Un domingo en la ciudad fantasma
Vista de una de las calles de Ciudad de México / EFE
Domingo sin misas y sin “after hours” en el Distrito Federal, sin ocasión para el pecado ni para su posterior expiación. El arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera, ha rectificado su consejo de celebrar misas reducidas para ordenar a los sacerdotes la suspensión de ... la celebración eucarística en toda la Archidiócesis de México, que comprende a la capital. El cardenal Rivera ha invitado a los fieles a reflexionar en privado sobre las lecturas y el Evangelio del día y a realizar un novenario de oración por las personas infectadas por el virus de la gripe porcina, que ya ha causado 87 muertes en todo el país.
Así, hoy sólo se han celebrado en la capital dos oficios religiosos, a puerta cerrada: en la basílica de Guadalupe, que se ha transmitido por televisión abierta, y en la Catedral Metropolitana. Diego Monroy, rector del templo guadalipano, ha oficiado en menos de media hora y, al momento de dar la paz, el apretón de manos se ha cambiado por una reverencia.
Antes, en la noche y la madrugada del sábado, funcionarios de las dieciséis delegaciones (distritos) del D.F. recorrieron bares, antros y discotecas e “invitaron” a sus propietarios a echar el cierre, aunque estaban autorizados para emplear la fuerza pública contra quien se resistiera. A la medida precautoria se han sumado hoy la mayoría de los restaurantes.
Así, sin misas, ni bares, ni restaurantes, ni cines, ni teatros, ni museos, ni fútbol –los partidos se han celebrado a puerta cerrada–, sin colegios –hasta el 6 de mayo no se reanudará la actividad escolar, desde las guarderías hasta la Universidad–, sin besos –evitar el contacto físico es una de las medidas preventivas para evitar contagios–, con los centros comerciales por debajo del 70% de su actividad habitual y con buena parte de la población capitalina aprovechando el fin de semana para escapar de la megaurbe, el resto de la población se ha quedado en su casa, con lo cual la Ciudad de México es hoy una ciudad fantasma.
La imagen no parecería muy diferente a la que se vivió, por ejemplo, en la reciente Semana Santa, cuando los “chilangos” abandonan en masa el D.F. en busca del sol y de la playa. Con una salvedad: los escasos viandantes visibles por sus calles portan, casi sin excepción, una mascarilla de tela azul que cubre nariz y boca, con lo que la estampa tiene algo de ese aire irreal de las películas de catástrofes.
Acostumbrados a todo tipo de contingencias –alguna ventaja ha de tener sobrevivir a una ciudad complicada como ésta–, los defeños guardan la calma, siguen las recomendaciones de las autoridades sanitarias y no hay la menor señal –compras de pánico, acumulación de medicamentos... – que pueda predecir el caos. Sin embargo, las complicaciones se multiplicarán mañana, cuando hayan regresado los “domingueros”, los trabajadores regresen a sus fábricas y los “peseros” (pequeños autobuses urbanos) y el metro –no se ha suspendido el transporte público– vuelvan a acumular millones de personas.
De momento, el secretario (ministro) federal de Salud federal, José Ángel Córdova, ha reconocido que desde el 13 de abril han muerto probablemente a consecuencia de esta extraña influenza 81 personas, de las cuáles en 20 casos se ha confirmado que se trata de una mutación del virus porcino. La mayoría de los casos mortales se han presentando en el Distrito Federal, el Estado de México y San Luis Potosí, además de otros dos fallecimientos en Baja California. 1.324 pacientes están actualmente bajo observación. Curiosamente, la mayor incidencia del virus no se da entre la población más vulnerable, ancianos y niños, sino entre adultos jóvenes de entre 20 y 50 años de edad. Ninguno de los muertos es un menor.
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