancias en las que nunca tuvo que actuar en su política exterior en lugares distantes, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. También estábamos en una posición de enorme preponderancia física y económica. Por eso era fácil para Estados Unidos asumir que cada problema tenía una solución, y una solución en un breve periodo de tiempo. Era un país con abrumadores recursos. Ahora los recursos son limitados. Es un ajuste que debe tener lugar. No es que las guerras de Irak y Afganistán hayan agotado Estados Unidos. Lo que hay que hacer es aprender las correctas lecciones de ellas. Debimos haber tenido mayor habilidad para poner medios y objetivos a esas guerras.
—Nos acercamos al décimo aniversario del 11-S. ¿Seguimos en la dinámica comenzada entonces o con la muerte de Bin Laden y la retirada de Afganistán entramos en un nuevo capítulo?
—La salida de Afganistán se supone que tendrá lugar en un periodo de tres años. Durante ese periodo es necesario llegar a algún tipo de arreglo, no tanto con los talibanes, pues no creo que sea posible, sino con los países vecinos: India, Pakistán, Rusia, China, en última instancia quizás también Irán; pero sobre todo esos primeros países. Con ellos hay que prevenir que el terrorismo resurja en Afganistán. Y ese es un problema que a esos países les preocupa al menos tanto como a nosotros.
—La guerra contra el terrorismo ¿durará largo tiempo o no se adentrará mucho en el presente siglo?
—Creo que la «primavera árabe» puede crear algunos gobiernos razonablemente estables. Eso sería una gran derrota para las organizaciones que causan el terrorismo. En este sentido, se puede ser optimista. Pero al mismo tiempo, es improbable que la «primavera árabe» produzca ese resultado en cada país. Así que creo que tendremos que seguir enfrentándonos al terrorismo por cierto tiempo, aunque en circunstancias distintas. Creo que los terroristas reconocen la hora de la inevitabilidad, están perdiendo la autoconfianza y viéndose cada vez más como criminales, por encima del elemento político que pudieran tener.
—¿Cómo debe Estados Unidos tratar a Pakistán?
—Es una situación muy complicada, porque indudablemente hay elementos extremistas en la Administración paquistaní; también hay elementos que quieren cooperar con Estados Unidos. Necesitamos una política sutil. No me gusta las reprimendas públicas a Pakistán porque se le pone en una posición en la que queda afectado demasiado su orgullo y su honor nacional. Obviamente lo mejor es que hubiera una reconciliación con India.
—En relación a Irán, usted sugiere una diplomacia desde abajo, construida primero sobre contactos de no muy alto nivel.
—Creo dos cosas en relación a Irán. Una ciertamente es esa, y otra que deberíamos comenzar una negociación con India, Pakistán, Rusia y China sobre el futuro político de Afganistán y Asia central. Si no, eso se puede convertir en los Balcanes del mundo de hoy.
—Usted ha seguido la evolución de España desde primera fila. ¿Por qué cree que nos es difícil alcanzar consensos?
—En términos de la historia de España, las últimas dos décadas han mostrado un remarcable consenso. Ha habido cambios de gobierno entre partidos ideológicamente opuestos sin alborotos. La crisis financiera ha producido tal nivel de desempleo que la puesta en cuestión de la legitimidad de instituciones se convierte en casi inevitable. Tengo mucha esperanza en España, porque creo que ha obrado grandes transformaciones y ha hecho tremendos progresos. Recuerdo que cuando Franco murió, yo estaba entonces en el Gobierno, se decía que España no podría tener una salida democrática. Algunos años después se decía que si los socialistas gobernaban habría una terrible inestabilidad. Por eso tengo confianza en que, después de haber navegado hasta aquí, con la entrada en Europa y el enorme progreso económico registrado, España podrá superar esta crisis. Ciertamente es mi deseo.
Acaba la entrevista interesándose por últimos acontencimientos políticos y económicos en la pugna entre PSOE y PP, con elecciones generales en el inmediato horizonte. Se le nota informado. La compañía que preside, Kissinger Associates, dedicada a la geoestrategia, asesora a gobiernos y empresas y actúa a caballo entre el «think tank» y el «lobby». Acumular información sigue siendo la principal arma del ex secretario de Estado. Es una actividad en la que no parece poner esfuerzo y a sus 88 años (su madre murió a los 97 años y su padre a los 95) la jubilación —diríase— aún lejana.
No ha hecho otra cosa en su vida, no ha tenido tiempo. Le explico que unos conocidos míos compraron hace años una casa en Washington que la esposa de Kissinger, Nancy, había querido adquirir, pero que el propietario prefirió vender incluso a menor precio desesperado por la dificultad de que el famoso político se pasara a ver el inmueble para cerrar un trato. «Ya ve, eso va con el oficio», responde.
Concluye la conversación relajado, con un pie sobre la mesa, un gesto no inusual entre los estadounidenses, estén en el rancho o en la oficina. Evidentemente está satisfecho de poder aún impartir doctrina.
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